Hoy conmemoramos el día de los muertos, una festividad que ha tomado singular importancia: nos ha puesto a considerar el legado de quienes ya no comparten nuestro plano terrenal, también preguntarnos cómo honrar los antepasados que muertos, aún están. Justamente hoy, decidí dejar morir, permitir que muchas creencias mueran en mí, pues, para sentirme vivo también es necesario morir.
Me pareció importante morir, como alegoría apagar la luz, ignorar todo, incluso llamadas que salvan, motivan o iluminan. Decidí dejarme caer, limpiar heridas, llorar ausencias, ver lo que es y lo que no fue; hoy quise perder, quedarme sólo, morir, callar para escuchar, atender ahí donde toda historia comienza, en el interior, en el sueño o ilusión, ahí donde sólo se puede encontrar el resplandor.
Hoy me dediqué a encontrar mi completo y mixto sabor, llevar al paladar los dulces de mi vida y las experiencias amargas que me sacan de la luz: usualmente estoy sobre la luz, pero, como también he aprendido a vivir la oscuridad, morir a momentos, también ha de tener un buen sabor. Hoy, como un muerto que piensa, siente y escribe, encontré ese propio sabor, uno que me permite entender mi levedad, mi humana vulnerabilidad y que morir este instante fue aceptar para continuar. Morir es como ver conmigo a los que llegaron y mostraron, los que enseñaron, los que se quedaron, los que han traspasado y los que nunca me han abandonado y aunque es duro pensar que no todos están, sé que sólo los especiales, conmigo se transformarán.
Pensando todo esto, en mi muerte real o cuando muera en el recuerdo de quien estuvo conmigo, los que conocí en esta o cualquier vida, quiero tan sólo abrigar su corazón, no pretendo tenerles ni que mueran por mí, tan sólo me recuerden, de vez en cuando, cuando la memoria o el corazón los lleve a mí: cuando vean un girasol florecer o el sol aparecer, que el cuento final no sea un camino sin continuar, un convertirse en nada o un extraño recuerdo de más.
Aunque todo cambiará mañana (y no sé si simplemente morí o alguien me mató), que bien fue estar muerto conmigo, ver culpas y recuerdos, hacer lo que quiero y recuperar el aliento, porque aunque sigue siendo el día de los muertos, yo estoy muy dispuesto a seguir viviendo, es como despedirse de un amor, bailar la última canción o pedir un día cuando aceptar y continuar es una agonía.
No sé qué llevaré cuando muera, seguramente lo que otros trajeron de mí, lo que en otros construí, lo que en muchos reconocí e incluso pretendí, pero hoy comprendí que estar conmigo no es morir ni consuelo para vivir, que morir no siempre es morir, que es mi propio amor el que me permite morir para vivir.