He estado en una isla sin nombre, pues lo que se nombra parece que se posea, y nada hay más lejos de mis dedos. He escuchado el rumor de las palmeras que es como lluvia ligera de verano. He oído el chasquido de los largartos cuando las horas se espesan y se cuaja la noche. He visto las estrellas flotando en el cielo, renqueando como bombillas a punto de fundirse. He contemplado el mar enfurecido con las rocas. Me he asomado a las venas de los acantilados donde anidan las gaviotas. He escuchado el viento en mis oídos que ha acariciado la desnudez de mi cuerpo. He sentido el sol de toda mi vida sobre los párpados y me ha cortado la piel de los labios. He caminado entre los pinos, enamorados de las nubes. He recorrido playas de arena negra, y mis ojos viajaron hasta donde el cielo y el océano se hacen uno. He descubierto que el volcán seguía dormido y las chumberas habían florecido. He leído el mensaje del desconocido. "Permítetelo" dejó escrito en la ladera del valle. Me he bañado con el agua de la cumbre, y he bailado con la música de verbena. He comido pescado, queso y papaya; y he bebido de las parras que nacen en tierra roja. He estado en una isla que se me está olvidando. Estuve allí. El espejo me lo contaba por las mañanas, también lo decía el gallo. Cuando llegó la hora, fue mirarla por última vez buscando en ella un "hasta la vista". Qué ingenuidad la mía. Con otras mariposas rondaba alegre la flor del paraíso.
