Revista Cultura y Ocio

Morir de éxito: YouTube, talento y vergüenza ajena

Publicado el 17 enero 2018 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

YouTube ha sido, desde sus inicios, la mayor plataforma de creadores de contenido audiovisual. Cada minuto se suben 300 horas de contenidos: es decir, la proporción es de 60/1.080.000, y subiendo. Impresionante, ¿no? Por supuesto, para una amplia mayoría, el valor de esos doce días y medio de contenido no es equiparable a una centésima parte de esas mismas horas como espectadores de series de éxito —Juego de Tronos, por ejemplo—, ni de películas o videojuegos. Hay canales de gran calidad en YouTube, pero rodeados de bazofia: y eso no es malo, ¡la basura de un hombre es el tesoro de otro! Quizá a unos les saque una carcajada un vídeo “simplón” sobre el procés, otros encuentran en la plataforma un sitio donde aprender cosas curiosas, forjarse una opinión geopolítica, e incluso habrá quien se lo pase bien viendo cómo juegan y comentan otros, como se maquilla aquella, como hace el capullo este, el otro o el de más allá.

Morir de éxito: YouTube, talento y vergüenza ajenaEl vlogger Paul Logan en Aokigahara (prefectura de Yamanashi, Japón).

El talento tiene muchas caras, y habrá quien siga creyendo que el heavy metal no es música, igual que lo pensaron del rock and roll, de Mozart o de Van Gogh. Lo mismo aquí, en YouTube: ¿solo son unos chavalillos y chavalillas moviendo a varios millones de chavalillos y chavalillas? Pues sí, y no. Pero no debería haber ningún problema mientras la plataforma respete la libertad de expresión y los creadores de contenido entiendan la diferencia entre un espacio de difusión y el patio del recreo. Originalidad (o no), talento, vergüenza ajena… estas son algunas de las reacciones convertidas en palabras. Tenemos todo el derecho del mundo a dar nuestra opinión, pero poco hay más democrático que YouTube. Su problema, sin embargo, es una posibilidad que se le ha abierto a Google y que, como hemos podido ratificar, también tenían prevista: morir de éxito es una posibilidad, incluso ahí, por lo que no, no way, ni de puta coña, no dejas que venga la estrellita de turno y te boicotee el sarao.

Tenemos todo el derecho del mundo a dar nuestra opinión, pero poco hay más democrático que YouTube.

Por si no sabéis de qué coño estoy hablando, estoy hablando de Paul Logan, un youtuber norteamericano que, aprovechando la Navidad, se fue de viaje a Japón con sus colegas a grabar su mierda (perdón) nuevo contenido. ¿Cómo definir sus vídeos? Bueno, pues os ahorraré el esfuerzo de verlos: imaginaos a Homer Simpson en el capítulo en el que la familia viaja a Brasil y se pasea por la playa de Copacabana, embutido en una camiseta del Tío Sam comiéndose el mundo y la frase Try and Stop Us (Intentad detenernos). Logan falta al respeto de forma sistemática todo lo que no entiende o no le da la gana de respetar del país y sus ciudadanos, pero ahí es nada. A ver, seamos serios, en televisión se hacen las mismas gilipolleces, la gente se escandaliza un poco, cuando corre la voz, los anunciantes pagan más por la franja horaria del programa, y… ¡pues lo mismo en YouTube! Ahí no se ha inventado nada.

¿Cuál es el problema pues? El problema, como bien había previsto Google, es que el creador de contenidos/vlogger/youtuber puede grabar, editar y subir casi todo lo que le salga del mondongo: tetas no, que son americanos, pero, del resto, hay pocas, poquísimas, prohibiciones. Paul Logan se fue a Aokigahara, el famoso bosque de los suicidios, y grabó a un hombre que se había quitado la vida: con dos cojones, ¿eh?, pero con dos cojonacos: le hizo zoom, se hartó de enfocar y comentar, y, entonces, lo subió y empezó a lucrarse con ello. YouTube dijo que hasta ahí, que eso es pasarse y borró el vídeo; entonces, el chico pidió perdón por todos lados, y como parecía insuficiente, grabó otro vídeo —esta vez, de arrepentimiento—, y, con los cojones como un piano que le caracterizan, lo monetizó: es decir, siguió lucrándose de la polémica.

Lo sé, os habéis quedado igual que yo: atónitos, absortos, que no os cabe ni un alfiler por la retaguardia, vamos, pero es que hay más, porque sería bueno preguntarse si Google/YouTube actuó por ética, o, simplemente, lo hizo para mostrarse políticamente correcto frente a su comunidad: al fin y al cabo, a nadie le ha parecido mal que vuelva a monetizar otros vídeos, y los castigos —expulsarlo de su programa de anuncios premium y cancelar su proyecto cinematográfico vinculado a la entidad— parecen más un intento de contentar a la galería que una verdadera intención de matar a la gallina de los huevos de oro. Y es que tenemos casi la obligación de reflexionar sobre si esta reacción tiene una relación directa con las políticas de uso —algo poco probable— o con el volumen de tráfico y la relevancia del de los cojonacos, que merecía un castigo acorde a su rango. El mensaje es triste y descorazonador, así que espero que los niños rata aún no lo capten.


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