08/02/2012 10:40:01
Por Mercedes Rodríguez García
Angola. Había comenzado un cruel y devastador conflicto. La grave amenaza surgida en 1975 se conjuró en marzo de 1976. Un mes antes, cuando los combates se libraban a las puertas mismas de Luanda, José Hernández Mesa desembarcaba por Lobito.
¿Equipaje personal?: mochila, AKM, abundante cigarrillos, dos cámaras fotográficas de las mismas que se utilizaban en Vanguardia, y un fardo con insumos e instrumentos de laboratorio.
Ese Pepe, campechano y bravucón, ya no existe. Nos abandonó relativamente rápido el pasado lunes 30 de enero, a casi tres años de su jubilación. Severo para con los demás, no lo fue para consigo mismo, tal vez creyendo que con la muerte mantendría la misma invulnerabilidad que con las balas.
Como miliciano ya se había probado en las montañas del Escambray, tras los alzados. En Angola se probaría como corresponsal de guerra. Para él nada más parecido que una cámara y un fusil. Con ninguno se podía fallar. Y a él siempre le correspondió tirar desde adentro. Y aunque dice que nunca sintió miedo, sí me confesó un día el cosquilleo que produce la cercanía de los proyectiles.
Pero con el cáncer, no se imaginó ni el susto. Lo retó con esperanza, en una prodigiosa renunciación de saboreos y nicotina. Y lo obvió con disciplina militante, caminando la ciudad, visitando la redacción del periódico al que llegó a mediados de los años 1960. Y le avisó, para colmo, en casa de un amigo. Luego y rápido, un poco de hospital, un tiempo más de oxígeno. Finalmente: respiración tranquila, lejana, imperceptible, ausente.
Digamos que José Hernández Mesa solo se demoró enfocando, buscando el ángulo preciso. Para ya de noche, sin referencia exacta, apretar el obturador…
Apenas un fotograma más, un último flashazo.
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