La fuente transmite nueva información en relación con el número de individuos que formaba cada unidad familiar. Predominaron los hogares formados por dos y tres personas, tal y como figura en el cuadro.
Eran familias nucleares integradas por un matrimonio sin hijos, con un único vástago, y una viuda o viudo con dos hijos. La generalidad no resulta tan absoluta como en principio parece, puesto que también hubo hogares formados por seis, siete u ocho individuos; es decir, la llamada familia múltiple.
La relación mencionada subraya una prodigalidad de casas integradas por la madre, o el padre, y dos hijos, aunque hay muestras de hogares compuestos por nietos y abuelos; o lo que es lo mismo, familias incompletas.
El predominio de hombres sobre mujeres es connotativo en los núcleos de una sola persona, convirtiéndose en nota significativa sobre todo porque quienes pelearon en el levantamiento eran varones, y fueron los que más murieron en combate, mientras las mujeres y niños intervinieron de forma menos directa.
Un caso tan específico no es fácil de explicar. Pudo deberse tal alteración a quedar las mujeres adscritas a un grupo diferente o a que fuesen separadas en el recuento inicial, algo que chocaba con el mensaje de la pragmática que imposibilitaba dividir a las familias. En fin, aquella sing tructura de otras cuadrillas.
El cuadro refleja otro rasgo axiomático, y tiene que ver con la exigüidad de grupos domésticos constituidos por más de seis personas.
El número de hogares complejos es limitado y deja desmitificada la idea de la existencia de familias extensas y múltiples entre los que llegaban. Distinto es lo que ocurrió una vez asentados.
Queda constancia, empero, de progenies abundantes en los registros del escribano Sotelo, como el hogar de Francisco Albuzate, originario de Lanteira, con mujer y seis hijos, de edades comprendidas entre doce y seis años. Un prototipo similar será el representado por el hogar de Pedro Lozano, también de Jerez, compuesto por su mujer, cuatro hijos y una “morena negra”, presuntamente su esclava.
Ese tamaño del hogar es signo que marca la diferenciación ómica y social entre éste y los otros desterrados.
La fuente ofrece una información complementaria al constatar la presencia de bastantes parientes de primer grado, madre, padre o hermanas, acogidos en el hogar del cabeza de familia. Muy al contrario, resulta poco habitual hallar a familiares de la mujer acogidos en esa casa.
En ese mismo orden de evidenciar peculiaridades, la relación recoge a más de un centenar de personas que vinieron solas, una estructura familiar de solitarios que permite resaltar la irracional fragmentación efectuada en su punto de origen.
De haberse hecho a propósito, quedaría en evidencia una clara vulneración de las instrucciones reales, al destinar á porque los viejos quedaban, por múltiples circunstancias, en el camino.
Cabe pensar, elucidando en busca de respuesta, que pudieron darse otras circunstancias para efectuar una fragmentación semejante, bien que los maridos quedasen huidos en la sierra, hubieran muerto en el transcurso de la revuelta, bien que pereciesen durante el trayecto o escapasen en la marcha al control de los cuadrilleros.
No menos dificultoso es precisar cuántas mujeres de las que llegaban en e viudas, ya que su estado no está aclarado con un vocablo preciso.
Otro indicador que figura es la edad, un dato que más o menos consta en un 85% de los 624 relacionados, y permite construir una pirámide de edades, con alguna imprecisión ante las erratas que contiene la fuente.
Aun así, el modelo presenta ciertos patrones de interés, más en concreto, cuatro intervalos que ayudan a obtener resultados. Veamos cada uno en detalle. En el primero están agrupados quienes contaban de 46 a 50 años y concentraba 60 hombres y un número semejante de mujeres.
El segundo grupo estuvo integrado por el segmento de los que tenían entre 26 y 30 años y en él fueron contabilizados 44 mujeres y apenas un hombre, lo cual llama mucho la atención. En el tercer intervalo aparecen los de entre 36-40 años, con 41 hombres y 26 mujeres.
El último lugar lo ocuparon los comprendidos en el intervalo 56-60 años, un sector representado por 45 hombres y 11 mujeres, como puede verse en el cuadro incluido a continuación. No deja de ser reveladora la insignificancia de mayores de 70 años, cuya nimiedad no es tal en el tramo 66-70 años, donde figuran 6 varones.
Evidencia resaltable es la abundancia de niños frente a niñas, más en concreto en los grupos comprendidos entre los 0 y 5 años y 6 y 10 años.
Las cifras totales, a modo de conclusión, confirman el predominio de hombres frente a mujeres, al sumar los varones 368 y las mujeres 254, una supremacía que, aun siendo generalizada en todos los tramos, es mayor entre 0 y 20 años.
En ese espacio cronológico, los del sexo masculino sumaban 140, frente a 64 mujeres, una desigualdad que vuelve a ser evidente en la franja comprendida entre los 56-60 años.
Las cifras, en definitiva, dejan ver como los menores de 40 años sumaban 432, mientras los que superaban ese límite apenas eran 192.
Esa singularidad posibilita ratificar que con esta partida llegaron gentes relativamente jóvenes, quizás porque los viejos quedaban, por diferentes circunstancias por el camino.
llegar a la ciudad, como sirvientes y criados de ciudadanos con un nivel social medio-alto. Otra fracción quedó bajo el amparo de varias docenas de personas caritativas, un término eufemístico empleado aquí al prestarles cobijo sin contraprestaciones hasta que hallasen acomodo.
¿Qué criterio utilizó el corregimiento a la hora de colocar a los moriscos recién llegados?
La respuesta es que aquel proceso de asiento siguió unas pautas precisas.
El primer paso consistió en dejar registrado el nombre del receptor y su profesión; o lo que es igual, quién tuvo bajo su custodia a un granadino, por interés o por compasión. A continuación, debajo del dato anterior, está detallado el patronímico del morisco adjudicado, el de los componentes de la unidad familiar, su edad, vinculación familiar (hijo de...), para concluir ese asiento con la firma del receptor.
Un análisis pormenorizado de cada recepción manifiesta que las mujeres jóvenes fueron las primeras asignadas, luego llegó el turno a los adolescentes y, por último, serán distribuidos los n bilidad huérfanos al no encontrarse sus padres en ese registro.
Las posibilidades laborales para esas gentes presentaron un espectro sectorial bastante limitado ante su procedencia, con predominio de los que venían de un medio rural frente a los de un medio urbano. Por tal circunstancia, una buena parte de ellos será entregada para realizar tareas domésticas.
Otros, muy inferiores en número, ejercieron de aprendices en algunos de los numerosos oficios urbanos, mientras un número indeterminado llevó a cabo actividades de escasa cualificación en el sector terciario.
En relación con su situación jurídica, la mayor parte de los menores que figuran en la lista onomástica estaban esclavizados, lo cual hace pensar que no fue respetado su derecho a la libertad y condenados a priori a una servidumbre generalizada, aunque la normativa jurídica planteaba excepciones.
En tal sentido, la libertad resultó reversible en casos muy contados. Únicamente si el subyugado podía probar que no era tal.
Esa alteración requirió de un proceso lento; aun así no faltaron las demandas para conseguir una sentencia favorable. Los adquirentes, una vez conseguida la sentencia en su contra, tuvieron que conceder la manumisión a sus pupilos, una libertad limitada, ya que debían obtener un pasaporte para ir de un sitio a otro fuera de la ciudad.
Alguna ventaja obtuvieron, como la de efectuar con su empleador un contrato, en cuyo instrumento quedaban resaltadas dos condiciones básicas: el coste del salario y el tiempo de duración del servicio.
Las demandas presentadas ante el tribunal del alcalde mayor posibilitaron revertir la condición de servidumbre para algunos, sobre todo aquellos que en las pragmáticas estaban exceptuados por su edad. La persistente reticencia de los amos en consen nuentes.
Sobre la esclavitud de los moriscos toledanos existe un estudio todavía inédito.
Su autoría corresponde Esperanza Pedraza, ex archivera municipal, y contiene observaciones muy precisas sobre los cautivos que quedaron inscritos en el recuento efectuado el año 1573, casi tres años después de la primera arribada. Los niños contabilizados fueron 377, de uno y otro sexo.
La cifra, nada despreciable, permite hacer hincapié en ciertas particularidades,41 sobre todo en la distribución parroquial donde habitaban los patronos. El arco de asignación presentó la siguiente composición: 56 granadinos fueron dejados en la circunscripción de Santo Tomé, frente a solo 5 que fueron acoplados en la colación de San Bartolomé y 39 en la capilla de San Pedro.
Los vecinos de los santos Justo y Pastor acogían a 23, otros 28 estaban en la colación de San Andrés, 17 en la de San Cristóbal, el mismo número recibían los de la parroquia de San Román, 19 quedaron registrados en la San Salvador, otros 41 eran entregados a vecinos del distrito de San Nicolás, 29 en San Vicente, 14 estaban al cuidado de residentes de la colación de la Magdalena, 34 en Santa Leocadia, 14 en el minúsculo enclave de San Ginés, 11 vivían en San Juan Bautista, aparte de otros siete en San Miguel, dos en San Martin, siete en San Lorenzo y cuatro fueron entregdos a patronos que vivían en el distrito de san Cipriano.
Las cifras anteriores permiten efectuar dos razonamientos. El primero es de tipo económico y evidencia que sus receptores los dedicaron, por lo general, a trabajar en actividades domésticas, sin una clara especificación.
Ellas quedaron al servicio de las mujeres de la casa y ellos fueron destinados como mozos de todo tipo o aprendices de profesiones artesanales. Su atractivo no pudo ser otro que su bajo coste como fuerza productiva, al tratarse de muchachas y muchachos dúctiles, de fácil instrucción en un oficio y con ningún salario.
La categoría social del empleador, en segundo lugar, presenta un arco nada despreciable, si bien predominan los receptores de cierta envergadura económica y social, aunque otros eran simples artesanos u oficiales de empleos diversos.
Este detalle conduce a otra correlación: el mayor número de moriscos se asignó a toledanos que vivían en las colaciones donde el índice de pobreza era bajo, mientras en los distritos poblados por gente de limitados ingresos apenas si se dejaron. En ese cargo de un patrón en la circunscripción de San Isidoro.
El estudio de Pedraza ofrece otras apreciaciones enjundiosas. En ese componente es menor el predominio de hombres, al sumar estos 62, frente al de mujeres, cuyo número ascendió a 126. La misma superioridad vuelve a ratificarse con los niños, cuya cifra era de 94, frente a 106 niñas.
De ese conjunto, un total de 111 mostraban señales de cautivos, sin distinguir sexo, mientras 107 no estaban herrados.
Las cifras son bastante equilibradas, aunque llevan a interrogantes de dificultosa aclaración como, por ejemplo, por qué unos y otros fueron considerados esclavos. Recordemos que quienes carecían de la marca no debían tener esa condición y, por otro lado, debían ser libres los que no traspasaban cierta edad.
La impresión es que quedó bastante incumplido ese requisito con aquiescencia de las autoridades, circunstancia que produjo un hueco jurídico que sería aprovechado para conseguir la libertad de algunos de esos niños, con grave quebranto económico para sus amos al perder las cantidades pagadas a los vendedores, buena parte de ellos soldados.
Lo cierto y verdad es que la condición de cautivo resultó dificultosa de revertir, a no ser que quedase demostrado que las instrucciones sobre los botines habían sido ignoradas; algo no imposible, pero con numerosos escollos burocráticos.
Algunos lograron tener éxito en su empeño, como sucedió a un tal Ginés, con apenas seis años de edad, cuando sus parientes reivindicaban ante el corregidor el cumplimiento de la pragmática real; puesto que no podían estar esclavizadas personas menores de diez años y medio, si eran de sexo masculino, y de un año menos en el caso de ser mujeres.
Su dueño, el rico mercader Juan Sánchez Cota, justificó su inocencia y argumentó que no figuraba su edad en la escritura de compra protocolizada con el vendedor, un soldado llamado Álvaro López. El alcalde mayor reconoció que no tenía diez años y dio por nula la compra.
No obstante, permitió que permaneciera al servicio de su patrono a cambio de recibir un estipendio, cuyo valor dejó al arbitrio del mercader.
Aquel no es un caso único, y otros certificados evidencian un incumplimiento sistemático de las pragmáticas por parte de los captores, un motivo esencial para obtener la libertad. A la hora de conocer la distribución por sexos de los esclavos repartidos durante el año 1570, es muy provechoso el expediente de los 624 moriscos.
Allí hay bastantes referencias sobre la edad de los muchachos y muchachas; con alguna laguna, bien es verdad. Los asientos confirman que fueron bastantes los toledanos beneficiados por esa operativa. Su intención no era otra que disponer de jóvenes sirvientes sin estipendio e incluso algún receptor los puso a trabajar y cobraron sus emolumentos.
Buena parte cumplió el convenio en toda su extensión y declaraban el valor del jornal acordado, como especifica la siguiente referencia: “Toledo, treinta días del mes de noviembre de mil quinientos setenta, Alonso de Quiros, alcalde ordinario, rescibio a Rafael de Martos, vecino de Xerez, de quarenta años, y a Maria, su mujer, de treinta años, por dos meses, por un ducado cada mes y de comer”.
POR HILARIO RODRÍGUEZ DE GRACIA Profesor de Enseñanza Secundaria file:///C:/Users/L/Downloads/350-350-4-PB.pdf&version;
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