Título: Mortífero, ingenuo y transparente
Autor: María Solís Munuera
Editorial: Vitruvio
Colección: Baños del Carmen, nº464
Páginas: 68
ISBN: 978-84-943093-2-8
Precio: 11€
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Asomarse a la poética de María Solis Munuera (Madrid, 1976) es plantar cara al abismo con ganas de jugar a las adivinanzas con él porque nos encontramos ante un verso nada convencional, la voz de una mujer que sabe que su negociado anda por caminos distantes de lo habitual y pasa por una alquimia entre lo grotesco, lo sugerente y lo tradicional que no resulta nada sencilla de conseguir. Aún así, con el listón muy alto (casi imposible) María simplemente lo elimina ya que no necesita demostrar nada para lograrlo. Ahí quedan como prueba unas 68 intensísimas páginas de pura poesía (y poesía a veces pura) de su primer libro «Mortífero, ingenuo y transparente», publicado hace pocos meses por Ediciones Vitruvio.
No es la primera publicación de la autora, asidua de antologías y atada al timón de su bitácora (siempre tan inconstante como imprescindible en su actualización) llamada «El doble del dentista», verso que también corona uno de los poemas más brillantes de su libro: Amor de madre. Es María una mujer que vive la literatura con elegancia e intensidad bien contenida, que no precisa de artificios rapsódicos para que su palabra fascine, seduzca y también escandalice. A María le basta una página en blanco para retratar el alma de las cosas en sucesiones de imágenes tan profundas como perturbadoras en las que todas las convenciones sociales (la familia en particular) son dinamitadas para proponer al lector una reconstrucción desde un plano más auténtico que parte de una realidad alternativa plena de imaginación y ese lado de la sombra que, paradoja incluida, con tanta brillantez sabe recorrer.
Llama poderosamente la atención su negativa expresa e intencionada a no incluir ningún poema de amor explícito en un libro que, por otro lado, no lo necesita. El combate entre las fuerzas telúricas que impregnan ambos sexos se desarrolla por todo el poemario; pero no es la suya una perspectiva exclusivamente femenina, sino la de una mujer que, desde una posición más justa (sin duda no la de este siglo, por el momento, y muchas cosas tienen que cambiar en nuestra programación instintiva/animal para ello y bien lo sabe María porque a eso canta) aún es capaz de percibir las convenciones que nos constriñen a todos por encima de nuestro rol social tradicional y que nos atan a una espiral de incomprensión.
Aún en su fatalismo, no obstante, encontramos redención. Un humor dulce y muy negro, pero humor, con el que hay que tomarse los desaires del destino y la sociedad porque, en el fondo del abismo, es la única luz que queda. En realidad, es consciente la autora que la propia poesía ya supone un corsé técnico que es preciso tanto ajustarse como destruir desde dentro: nos queda, pues, la sugerencia, el juego, la capacidad de romper todos los esquemas, de saber que «ya es verano porque ha caído un cuerpo en la piscina» por que a María, en ocasiones y citando sus palabras, «una griega me ha penetrado en el vestido». Ese juego con la palabra y el concepto es la más pura definición de la imagen y la metáfora que se va desarrollando con enorme lucidez y potencia tanto en la composición breve como en la larga, puesto que el poemario cuenta con piezas de extensión abrumadora que amedrentarían a algunos poetas en su primer libro pero que ella sabe lucir encadenando imágenes y fascinación con la que se sirve una mesa de almuerzo que «tiene algo de autopsia» mientras nos persigue «el espíritu de la rubia de bote».
En su aspecto físico el libro se viste del formato grande de la Colección Baños del Carmen, cubierta negra con solapas y letra amplia cómoda. Las citas aparecen tanto en original como traducidas. Sin erratas que un servidor aprecie relevantes.
En «Mortífero, ingenua y transparente» se nos revelará el poder de la infinita y recobrada sugerencia, de amarrar la barca comprada que nos sirva para «visitar a los murciélagos» en ese terreno entre penumbra y sueño donde reside la verdad de la que vienen Baudelaire, Dylan Thomas y Valente.
María Solís Munuera ya ha estado ahí, viene con la ingenuidad urticante de las medusas, a contarnos lo que ha visto más allá de los pactos mediocres con los que ponemos el mundo a ralentí. Ella, como bien reza una de sus citas, de la película «La parada de los monstruos»: es uno de los nuestros.
Añado… La mejor.