En la conferencia a la que asistí el otro día, el orador nos comentó que las personas somos muy cognitiva pero poco conductuales (bueno, esto dijo más o menos), refiriéndose a que conocemos muy bien lo que hay que hacer y cómo, pero que luego no lo ponemos en práctica. Vamos, que nos llamó perezosos y no sin razón. Salvo si la atonía, o el tedio nos viene por enfermedad (¡como por supuesto es mi caso!) será bueno que le demos un par de vueltas al concepto de pereza y pensemos si es una buena compañera de camino. Lo más normal es achacarnos a nuestra fuerza interior la sentencia: “Es que soy un vago”. Una vez establecida esta premisa, todo lo que no hacemos a continuación tiene una justificación perfecta (“Es que soy mu perro”). Es bueno que sepamos que frente a la pereza se encuentra la diligencia (esmero y el cuidado en ejecutar algo). Y esta virtud, como todas, se trabaja. ¿Cómo? Cumpliendo los compromisos, poniendo entusiasmo, y trazándose metas fijas con objetivos asumibles. Hay barreras que nos pueden bloquear el intento de ser diligentes y que deberemos pensar un poco:
- Falta de beneficio en relación al esfuerzo utilizado.
- Falta de reconocimiento en el trabajo o actividad realizada.
- Falta de preparación para realizar la tarea.
- Falta de motivación.
- Monotonía laboral.
- No reconocer los talentos.
- Que sea una tarea penosa, que cause cualquier trastorno físico o mental, como dolor de espalda, dolor de cabeza o hastío.