Ya sea en el enorme listado de lugares que recomiendan las guías de viajes, o por los consejos de algún conocido que haya ido antes, el Moulin Rouge está entre los sitios mejor publicitados de París. Con más de un siglo de antigüedad, el mayor cabaret de la Ciudad Luz sigue siendo uno de los sitios más atractivos y seductores para los miles de viajeros que pasan a diario por sus puertas. En esta nota descubran su historia y algunos de los mitos y leyendas que lo transformaron en el espacio donde realidad no entra y la felicidad parece no tener fin.
Para mediados del siglo XIX París no era tan bello y en los suburbios en los que hoy se encuentra el Boulevard de Clichy el olor nauseabundo y la miseria recorrían las calles como un fantasma desbocado. Decenas de artistas regalaban sus dones a cambio de unos pocos francos y la prostitución paracía ser el único oficio que aseguraba una paga razonable para afrontar las necesidades que requiere alcanzar una vida digna.
Pero lo cierto es que algunos años después - luego de que la Revolución industrial se pusiera en marcha y las telecomunicaciones acercaran al resto de la población a la gran capital- la época de oscurantismo y pobreza quedó atrás, originándose una etapa de bonanza y buen vivir que se extendería por lo menos hasta las dos décadas siguientes.
Así es como muchos franceses pasaron a formar parte de la dorada burguesía y con ella surgió un sinfín de necesidades culturales que debían ser cubiertas como un requisito indispensable para que mantuvieran su permanencia dentro de ella. De ese modo se pusieron de moda los cafés, se construyeron teatros, se popularizó la ópera y proliferaron las salas de cine, que en poco tiempo se transformaron en los templos donde se veneraban las piezas filmadas por los Lumiere como si de dioses se tratara.
Aunque claro está, no toda la burguesía buscaba refugio en las actividades culturales más distinguidas y respetables, sino que, por el contrario, algunos solicitaban espacios donde poder disfrutar de ciertos placeres, apaciguar sus vicios y también saciar algunos de sus más bajos instintos. De ese modo, y teniendo en cuenta esas necesidades, nació el Moulin Rouge, justo en la base de la colina de Montmartre.
Al poco tiempo de ser construído, el Moulin se trasformó en el sitio donde sus clientes al entrar colgaban la moral en un perchero, y se la volvían a colocar antes de irse y perderse bajo la mortecina luz de los faroles de la oscuridad de Clichy.
MAS DE UN SIGLO ENTRE EL GLAMOUR Y LOS VAIVENES DE LA HISTORIA
Según cuenta la historia el primer Moulin distaba bastante del actual. Los planos y los relatos de la época dan cuenta de un gran salón de baile con espejos circulares que reflejaban toda la actividad que allí se llevaba a cabo y de un elefante gigantesco de cristal ubicado en un jardín interno en estilo oriental como no existía en ningún lugar del mundo.
Las monumentales bailarinas del can-can fueron la primera atracción que tuvo el cabaret y también las que más inspiraron a artistas de todo tipo a que realicen muchas de sus obras (entre tantos, el más famoso fue Henri de Toulouse Lautrec, quien pese a su discapacidad física supo alzarse como uno de los grandes personajes del salón y pintar casi de un modo testimonial lo que allí sucedía por entonces).
Ellas duraron como atracción por casi una veintena de años aunque su furor comenzó a decaer al comienzo del período de posguerra de la Belle Epoque, quizás debido a cambios en el gusto de la burguesía y de las tendencias que la moda europea y la aristocracia de las principales capitales del mundo imponían como ley.
Así es como a partir de los primeros años de la década del 30 el Moulin muta en su figura de cabaret prostibulario y de burdel de la alta sociedad, para transformarse en un templo para la opereta y de los números musicales, los cuales atraen a grandes cantidades de público en poco tiempo y genera algunos ídolos como lo fueron los casos de la diva Mistinguett o de los cantante Charles Trenet y Maurice Chevallier.
Pero cuentan que para 1939, con la partida repentina de Mistinguett y el inicio de la fatídica Segunda Guerra Mundial, el Moulin volvió a sufrir los embates que las cuestiones sociales le imponían y permaneció cerrado mientras duró el conflicto bélico (algunos dicen que la decisión la tomaron para que no se transforme en el “kabaret” de los nazis en el caso de que Hitler los invadiera, cosa que finalmente sucedió).
Dos años después de finalizada la guerra reabrió sus puertas, pero las modas habían cambiado y el viejo modelo del music-hall con el que lo habían cerrado debió adaptarse a las nuevas tendencias que, en ese momento, venían de Norteamérica, como los Cotton Club o cantantes que eran seguidos por figuras del hampa, ubicados al otro lado del océano.
En 1951 la inolvidable Edith Piaff entonó por primera vez las estrofas de su tradicional himno “Je ne regrette rien”y el Moulin poco a poco fue recobrando el carácter aristrocrático que siempre lo caracterizó. Para 1953 quedaron realizadas las refacciones que se habían encargado y se lo reinauguró con todas las pompas, recibiendo a las estrellas más reconocidas del mundo del espectáculo, la política y de la alta sociedad.
Así es como se mantuvo hasta finalizada la década, y muerto George France (el último dueño) se vio nuevamente transformado. Con las riendas en manos de su hija, única heredera, el local fue reformado íntegramente y se redimensionó el salón de baile, anexándole el enorme restaurante que se ve hoy, además de incorporar la gigantesca piscina para números acuáticos entre los que no faltaban animales exóticos o bailarinas como sirenas vivientes.
Desde entonces, el Moulin es un lugar donde se pueden ver los mejores espectáculos de revista-music-hall, mientras se cena en el exclusivo restaurante y se vive por unas horas en una encantadora atmósfera de bohemia tal cual como los años en los que las bailarinas levantaban sus piernas y agitaban las polleras con los volados de los colores de la bandera francesa.
Las revistas duran varios años y son cambiadas en el caso de que no tengan éxito (algunas de las últimas fueron Formidable! Cést si bon! Y Féerie que es la última y que lleva casi diez años en cartel, representándose ininterrumpidamente todas las noches con una gran asistencia de público).
Si bien la entrada al espectáculo del Moulin es uno de los más caros del mundo (oscila entre los 150 y 300 euros según la ubicación y dependiendo de la cena que se elija), no es necesario hacer semejante gasto si no se cuenta con el dinero, puesto que con sólo tomarse el metro e ir a apreciar la belleza de su fachada, sus letreros y la gigantesca aspa que gira lentamente ya podrán darse por satisfechos.
Desde hace algunos años, en la terraza del Moulin se habilitó un amplio bar de estilo minimalista que se llama La Machine del Moulin Rouge y que atrae al público más joven. Quienes la visitan pueden optar por quedarse en el bar que es más tranquilo (allí hay un escenario donde suelen tocar bandas en vivo) o asistir a la discoteca donde miles de personas bailan frenéticamente al ritmo de la música disco o electrónica.
Cómo llegar:
Métro: Blanche (Ligne 2) o Place Clichy (Ligne 13).
Bus: 30 – 54 – 68 – 74 (Arrêt « Blanche »)
Noctilien
N01 ou N02
Parking Rédélé
11, rue Forest 75018 Paris