Mourinho dejó pocos momentos de felicidad en el madridismo. En el madridismo que vale la pena. En el rancio y fascistoide legó hasta una escuela de pensamiento. De la única alegría que yo recuerdo se han cumplido ocho años hace unos días, en pleno confinamiento. El 21 de abril de 2012 había clásico en el Camp Nou. Barça y Madrid se enfrentaban. Si el equipo de Guardiola ganaba se colocaba a solo un punto en la Liga. Si mi equipo y el de Mourinho (hechos no relacionados) vencía, sentenciaba el campeonato. Un amigo culé (y canarión) visitaba la ciudad porque se había autorregalado una entrada para el evento. Yo ya había quedado con él para celebrar lo que fuera en el post-partido. De pronto, una entrada queda libre, alguien que no puede asistir: Carlos, ¿te apuntas?, allá vamos, es una entrada separada y te sentarás solo, no importa. Allí fuimos, allí me senté solo entre la culerada fanática y allí vi el pase de Özil y el gol de Cristiano que decantaban el partido y que yo celebré con interioridad y alevosía.
¿Y a qué viene esto ahora? Pues a que me falta fútbol y me agarro a lo que sea. Pero también a que Mourinho, lo sigo pensando, no fue un triunfo. Ese partido que nos dio una Liga se ganó, pero no fue un triunfo. Su Copa y su Supercopa tampoco fueron triunfos. Ficharlo para neutralizar al mejor Barça de la historia, tener eso como único objetivo, no es algo de lo que sentirse orgulloso. Esquivar una bala, minimizar las bajas, está bien durante una catástrofe, pero no es algo por lo que sacar pecho.
Soy sincero si digo que me ha sorprendido para bien la reacción de nuestro gobierno ante el coronavirus. La reacción. Creo que con los mimbres que teníamos y la explosión brutal de casos y fallecidos con que comenzó la crisis, la respuesta es digna de alabar. De alabar mucho. La curva, grande, inmensa, se ha aplanado y doblegado con mayor velocidad que en otros países. Y las UCIs, al borde del colapso durante muchos días, no llegaron a implosionar. Se ha esquivado una bala (una bala enorme de un cañón muy grande) bien esquivada. Pero esto no ha sido un triunfo. Ha sido un alivio. Un alivio inesperado, me atrevo a decir.
El triunfo gordo habría sido que el virus, al entrar en España, se hubiera dado de bruces con unos recursos sanitarios fuertes, con una sanidad, que además de pública y universal, estuviera bien dotada, con unos trabajadores bien pagados y equipados. Pero esa carta ya no se puede jugar. Ni envido ni chico fuera. El triunfo será salir de aquí mejor de lo que entramos. Gastar el dinero que sí tenemos en lo que realmente necesitamos. En lo que diferencia vida de muerte, salud de enfermedad, esencial de importante. No seamos el entrenador que coge al mejor equipo del mundo y lo convierte en una piltrafa sucia y rencorosa que vive al día y se deshace en su propia angustia. Pongamos, ahora que tenemos aliento suficiente para respirar hondo, la mira mucho más larga. Salgamos al campo a ganar bien.
No tengo claro que de esta crisis vayamos a salir mejores personas. Sí tengo claro que esta es una oportunidad única para lograrlo. Lo que es seguro es que estamos perfectamente capacitados para desaprovecharla.