…pero no moverse todavía más.
Te mueves. Haces ejercicio. Practicas un deporte. Llámalo como quieras.
Tiene sus riesgos…
A veces notas cosas. Un pellizquito en la rodilla. Un cruc-cruc en el hombro. Un tironcito en la ingle. Qué le vamos a hacer. El movimiento te va dando sorpresas, y te va enseñando por dónde seguir.
Está claro que si te pasas, esas cositas pueden acabar en lesión. Generalmente ocurre cuando no has entendido muy bien esto del movimiento, sobre todo en cuanto a la lentitud y la paciencia en la progresión. Malditas prisas, malditas comparaciones con el gurú de turno, malditas revistas, malditos objetivos.
O no te mueves. No haces nada de nada. Ni caminas. Te pasas el día sentado, motorizado o estirado.
Tiene sus riesgos…
Tu musculatura se atrofia. Tus huesos se descalcifican. Tu circulación es penosa. Tu capacidad pulmonar es escasa. Tu cuerpo no tiene ni idea de cómo gestionar la energía. Tus neuronas se mueren.
Y te duelen la espalda, o las rodillas, o los hombros, o las manos, o las cervicales. Y se te hinchan las piernas. Y te ahogas al mínimo esfuerzo. Y te engordas. Y pierdes coordinación, equilibrio, memoria…
Si las dos opciones conllevan riesgos, ¿cuál elegir?
Un pequeño matiz las diferencia.
Lo que depara no moverse te lo sabes de memoria, puedes preverlo, no tiene ningún misterio, sabes perfectamente dónde terminará.
Lo que depara moverse es incierto, una aventura, una sorpresa, un aprendizaje impredecible, no tienes ni idea de adónde te llevará.