El pasional Wolfgang Amadeus Mozart, el genio más libre de la historia de la música, seguramente hubiera deseado exhibir casi desnudas a las cantantes de sus óperas en el Festival de Salzburgo, aunque aderezadas ahora con maquillajes marca Lancaster y sensuales medias Palmers.
Esas marcas patrocinan las fiestas musicales de la ciudad austriaca donde nació el músico y así brotaron este año las coristas de “Don Giovanni”, unas chicas espectaculares de larguísimas piernas.
Las primeras voces fueron algo más pudorosas y salieron con maquillaje y exhibición de sostén y bragas.
Nunca se mostrarían así Maria Callas, Renata Tebaldi o Montserrat Caballé, damas del mayor peso artístico y, en algún caso, también físico.
Pero el director Nikolaus Harnoncourt exigió tal guisa a una nueva generación de cantantes entre las que destacan la mezzo checa Magdalena KoZená y la soprano rusa Anna Netrebko.
Bellos rostros eslavos, con faringes esculpidas para el canto, cuerpos de deidades de los ventisqueros y ópera fundida con ellas: tienen belleza, pero también voz, voluntad y talento.
Pronto los teatros de la ópera querrán solamente bellas cantantes como ellas o dioses apuestos, esbeltos y magníficos, como el tenor Michael Schade, capaces de anunciar pociones adelgazantes y material deportivo.
Como consecuencia, contratarán menos a los Pavarotti o Caballé, de portentosas gargantas, pero de difícil exhibición publicitaria. Plácido Domingo, con su voz, pero también con su imponente y atractivo físico, está más cerca de la nueva estética
Vienen malos tiempos para la lírica obesa, que solo podrá anunciar comida-basura, y buenos, sin embargo, para el recuerdo de Mozart, que de vivir ahora no moriría indigente por falta de patrocinadores.