Revista Cultura y Ocio
Julio Montes
El Coleccionista de
Cráneos Célebre
Los grandes genios de la música y la pintura tienen algo en común aparte de su extraordinario talento: todos ellos tuvieron, después de muertos, un cráneo con vida propia. En el libro 'El coleccionista de cráneos célebres', el doctor Julio Montes, internista del Hospital Meixoeiro de Vigo, detalla la peripecia de tanto cráneo perdido, robado o falso. Durante el reciente Congreso de la Sociedad Española de Medicina Interna, presentó datos nuevos sobre el cerebro de Einstein, las enfermedades de Beethoven o los restos de Mozart, y en la actualidad estudia la relación de éstos y otros gigantes del arte con sus galenos. Ahora que la cartelera cinematográfica resucita una vez más las vidas de Goya o Beethoven, el doctor Montes repasa algunos enigmas que rodearon a la desaparición de sus cráneos.
Entrevista
Pregunta.- ¿De dónde le viene esta pasión por los cráneos de los genios?
Respuesta.- Fue a raíz de una enfermedad que me tuvo en casa una semana sin poder ir a trabajar al hospital. Aproveché para leer una biografía de Goya. Me llamó la atención lo poco que se sabía sobre la causa de su muerte. En la literatura médica apenas había información, a diferencia de lo que sucede con las numerosas investigaciones centradas en Beethoven o Mozart. Mi esfuerzo era reivindicativo: Goya ocupa en la pintura un lugar comparable al que estos compositores ostentan en la música.
P.- Escribió entonces 'El coleccionista de cráneos célebres' pero podía haberse titulado 'Aventuras y desventuras de un cráneo'.
R.- En muchos casos el cráneo de estos artistas desaparecía y volvía a aparecer, pero tiene una explicación. La mayoría muere entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Es un periodo que coincide con el predominio de la frenología, una teoría médica según la cual por el estudio de las protuberancias del cráneo se podía deducir el carácter de una persona. Los seguidores más fanáticos consideraban los cráneos de los grandes hombres de su tiempo como preciados trofeos.
P.- Alguno, como el de Mozart, ha seguido siendo noticia hasta hace bien poco.
R.- Al ser enterrado en una fosa común, la calavera se extravió. Parece que un enterrador la recuperó. Durante mucho tiempo se ha exhibido en el museo dedicado a Mozart en Viena. A principios de este mismo año, la televisión austriaca anunció un descubrimiento sensacional sobre la identidad del cráneo. Se comparó el ADN, fundamentalmente de los dientes, con los de su abuela y su sobrina. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que el de ellas no estaba genéticamente relacionado. Sigue sin saberse si el que está en el museo es o no el auténtico.
P.- ¿Puede un material óseo enterrado hace dos siglos seguir proporcionando información médica tanto tiempo después?
R.- Ahí está el cráneo de Beethoven para demostrarlo: murió en 1827 y el último estudio sobre sus dolencias se publicó en 2005. Ha dado información valiosa de una enfermedad que sufrió y de otra que posiblemente no padeció. Durante mucho tiempo se creyó que tuvo sífilis, infección que solía tratarse con preparados ricos en mercurio. Ni en el cráneo ni en su cabello se han encontrado cantidades significativas. Si tuvo sífilis, no fue desde luego en los últimos años de vida. El de Beethoven fue otro de los que robaron. Se supo 30 años después cuando se quiso mejorar el estado de su tumba.
P.- El cráneo de Goya, aún en paradero desconocido, ha dado sin embargo mucho juego.
R.- Hay una novela de Vicente Muñoz Puelles: 'El cráneo de Goya' que relata cómo lo robaron probablemente antes de ser enterrado. En 2000 se estrenó una ópera que tenía también la calavera del pintor como personaje principal. En cualquier caso, con cabeza o sin ella, sabemos que está enterrado en la sacramental de San Isidro en Madrid. Por desgracia, no podemos decir lo mismo de Cervantes, Góngora o Velázquez.
P.- Entre tanto material destaca uno: el de Einstein. ¿Fue el mejor cerebro del siglo XX una pieza codiciada?
R.- No está claro si dio o no autorización para que se estudiara su cerebro. El caso es que el forense Thomas Harvey se quedó con él, lo metió en un frasco de formol y lo dividió en 250 partes. Tras 23 años de la muerte del científico, un periodista americano localizó a Harvey en un pueblo remoto. Desde entonces fue repartiendo trocitos hasta que en 1999 apareció como uno de los firmantes de un estudio publicado en 'The Lancet'. Según él, al cerebro le faltaba una parte del lóbulo temporal y esta anomalía haría posible que sus neuronas recorrieran menos espacio de unas a otras, estableciendo más asociaciones de lo habitual.
P.- ¿La hipótesis es descabellada?
R.- Soy bastante escéptico. Murió a los 76 años, demasiado mayor para que el estudio sea relevante. Intenta sacar conclusiones sobre una inteligencia que había dado lo mejor de sí 50 años atrás es, cuando menos, complicado.
P.- ¿Tiene debilidad por algún cráneo célebre en concreto?
R.- Como homenaje a su extraordinaria obra, diría que siento pasión por la calavera imposible de Mozart. (Fuente)