Revista Libros
El padre de Oscar Wilde, William Robert Wilde, se embarcó con 22 años en The Crusader, el 24 de septiembre de 1837 con destino a Madeira, Islas Canarias y el Mediterráneo. Acompañaba a uno de sus pacientes aquejado de tuberculosis y que siguiendo los consejos de su médico buscaba el clima benigno de las islas atlánticas. William R. Wilde decidió relatar este viaje que se publicó en 1840 con el título de Narrative of a Voyage to Madeira, Tenerife and along the Shores of Mediterranean. La editorial IDEA publicó: Narración de un viaje a Tenerife (2004) que recoge las vivencias de Wilde en esta isla, sus opiniones sobre la capital, Santa Cruz, o sobre La Laguna. Mr. Wilde se preocupó de pregonar su admiración por el pueblo y la belleza de La Orotava, lugar que recomendó encarecidamente por su clima para aquellos europeos que tuvieran complicaciones respiratorias. Años más tarde provocó un encuentro con el explorador Alexander von Humdbolt, padre de la geografía moderna y el primero que observó esta isla con ánimo científico.
Si bien al principio, cuando desembarca en el Puerto de Sta. Cruz, la visión del Teide, según cuenta, le decepcionó bastante, la ascensión a caballo del volcán sólo en 20 horas, con su amigo, Mr. William Meiklam, y un grupo de guías la describe con profusión y entusiasmo: «Alcanzamos la cina a las ocho y media y mi primer impulso fue arrastrarme hasta la punta más alta de la pared del pico, en el lado sureste, en el lugar en que se inclina a ambos lados hacia el Oeste. Esa mañana esta solfatara (o volcán medio apagado) estaba más activa que de costumbre; grandes espirales de humo salían de las numerosas cavidades y grietas que hay en la cuenca del cráter. Éste es más pequeño de lo que esperábamos, pues sólo tiene unos cien pues en su parte más ancha; es poco profundo, el borde es muy irregular, de forma ovalada, y tiene un margen de lava compacta y blanquecina. Descendimos a su interior y descubrimos que la abertura por la que salía el humo estaba más cerca de la esquina del suroeste y que se hallaba revestida con hermosos cristales de azufre. Al romperlos con un palo, vimos que estaban extendidos dentro de pequeñas cámaras. Algunos de estos cristales eran singularmente hermosos, de un color muy brillante y variando de una naranja dorado profundo hasta el color pajizo más claro (…)»
Este médico aventurero no repara en verter sus críticas contra el papanatismo de la burguesía tinerfeña, y sus quejas hacia la carencia de alojamientos para los “turistas” ingleses. Las pésimas condiciones en las que se encuentra el Jardín Botánico a cargo de un francés «completamente ignorante, que no es botánico, ni jardinero» le debió pesar mucho al irlandés ya que por las descripciones que hace sobre la flora canaria, se deduce era un enamorado.
Del drago cuenta: «La especie a la que pertenece tiene una apariencia extraña y grotesca. Se caracteriza por un tronco corto, grueso y sin hijas, ramificándose en la cima en una serie de brazos diminutos, no distintos a los de un candelabro, cada uno coronado por un manojo de hojas. (…) Uno siente cierta veneración al encontrarse al lado de este patriarca del mundo vegetal, que ha resistido al sol y las tormentas de siglos. Se supone que es uno de los árboles más viejos que existen y es un compañero apropiado del roble de Cowthorpe, del gran castaño de Tamworth, de los olivos de Getsemaní, del gran árbol de Frauhenstein, del Castagno di Cento Cavalli, en el Etna, y los aún más viejos, aunque desgarbados, baobades representado en la Embajada de Macartney. La edad combinada de unos pocos de estos árboles nos trasladaría al nacimiento de la vida en nuestro planeta.»
Wilde fue un mujeriego empedernido durante toda su vida, su mujer, interesante activista política, escritora y periodista, Lady Francesca Elgee , testificó ante el tribunal en defensa de su marido, por un problema de faldas. La belleza de la mujer canaria, como buen observador, no se le pasó por alto:
«La gente de Tenerife, concretamente la de Santa Cruz es bien parecida. La mujer sin lugar a dudas es lo más atractivo que he visto desde que dejé Inglaterra; por regla general son altas y de buena constitución. Con elegancia en el vestir, combinada con la misma atracción personal que existe en Inglaterra, suelen tener una tez aceitunada clara y unos brillantes ojos negros».