Ya hace cinco años, un lustro, que desde Chirstchurch, Nueva Zelanda, recibí la llamada de la entonces viceconsejera de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias (Milagros Luis) para indicarme que, tras la reunión del plenario de la UNESCO, el Parque, nuestro Parque Nacional del Teide, había sido, por fin, proclamado Patrimonio de la Humanidad.
Me llamaba a mi porque durante el año 2006 y parte del 2007 fui el responsable de hacer notas de prensa, entrevistas, dirigirme a instituciones públicas y privadas, redactar memorandos e informes, trabajar conjuntamente con el personal del Organismo de Parques y la Viceconsejería etc…. y a modo de agradecimiento decidió que fuera yo la primera persona, después de los que estaban allí, que lo supiera.
Admito que respiré profundo, y me sentí muy orgulloso de mi trabajo como periodista en esta campaña. Quizás sea la única vez en que he sentido tan profundamente que he hecho un trabajo bien. Y nada menos que el resultado, no solo de mi trabajo, por supuesto, pero sí de parte de él, lo dirimieron unos señores desconocidos en las antípodas.
Hoy, cinco años después, muchos de nuestros paisanos ignoran qué es el Parque Nacional del Teide, más allá de ser el pico más alto del territorio nacional, y eso es una pena. Con Patrimonio Mundial o sin él, con las competencias en la CCAA o sin ellas, seguimos desconociendo los valores que se albergan allá arriba… y no sólo los del paisaje, la geología, la flora y la fauna, sino también los culturales y ancestrales.
Suban un día al amanecer y paseen por una de las rutas. Empezarán a entender lo que digo. El Teide no es sólo 3.718 metros de altura y un teleférico.
Es mucho más