¡Dividir a Sudán! El viejo sueño norteamericano sigue en pie, y para ello están disponibles las arcas de Washington. Mucho, mucho money —nunca falta para las guerras y la desestabilización— corre por la canalita para invertir en la fragmentación de uno de los más extensos y ricos estados africanos, y en la construcción de un nuevo satélite pro estadounidense en la región.
Hoy, uno de los puntos esenciales de la agenda norteamericana para Sudán es allanar el camino para que se cumpla por completo el Acuerdo Integral de Paz (CPA), uno de los logros de la diplomacia intervencionista de Bush.
Firmado hace cinco años en Naivasha, Kenya, dicho convenio es de vital importancia para EE.UU., pues según lo acordado, las regiones del Norte y el Sur, que llevaban unos 20 años en enfrentamiento por el control de los recursos naturales, compartirían el poder y la administración de las riquezas hasta 2011, cuando se debe realizar un referéndum en el que la parte meridional del país decida si quiere seguir unido al Norte o votar por su independencia.
A Washington se le hace la boca agua nada más de pensar que en la región austral sudanesa pudiera levantarse un estado independiente con muchas riquezas petroleras, si quedara desgajado del país producto del referéndum. El nuevo fortín le serviría a EE.UU. como un satélite en la región, y le facilitaría aún más el trabajo sucio para socavar al gobierno islamista de Omar Hassan al Bashir.
Para este año, EE.UU. tiene pensado utilizar 42 millones de dólares, solo para continuar las operaciones de apoyo a la implementación del CPA. Ello se traduce en el sostén logístico y el asesoramiento para transformar al Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA) —guerrilla que opera en el Sur —en una verdadera fuerza militar profesional, capaz de enfrentarse al gobierno, así como para la creación y fortalecimiento del entramado institucional de la porción desgajada.
A través de la «diplomacia», supuestamente en función del establecimiento de la democracia occidental y la paz, Washington intenta destruir el estado sudanés, dando mucho dinero, como mismo venía haciendo a través del apoyo armamentístico y entrenamiento militar al SPLA, dirigido hasta su muerte, en julio de 2005, por John Garang, quien fue alumno de la escuela de las Fuerzas Especiales estadounidenses en Fort Benning, Georgia. De la misma manera operó Washington en Darfur, cuando dio su espaldarazo a grupos insurgentes de esa región occidental sudanesa, que se enfrentan a la administración central por las mismas razones: poder y recursos naturales.
Las cuentas para desestabilizar parecen no tener fin en las arcas de Washington. El rotativo local Sudan Tribune, reporta que la cónsul norteamericana en Juba —capital de esa región sureña—, Ava Rogers patentizó el compromiso de su país con el referéndum, en un encuentro con el vicepresidente del gobierno de esa región semi autónoma, Riek Machar Teny, al contarle que se destinarían 60 millones de dólares para los arreglos de esa consulta.
La exuberante suma será canalizada a través de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), tan famosa como la CIA en crear e incentivar conflictos internos. En ese fin también participarán otras agencias estadounidenses calificadas de «independientes».
El desembolso, por supuesto, ha sido celebrado por muchos políticos partidarios de la separación, como un buen trabajo de Washington, y esperan ingenuamente —quizás no, y estén montados en la misma montaña rusa— que tras una división del Estado, los del Sur construirán mucho mejor su destino y vivirán felices y agradecidos de la cooperación de la potencia americana. Pero esa intervención con guantes de seda tiene un alto costo político y económico.
La historia lo dice todo: 17 años en las hipócritas listas de países patrocinadores del terrorismo que EE.UU. se arroga el derecho de elaborar; más de diez años de constantes sanciones y castigos para ahogar el desarrollo económico de ese país pobre; amenazas de intervenciones militares; anuncios de apretones de mano a cambio de sumisiones; un bombardeo a una planta de productos farmacéuticos en 1998; y un cambio de régimen porque el actual no se alinea a los intereses imperialistas y, desafiante, busca su porvenir a través de negocios con países como China, India, o Malasia ¿Acaso el pueblo sudanés puede esperar algo bueno de ese que se vende como un «amigo»?