Primero fue el libro, publicado por la editorial SM, y ahora llega la película, con Martin Scorsese detrás. Si el primero es una de las joyas del sello afincado en Madrid, una historia narrada con imágenes, en una bellísima edición; la segunda es efectista, desde luego, pero ¿cumple las expectativas?
En los eslóganes difundidos para atraer a esta película varios premios del “Oscar” 2012, se dice que está nominada nada menos que para once de ellos… Se nos antojan demasiados, pese a las intrigas de la Academia, que le propiciarán varios con seguridad.
Los 126 minutos de duración del filme lo convierten en una pesadez casi insoportable, desde luego para sus presuntos destinatarios, los niños.
Pero también los adultos nos aburrimos con las peripecias y sufrimientos de los huérfanos en la estación ferroviaria de Montparnasse de París, en los años 30 del siglo XX.
Por más carga “dickensiana” que se insufle al argumento, lo que le sucede a Hugo Cabret tras la muerte de su padre, el mantenedor de los relojes de la estación, no llega a emocionarnos, no nos llega a la fibra sentimental.
Todo suena a “pastiche”, salvo la recreación de los orígenes del cine de la mano de George Méliès, que siendo un homenaje a aquellos soñadores, se convierte en la única razón de la realización de este filme tan costoso destinado a los niños. Los 170 millones de dólares que le pusieron en bandeja a Scorsese, debieron fulminarse en efectos especiales y versión en 3D, que no aportan nada aparte de sobrevolar París y recorrer los andenes de la estación sorteando a los viajeros.
Nos quedamos con la reconstrucción y rescate de algunos de los cortos de Méliès y el cariño con que está tratado el personaje y su fascinante esposa. Pero más de dos horas hablando en inglés en el París de los años 30, se hacen insufribles a cualquier sensibilidad europea.
¿No podían ofrecer una versión en francés con subtítulos? No creemos que los espectadores estadounidenses sean tan perezosos o tan despectivos a otro idioma.