Revista Regiones del Mundo

Mudarse no es viajar

Por Lachicamiscelanea

Parece una obviedad pero recién estoy cayendo. Pasaron 3 años desde que me fui de Argentina y recién ahora estoy comprendiendo lo que hago.  El peso que tiene. Lo difícil que realmente es.

Será que recién ahora me está empezando a pasar factura.

Si viviera de viaje, solamente tendría una mochila con lo indispensable. En su lugar cargo con un mastodonte de valija, una mochila y el bolso de la computadora. Cada vez que me voy dejo la mitad de lo acumulado atrás y sigo sin poder aligerar el peso de la carga.

Si viviera de viaje, cada cierto tiempo cambiaría de locación. Podría ser cada 2 días, semanas o meses. En su lugar me instalo por un año, recorro las mismas calles, tomo los mismos colectivos, creo una rutina.

Si viviera de viaje, dormiría en hostels, o en carpas o en el sillón de alguien que me reciba en su casa. En su lugar armo un nidito en cada nuevo país, compro los muebles que puedo pagar aunque sean horribles. Adorno la pieza con recortes de revistas y flores, lo que sea que la haga acogedora.

Si viviera de viaje, me la pasaría conociendo gente nueva, encuentros casuales pero siempre enriquecedores por más fugaces que sean. En su lugar, creo vínculos con gente que sé que tengo que dejar y que no sé cuándo voy a volver a ver, amigos que extraño todos los días y amores que me hacen desear estar en el otro lado del mundo.

Claro que todavía viajo. Viajo cuando tengo algún fin de semana largo a algún lugar que quede cerca. Viajo por meses por países de ensueño, mientras hago tiempo hasta encontrar una nueva dirección. Viajo cuando se me vence la visa y me veo obligada a irme del nuevo hogar que armé. Viajo cuando puedo y cuando quiero, sea por lo que sea, porque es lo que me llena el alma

Viajo y conozco, y me doy cuenta de que no es lo mismo.

Que por más que hayas aprendido a tomarte el metro en Tokyo sin ayuda de Google Maps no quiere decir que te puedas largar por el laberinto que es la ciudad sin ayuda. Que por más que compres cervezas en los kioscos de Berlín y la vayas tomando en la calle como los locales, todavía dependés de tus amigos que hablan alemán para hacerlo.

Lo vivido y aprendido durante los viajes se extraña, pero nunca tanto como lo que dejás sin la intensión, o la posibilidad, de volver. Los viajes se saben que son irrepetibles y no esperamos extenderlos en el tiempo. Las experiencias se viven con una intensidad insostenible, con un desapego sobrenatural.

Pero la vida que se construye inevitablemente al estar en lugar por mucho tiempo, esa vida te convence de que las cosas pueden ser así por siempre. Promete la seguridad de una casa donde dejar tus cosas, la posibilidad de dejar libros y adoptar un perro, de ver a tus amigos cuando tengas ganas, de armar un hogar con esa persona. Te da el regalo de no tener que empezar de cero constantemente.

Viajo y conozco, y me doy cuenta de que no es lo mismo. Que cortar los lazos con un lugar donde viviste duele como cortar raíces.

Claro que todavía viajo. Viajo para conocer el mundo. Pero por sobre todo viajo para encontrar mi lugar en el mundo.


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