Revista Opinión

Muere Muhamar Gadafi y ETA deja las armas

Publicado el 21 octubre 2011 por Santiagomiro

Muere Muhamar Gadafi y ETA deja las armas. Gadafi, vivo.
Muere Muhamar Gadafi y ETA deja las armas.
Gadafi, muerto.

Muere Muhamar Gadafi y ETA deja las armas.Eta anuncia el fin de la violencia.

Ayer fue el final de Gadafi, en Trípoli, coincidiendo aparentemente con el de ETA, en España. Muamar el Gadafi, un sátrapa de 69 años, moría en Sirte, a 373 kilómetros al este de Trípoli, en circunstancias harto confusas. Y ETA declaraba que dejaba las armas, tras 43 años de violencia y 829 víctimas mortales. Gadafi era herido por un ataque aéreo de aviones franceses o británicos de la OTAN. La cadena de televisión Al Yazira emitió un vídeo en el que se mostraba su supuesto cadáver, y se difundieron fotografías del lugar donde fue encontrado con un hilo de vida. Al parecer, fue herido en la cabeza y en una pierna cuando intentaba huir de la ciudad mezclándose con los civiles. Durante una rueda de prensa, el Consejo Nacional de Transición (CNT) aseguraba que había muerto durante un tiroteo que se desató tras su captura entre sus partidarios y las fuerzas rebeldes. En un vídeo con sus últimas imágenes se puede apreciar cómo el ex-líder libio se encuentra malherido y rodeado de rebeldes. Su muerte coincidió con la caída de Sirte, su ciudad natal y el último bastión de la resistencia a las fuerzas del CNT. El cerco, mantenido por unos 9.000 milicianos que disponían de vehículos equipados con ametralladoras y cañones sin retroceso, ha durado más de un mes y ha arrasado la ciudad. La banda terrorista ETA anunciaba el “cese definitivo” de su actividad armada. Veremos próximamente en qué queda todo.
Tras 41 años en el poder, Gadafi había convertido a Libia en una finca familiar. Sus pretensiones dinásticas, su culto a la personalidad y la constante represión de la disidencia, así como la acusación a los libios de todos los males del país, lo convirtieron en un cruel dictador que se permitía viajar con su famosa falange de amazonas supuestamente vírgenes y sus camellos, o lucir un vestuario singularmente exclusivo. Era capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala, o de comparecer en un acto oficial maquillado como una Barbie y con zapatos de tacón. Pero era también un dirigente astuto y pragmático, que supo abandonar a tiempo el papel de azote de Occidente y de máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y en las capitales europeas, como en España, donde acudió en alguna ocasión y fue recibido por los presidentes González, Aznar, Zapatero o por el mismo Rey. Un diplomático francés le definió como “un kamikaze que jamás pierde el control”. Y un diplomático estadounidense como “inteligente y reflexivo, bajo una apariencia estúpida”.
Gadafi intentó fusionar Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, invadió Chad, respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África poscolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire), financió sin discriminaciones ideológicas a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le pidiera dinero y participó en casos de terrorismo de Estado en el extranjero como la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986, Pan Am en 1988) o de una discoteca en Berlín (1986). Pero Gadafi prefirió pagar el precio del perdón. Había soportado, en 1986, un bombardeo ordenado por Ronald Reagan en el que murió su hija adoptiva Ana, de cuatro años. Aun así, eligió la reconciliación. Pagó indemnizaciones, ofreció contratos petrolíferos, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush y, en 2008, acabó siendo invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. Incluso propuso que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado Isratina. Y, cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran “idiotas”.


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