Acaba de producirse en EE.UU. una noticia de apariencia intrascendente que explica la relación entre el fervor islámico de creyentes supuestamente integrados en una sociedad libre y su exigencia de que se ejecute a los apóstatas.
Son respetables miembros de una comunidad, pero su mensaje oculto es el brutal purismo inicial, el salafismo origen de los fanatismos que llevan casi naturalmente al yihadismo.
A veces se elige gente así como servidora del Estado: es el caso de Fouad al-Bayly, imán del Centro Islámico de Johnstown, Pennsylvania, que acaba de ser nombrado capellán de prisiones con sueldo público del Departamento de Justicia estadounidense.
Se supone que debería ser un activista de los derechos humanos, pero pese a su apacible apariencia, es un fanático peligroso.
Tanto, que en nombre del islam reclamó que se asesinara a una de las mujeres más representativas de la libertad y la dignidad en el mundo, la socióloga, politóloga y escritora exmusulmana de origen somalí Ayaan Hirsi Ali.
La lectura de los libros de Hirsi Ali, inmigrante en Holanda hecha a sí misma, debería ser recomendada en colegios y universidades, en especial en los de los países musulmanes.
Su emancipación se describe en sus autobiografías y ensayos, impresionantes, maravillosamente escritos, “Mi vida, mi libertad”, “Yo acuso: emancipación de las musulmanas”, “Infidel”, “Nómada”, y otros.
Escribió también el guion del documental “Sumisión” por el que un islamista asesinó a Theo Van Gogh en 2004.
Residente en EE.UU. tras ser diputada en Holanda, de donde fue prácticamente expulsada por ser políticamente incorrecta, el imán Al-Bayly exige la muerte por apóstata de este admirable símbolo de la libertad.
Hasta el setenta por ciento de los musulmanes piensan como Fouad al-Bayly, aunque mantengan las apariencias occidentalizadas: ¿es islamofobia reflexionar ante este dato que denuncia Ayaan Hirsi Ali?
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SALAS