De los primeros clérigos investigadores
La lectura de Muerte de un aviador, de Cristopher St. John Sprigg, ha resultado una experiencia bien interesante, por diversas razones. En primer lugar, desde el punto de vista de lector, hay que resaltar los méritos literarios de la novela, muy ingeniosa y bien escrita, centrada en la investigación de dos asesinatos que tienen por escenario un aeródromo británico.Partiendo de un primer asesinato sorprendente, la trama de la novela se desarrolla con inteligencia y brillantez, apoyada en una serie de personajes muy bien construidos, entre los que destaca especialmente el obispo anglicano de un remoto territorio australiano, Cootamundra, empeñado en la misión de aprender a pilotar para así poder desplazarse por su remota diócesis. Quizás, tras el entrañable Padre Brown nacido en 1911 de la mano de Chesterton, este obispo sea uno de los primeros clérigos “investigadores” en la historia de la novela policial. En este caso, nuestro obispo aviador se ve envuelto involuntariamente en unos hechos delictivos que él ayuda a esclarecer, aunque la investigación oficial la llevan a cabo un policía local, el inspector Creighton, y un oficial de New Scotland Yard, el inspector Bray, dos personajes igualmente bien conseguidos
escritor e idealista que merece ser recordadoComo ya se ha comentado, la novela se desarrolla en gran parte en un aeródromo y gracias a ello conocemos datos muy interesantes de aquellos primeros años de la aviación civil.Y todo contado con verdadero conocimiento, porque la aviación fue una de las pasiones del autor de esta novela, Christopher St. John Sprigg, un personaje verdaderamente interesante en muchos aspectos, además de por su incuestionable calidad como autor policiaco que queda evidenciada en esta novela, la única traducida en España hasta la fecha.St. John Sprigg, que escribió bajo el seudónimo de Christopher Caudwell, fue un poeta, novelista y teórico marxista de formación autodidacta, ya que al perder a su padre a los 15 años (un editor literario del Daily Express) empezó a trabajar en un pequeño periódico y a desarrollar sus dos pasiones: la escritura y la aviación (fue autor de varios libros dedicados a temas aeronáuticos).Nacido el 20 de octubre de 1907, en Putney (un distrito de Londres), en una familia católica, tuvo una deriva intelectual que le llevó a abrazar con entusiasmo el marxismo, en el que veía la única fuerza que podía oponerse al auge creciente de los fascismos. En 1934, en el mismo año en que escribió Muerte de un aviador, se afilió al Partido comunista.Al estallar la Guerra civil española se alistó, el 11 de diciembre de 1936, en el Batallón Británico de las Brigadas Internacionales y murió, sin haber cumplido los 30 años, el 12 de febrero de 1937 en el frente del Jarama, cuando cubría la retirada de sus compañeros. Póstumamente alcanzó prestigio gracias fundamentalmente a dos ensayos de teoría marxista: La agonía de la cultura burguesa e Illusion and Reality. Estudy of the Sources of Poetry.Pero aquí lo que nos interesa es su vertiente de escritor policiaco, porque entre 1933 y 1937 escribió siete novelas de detectives, de las que Muerte de un aviador fue una de las primeras.Al igual que otros autores con una obra “seria” paralela a sus novelas policiacas, St. John Sprigg despreciaba sus novelas detectivescas a las que consideraba un simple recurso económico y de lo que verdaderamente se sentía orgulloso era de su obra de ensayo marxista. Pero lo cierto es que, si tan sólo se puede juzgar por “Muerte de un aviador”, a St. John Sprigg se le puede integrar con total justicia entre los grandes autores de “La edad dorada de la novela detectivesca” e incluso contó con la franca admiración de una de las máximas representantes del género en aquella época, Dorothy L. Sayers.En definitiva, este primer acercamiento a la obra policiaca de St. John Sprigg nos ha proporcionado un feliz rato de lectura, que nos ha dejado con ganas de conocer el resto de sus novelas policiacas, y, además, nos ha dado a conocer a un personaje que, tanto como escritor como idealista, merece no ser olvidado.
Siruela, 2016
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