A veces me ocurre. El nombre de un autor (o los elogios sobre su obra) me rondan, dan vueltas a mi alrededor, me reclaman. Y de pronto, sin que sepa explicarme muy bien por qué ahora y no hace seis meses o dentro de un lustro, el azar coloca uno de sus libros entre mis manos y decido poner fin a mi ignorancia. Me acaba de suceder, gozosamente, con Javier Sagastiberri y su novela Muerte en la ría (Erein, 2024), que he leído en dos tardes y que me ha parecido magnífica. Con asombro y con admiración he ido viendo cómo el autor iba disponiendo las piezas narrativas sobre el tablero, para ir construyendo con eficacia e inteligencia su partida de ajedrez: un pistolero a sueldo, perfectamente aclimatado en España y que respeta unos códigos rigurosos de conducta; unos agentes de la ley muy bien definidos e individualizados, que no siempre pertenecen al lado de la luz; una abogada feminista que lucha por los derechos de mujeres maltratadas y que paga con la vida el despliegue de su coraje… Casi podemos apreciar los dedos de Javier Sagastiberri mientras sitúa con astucia los alfiles, los peones, la reina, las torres. Y la respiración del lector se acelera cuando ve que comienzan a moverse por los escaques.
Con capítulos cortos (donde los acontecimientos “marchan al galope”, como le gustaba decir a Pío Baroja), la trama se va abriendo desde un punto inicial que actúa como detonante: aparece en la ría, cerca del museo Guggenheim, el cadáver de una mujer de unos treinta años, que según deducciones forenses lleva varias jornadas sumergido en el agua. Pronto, las investigaciones de las ertzainas encargadas del caso, permiten descubrir su identidad: Sofía Alabaster, una abogada especializada en casos de violencia de género. Su joven compañera, Eva Arrozpide, se derrumba al enterarse del crimen. A partir de ahí, las sospechas se van ramificando y aparecen varios sospechosos: algunos pertenecen a la clase alta de Neguri; otros, a los brutales entornos de las mafias centroeuropeas. Cada pocas páginas nos saldrán al paso asesinos implacables que utilizan munición Parabellum, millonarios sin escrúpulos, personalidades sádicas, impagables descripciones psicológicas y espléndidos diálogos. Idoia Sagarduy y Ana Larburu tendrán que ir avanzando, entre nieblas, verdades y mentiras, para descubrir la solución del caso. Y tendremos que acompañarlas en ese viaje. Créanme si les digo que merece la pena.