Revista Cultura y Ocio

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. TRECE

Publicado el 04 septiembre 2013 por Rmartinezguzman @RMartinezGuzman
MIÉRCOLES SANTOCapítulo TreceMarc se dirigió al final de la barra con paso firme, siempre lo hacía. Luego dejó caer el teléfono y las llaves sobre el mostrador, con poco cuidado, y esperó la llegada de Roberto, el camarero, que ya acudía a atenderle con paso tranquilo.—¿Qué les pasa hoy a tus clientes que están dormidos? —lo saludó Marc. —Tranquilo, mañana cuando llegues, ya te extiendo la alfombra roja. Marc sonrió. El más vulgar de los recursos, pero que él utilizaba siempre que no encontraba de inmediato una respuesta ingeniosa. Solía ocurrirle a menudo con Roberto, que cercano a la cuarentena, ni ejercía de adolescente deslumbrada, ni sentía una especial simpatía por los hombres musculados. Muy al contrario, tenía la arraigada opinión de que los culturistas, por egocéntricos, constituían uno de los gremios más difíciles de atender desde la barra de un bar.—¿Un café, como siempre? —preguntó Roberto. —Sí, muy cargado. Cuando el camarero ya le estaba colocando la taza delante, Marc se dirigió hacia la puerta del local, sin decir nada. El estridente sonido de su móvil anunciando una llamada hablaba con más claridad incluso de lo que él mismo solía hacer.—Hombre, Miguel. ¿No eres capaz de esperar un poco para verme y necesitas llamarme? —se oyó en toda la cafetería al tiempo que abría la puerta de entrada. Al otro lado de la línea, su interlocutor ni quería ni necesitaba exhibirse. Y mucho menos tenía ganas de bromear:—Déjate de tonterías. ¿Vas a venir hoy al gimnasio? —preguntó con voz grave.—Claro, no me lo perdería por nada —contestó mirando descuidadamente hacia el interior del local—. Tengo que estar en forma para la noche. ¿Tú no sales hoy? Cuando acabó la pregunta, seguía mirando hacia dentro, pero ahora su mirada ya no era descuidada y se había parado en una de las mujeres que estaba en la cafetería, muy cercana a la puerta. La mujer leía atentamente el periódico, ajena a todo, con las piernas cruzadas y unas curiosas gafas que le conferían un aspecto sumamente intelectual.—Sí, sí, pero quería saber si venías al gimnasio porque tengo que hablar contigo cuanto antes —se oyó decir al otro lado del teléfono. Marc seguía atento a la mujer, sin perder detalle de su actitud. Primero, se atusó el pelo, luego asentó las gafas sobre su pequeña nariz y, finalmente, descruzó y volvió a cruzar las piernas de un modo tan descuidado que acababa resultando sumamente sensual.—¿Y eso que me quieres decir es algo tan urgente como para que me llames ahora? —preguntó Marc con inusual lentitud. —Sí, es importante —respondió secamente Miguel, sin dar más explicaciones—. Pero ya te cuento luego con calma. Marc dejó de escuchar a su interlocutor por un instante. La mujer había levantado la mirada hasta acabar por cruzarla con la del chico, aguantándola unos intensos segundos.—¿Me estás escuchando? —reclamó Miguel. —Sí. Lo que te he dicho, que iré como siempre. Sobre las once estoy ahí y ya me dices —concluyó Marc. Cuando la mujer ya había bajado la mirada, el chico la estudió con atención: unos treinta años, morena, menuda y enigmática, muy enigmática.—De acuerdo, Marc. Luego nos vemos. —Ok. En cuanto colgó, Marc miró su teléfono y reparó por un instante en la conversación que acababa de tener, haciendo un gesto de extrañeza. Miguel, su amigo de la infancia, compañero de gimnasio y cómplice de más de una juerga, no era un tipo de los que se ponía nervioso a menudo. Y mucho menos, desde que había ingresado en el cuerpo de Policía. Por fuerza, debía haber alguna poderosa razón para que lo hubiese llamado cuando tan solo unos minutos después se encontrarían en el gimnasio. En todo caso, luego se enteraría, pensó. Y se olvidó del tema.Volvió a entrar en la cafetería, mirando con descaro al pasar junto a la enigmática mujer que estaba en la entrada, y se acomodó de nuevo al final de la barra, donde esperaba Roberto.—¿Quién es la chica que está al lado de la puerta? —preguntó intentando aparentar un cierto desinterés. —No sé. Creo que es la primera vez que viene, pero lleva toda la mañana ahí sentada —explicó el camarero como si le incomodara aquella actitud. Marc miró de nuevo hacia la puerta. La enigmática mujer, ajena a la conversación, había cerrado el periódico y ahora se dirigía hacia los dos hombres. Roberto, por su parte, no parecía dispuesto a considerarla un tema de conversación:—¿Trabajas hoy? —preguntó mirando a su cliente. —Sí... y no me importaría que una chica así fuese a tomar algo conmigo —señalando a la mujer, que en ese momento pasaba a su lado. Esta no miró a los hombres, ni alteró el paso. Simplemente, se limitó a pasar y entrar en el baño.—Muy mayor para ti —apuntó por fin el camarero, mientras se entretenía leyendo uno de los muchos periódicos que estaban encima de la barra. —Cambiar hábitos de vez en cuando no hace daño a nadie. Empiezo a estar harto de niñatas borrachas. Roberto hizo un gesto que hablaba a las claras de lo mucho que siempre le costaba entender a su cliente, sin levantar la vista del periódico, mientras este metía la mano en el bolsillo para sacar su cartera.—Cóbrame. El camarero cogió el billete de diez euros que le ofrecía Marc y se dirigió a la caja:—Chico, disfruta mientras seas joven —adoctrinó desde allí—. Fíjate en el dueño de Reciclajes Covelo—dijo señalando al periódico—: veintiocho años, toda una vida por delante, y resulta que se cae en la trituradora y dos minutos después, no es más que carne picada. Marc agarró el periódico ajeno a la vuelta que le estaba ofreciendo Roberto, y lo leyó durante unos segundos sin atender a nada. Luego exclamó:—¡Coño, a este lo conozco yo! —En todo caso, lo conocías... —rectificó el camarero. —Sí, Sebas. Éramos amigos hace tiempo. Un imbécil engreído. Roberto no pudo evitar soltar una carcajada.—Ya veo, ya. Sobre todo, erais eso: amigos —dijo con ironía. —Sí que lo éramos. Pero luego se casó con una niña bien, el padre lo avaló para poner la empresa y dejó a todo el mundo de lado. Nunca llegas a conocer a una persona por completo ni sabes hasta qué punto puede cambiar. —¿Dejasteis de ser amigos? —Completamente, no soporto a este tipo de gente. Antes se pasaba el día pegado a un porro, y ahora entre las piernas de su mujercita. Supongo que él ganaría algo con el cambio. Pero bueno, le está bien empleado por imbécil —apostilló con cierto aire de superioridad. El camarero no le respondió esta vez. Se dirigió al otro extremo de la barra en donde la mujer, que ya había salido del baño y regresado a su mesa sin que nadie se percatase, lo reclamaba para pagar. Pidió una botella pequeña de agua mineral, para llevarse, y la abonó junto al desayuno que había estado tomando durante dos largas horas. Después, le dedicó una furtiva mirada a Marc y se fue con el mismo aire de intelectual con el que había estado leyendo el periódico.—La verdad es que no estaba nada mal la chica —dijo el camarero de vuelta. —Ya te lo dije. Ideal para pasar una larga noche de sexo. —Chico, creo que tienes demasiada imaginación. —Tú mismo me lo has dicho antes, disfruta mientras seas joven. Pues eso es lo que intento. Y si el imbécil de Sebas hiciera como yo, una noche y después amnesia total, seguramente aún estaría vivo ahora. Roberto no pudo seguir la conversación. Un mensaje de texto en el móvil acaparó por completo la atención de Marc. En cuanto lo hubo leído, ya se despidió.—Me voy, que no sé qué quiere este —dijo señalando el teléfono mientras se iba—. Tiene unos rollos mentales que cualquiera diría que es policía. El camarero no sabía de qué le estaba hablando. Aunque, en el fondo, tampoco le importaba.______________
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