La orden era clara. Una patrulla de la Policía debía vigilar día y noche la casa de Isaac. Y con relevos cada cuatro horas, a fin de evitar la fatiga. El objetivo: conseguir a toda costa que Emma fracasase en su plan de colocar la sexta pelota de golf encima de un cadáver.En la comisaría de Ourense, la madrugada del viernes al sábado nadie tenía la menor duda de que aquella llamada de Emma a Isaac reclamando su presencia en Ourense significaba que él sería la siguiente víctima. Todavía faltaba conseguir el nombre asignado a la séptima pelota, pero en eso se afanarían Eva y Antón las próximas veinticuatro horas. Para ello, confiaban en la información que pudiera proporcionarles el propio Isaac y, sobre todo, en el atestado de la Guardia Civil. Después de la explicación de Javier, tenían la esperanza de que pudiera revelar alguna pista sobre el séptimo ocupante.Sin embargo, esta se desvaneció pasadas las ocho de la mañana, en cuanto el esperado informe llegó hasta las manos de Eva vía fax. La inspectora lo miró durante medio minuto, luego apretó los labios haciendo un gesto de contrariedad y, finalmente, se lo acercó a Antón.—Tíralo —dijo en el momento que dejaba caer el folio sobre la mesa de su compañero.Este no tardó en comprobar que aquel informe calificaba el accidente de Emma como una vulgar salida de vía sin causa justificada. Incluso, al final, se apuntaba que el motivo del accidente bien pudiera ser un despiste al volante, el resbaladizo estado de la carretera o, simplemente, la somnolencia del conductor.Pocos minutos antes de que el reloj de la comisaría marcase las diez, Eva decidió que era el momento de acercarse al tanatorio de Seixalbo, lugar donde se velaría a lo largo del día el cadáver de Sandra. Todavía faltaban más de dos horas para la hora indicada por Isaac, pero antes tomarían un café rápido. La noche había sido larga y las horas de sueño pendientes empezaban a acumularse. Eva también aprovecharía para telefonear a Ramón. En momentos como este, siempre quedaba de manifiesto que su amor por ella era sincero, su comprensión, admirable y su paciencia, infinita. Llevaba tres días sin pisar su casa.A las diez y media, Eva y Antón aparcaron en la explanada del tanatorio, con la placa perfectamente a la vista. No pasaron desapercibidos. Nada más bajarse, alguien se dirigió a ellos desde un impecable Audi A5 aparcado a escasos metros de donde se encontraban.—Me alegro de verla, señorita Santiago —dijo desde el interior del coche un hombre de marcada raya en el peinado y corbata mal anudada.Los dos policías se dieron la vuelta de inmediato, sorprendidos.—Soy Isaac Calvo Merino —se presentó, a la vez que se bajaba del automóvil.Ahora sí, Eva reconoció aquella voz. Esperó inmóvil a que se acercara, con Antón a su lado. Isaac cerró la puerta del vehículo tras él, y se dirigió hacia ellos con parsimonia.—Creo que hemos estado hablando por teléfono esta madrugada —añadió mientras caminaba, al tiempo que accionó el cierre centralizado del coche.De inmediato, un agudo pitido resonó en la plaza y las luces intermitentes del automóvil se encendieron y apagaron varias veces, vertiginosamente, como anunciando su presencia. Todos los allí presentes miraron al unísono. También Javier, apoyado en la puerta del velatorio, a algunos metros de distancia.Desde el momento en que aquel hombre había pronunciado su nombre, Eva no pudo dejar de imaginárselo como el sexto cadáver. Había guardado silencio durante toda su representación pero ahora, una vez acabado el espectáculo de luz y sonido, decidió contestar:—Me había dicho que no llegaría hasta las doce —dijo.Isaac esbozó una cínica sonrisa.
—Bueno, la hora que le dije era aproximada. En el fondo, sabía que llegara a la hora que llegara, usted me estaría esperando —se vanaglorió.—¿Todavía no ha entrado usted al velatorio?—Sí, pero los velatorios me aburren. He entrado un momento, he hecho lo que venía a hacer y, en cuanto pude, he salido afuera a esperarla. Sin duda, su belleza merece tal honor.Eva prefirió obviar el último comentario.—¿El velatorio de la madre de su hijo también le aburre? —preguntó en cambio.Antes de contestar, el hombre aumentó su sonrisa, junto con la carga de cinismo que contenía.—Sandra y yo tuvimos una relación hace años. Ahora, ya no. Seguramente Javier se la haya descrito como una mujer maravillosa, pero esa apreciación nunca fue del todo exacta. De hecho, últimamente solo me llamaba cuando necesitaba dinero. Para eso, Toni era una excusa perfecta.—¿No estaban ustedes enamorados hace seis años?—No —dijo él casi ofendido—. Hace seis años lo nuestro era solo sexo, puro sexo. Ya sabe, mucho y muy bueno.—¿Me está diciendo que solo les unía el sexo? —soltó Eva extrañada.—Claro, como a todas las parejas. El noventa por ciento de una relación es sexo. Pero, en nuestro caso, era el cien por cien —especificó—. Yo era insaciable, lo sigo siendo, y a Sandra le gustaba complacerme en todo. Fuese lo que fuese. Una situación ideal para mí, por supuesto, de no ser porque pronto le empezó a hacer cada vez más ilusión la idea de casarse. Ya sabe, vestido blanco, una iglesia bonita, sentirse la reina del banquete. Lo normal en una mujer.Eva permanecía en silencio, asimilando con esfuerzo las explicaciones de Isaac. Él continuó:—La cuestión es que se tiró una temporada insoportable con aquella ocurrencia. Exactamente, hasta que un día descubrió que a mí me gustaban las mujeres. Así, en plural. No en singular, como ella misma había querido creerse hasta ese momento. Pretendía que le fuera fiel simplemente por el hecho de que, de vez en cuando, le decía que la quería. El caso es que un día me cansé de sus exigencias y decidí poner tierra por medio. Ahora estaba con ese —señalando sin disimulo la figura de Javier—, aunque no era feliz.—Pero ustedes tienen un hijo en común.—Bueno, eso fue fruto de que cada vez que le decía que la quería, ella se ponía muy cariñosa y, evidentemente, no siempre teníamos preservativos —contestó haciéndole un guiño a Antón, que no se inmutó.Luego continuó:—Sandra siempre fue una mujer muy... digamos que especial. Siendo Toni un bebé, después de que hubiésemos roto, estuvo un tiempo dando tumbos de cama en cama, mientras yo empezaba ya a trabajar. En el fondo, esperándome, aunque nunca lo hubiese reconocido. Al final, supongo que acabó por convencerse de que yo no iba a regresar y decidió fichar a un padre. Ya sabe, alguien que no pida respuestas y pague facturas.—¿Lo sabe usted desde Barcelona?—Lo supe desde siempre —contestó riéndose con suficiencia—. Fíjese en él —Eva miró hacia Javier—. ¿Usted confiaría sus noches a alguien con esa cara de imbécil?Eva ya había vuelto la cabeza hacia Isaac antes incluso de que este acabara de hablar.—Pues ese hombre con cara de imbécil puede que le esté salvando la vida —respondió ella con el tono de una madre que regaña a un hijo impertinente—. Pienso que no estaría de más un poco de respeto por su parte. Eso, por no decir directamente agradecimiento.Oyéndola, Isaac se puso serio por un momento. Cuando la inspectora acabó de hablar, él recuperó su sonrisa. Esta vez, mucho más cínica que cualquiera de las que había exhibido hasta ese momento.—No, no... Ya sé que a las mujeres os enternecen mucho los perdedores —dijo—, pero no se engañe, mi vida me la salvo yo solo. No necesito que nadie me cuide el culo. Usted habrá venido aquí pensando que ese hombrecito me ha hecho un favor, un noble acto en momentos de rabia y dolor por parte de alguien que, en realidad, debería querer verme muerto. Enternecedor, sin duda. Pero se equivoca. Como todo lo que él hace en la vida, su confesión, probablemente hecha en el mismo tono trascendental que pone siempre al hablar, en realidad no sirve para nada. Podría habérsela ahorrado. Pero claro, entonces no se sentiría como un héroe. Un héroe a costa de echar mierda sobre los demás —concluyó.—¿Conducía usted uno de aquellos coches? —preguntó Eva por sorpresa.Isaac, ahora sí, rió abiertamente.—No sea ingenua. ¿Piensa usted que le voy a decir que sí cuando seguramente le han contado unos hechos que constituyen un delito?—No me importa lo que hubieran hecho en aquel momento. Yo ahora investigo cinco asesinatos, y le aseguro que si esa mujer le ha llamado ayer, es porque tiene un plan perfectamente diseñado para que hoy usted muera.—Ya, y yo me tengo que creer que usted pasaría por alto una posible implicación mía en otros asesinatos... No, no, mi vida actual es estupenda, y no lo dude, lo seguirá siendo.—Es usted un estúpido pretencioso —. La paciencia de Eva estaba al límite—. Mucho más estúpido y pretencioso que cualquiera de sus amigosmuertos, y muchísimo más de lo que jamás me habría podido imaginar.—Y yo creo que usted es demasiado guapa para ser policía —la cortó él con decisión.Luego la miró fijamente, desafiante:—Pues dígame usted, sagaz policía de genio afilado: ¿cree que alguien como yo se pierde las mejores fiestas? ¿Piensa que el resto de la pandilla era capaz de mear recto en determinados momentos sin que una voz le indicase cómo hacerlo?Isaac hizo una pausa, esperando una respuesta. Eva prefirió no contestar.—Haga usted su quiniela sobre quién viajaba en aquellos coches —continuó Isaac ante el silencio de ella—, meta en ella a quien quiera, pero la habrá hecho usted, no yo. Mañana tomo el camino de vuelta a Barcelona, otras diez horas de coche y, hasta entonces, no pienso moverme de mi casa de Covadonga. Solo descansar y relajarme, allí puedo hacerlo. En el fondo, nada me retiene aquí y Ourense me aburre. Pero no se lo diga a nadie —dijo bajando el tono de su voz e inclinándose levemente hacia ella—, la gente aquí es muy suspicaz y se sentirían ofendidos.Cuando acabó de hablar, volvió a erguirse y siguió riendo, mientras se iba delante de la atenta mirada de los dos policías. Antes de entrar en el coche, se dio la vuelta y les gritó:—Cuiden ustedes del hombrecito, no vaya a ser que la justiciera se equivoque y vaya también a por él. Sería una pena para todos —murmuró al final.—He ordenado que tenga usted protección mientras permanezca en la ciudad —le replicó Eva desde su posición—. Espero que, al menos, colabore y no nos lo ponga difícil.—Pues si a usted le hace ilusión, por mí, perfecto. Pero si de verdad necesitase protección, me pagaría unos buenos guardaespaldas privados.Se tomó un respiro y miró a su alrededor. Luego continuó:—No señora, no me hacen falta sus funcionarios. Yo soy agente financiero, invierto en bolsa, asumo riesgos increíbles todos los días, y le aseguro que no estaría donde estoy si me asustara de una niñata jugando a hacer justicia.Una vez acabado su discurso, el espectáculo de intermitentes y sonido se repitió en la explanada. Todo el mundo seguía mirando. Pocos segundos después, desapareció Isaac, metido en su coche, y aquel lugar recobró su fúnebre normalidad.Entonces, Eva se acercó discretamente hasta la posición de Javier, que por fuerza habría tenido que oír parte de la conversación:—No le tome en cuenta lo que ha dicho —intentó consolarlo ella—, aunque supongo que usted lo conoce mejor que yo.—No se apure, él es siempre así —dijo sin mostrarse afectado—. Con el tiempo, acabas acostumbrándote.—Lo peor es que no está por la labor de soltar quién más iba en aquellos coches —se lamentó Eva—. Porque aun en el supuesto de que Isaac sea uno, si nuestras conclusiones son correctas, todavía nos queda otra futura víctima por identificar.—No sé quién más viajaba con ellos —la cortó Javier—. Hasta hace dos días, yo ni siquiera conocía esta historia, y anoche Sandra simplemente me dijo que eran dos coches. Y que Isaac conducía uno. Ella iba en ese.—¿Usted cree que Isaac es consciente del peligro que está corriendo aquí?Javier se pensó la respuesta.—Creo que solo ha venido a solucionar el futuro de Toni —dijo por fin—. Dentro, me ha dicho que pase el lunes por el despacho de su abogado a firmar los papeles de acogida. Ya ve, Isaac es capaz de poner su vida en peligro con tal de sacarse a su hijo de encima cuanto antes.—¿Cuidará usted de Toni?—Claro. Para mí, siempre ha sido como mi hijo.
En su interior, y al margen de indeseables, Eva pensó que aquella era la primera buena noticia del día. Estupenda para Javier y para Toni. Ojalá hubiese más.