Revista Cultura y Ocio

Muerte sin resurrección: Capítulo VEINTIDÓS

Publicado el 18 noviembre 2013 por Rmartinezguzman @RMartinezGuzman
VIERNES SANTOCapítulo Veintidós

Tres muchachas discutían afanosamente tan solo a dos mesas de distancia de donde ellos se habían sentado. Desde su discreta posición, y con Toni sentado a su lado, Emma podía escuchar con claridad los adolescentes desacuerdos sobre profesores, exámenes y compañeros más o menos atractivos. Una de las chicas, rubia y con un ligero sobrepeso, llevaba la voz cantante. Movía sin descanso su larga melena rizada y parecía empeñada en poner en tela de juicio cualquier opinión que alguien expresara entorno a aquella mesa. Sus dos compañeras de tertulia demostraban con su paciencia haberse acostumbrado a su manera de ser hacía tiempo. En un momento dado, la conversación cambió y las tres chicas comenzaron a especular sobre cuáles serían las oscuras motivaciones que movían a la asesina de la pelota de golf a actuar como lo estaba haciendo. Sin duda, ese era el tema más recurrente aquella semana en la ciudad. Las tres expresaban sus opiniones sin reservas y, al unísono, hablaban de venganzas maquiavélicas, locuras extremas y maldades de todo tipo. Por fin, la muchacha rubia sentenció convencida: Yo nunca haría algo así, jamás, por nada del mundo. Las demás la apoyaron al instante.Emma observó con curiosidad a las chicas, una por una, y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Qué podían saber aquellas arrogantes aprendices de mujer sobre su vida, pensó en su interior.Una vez comprobada la inocencia de su compañía, miró a su alrededor. Una terraza de cafetería, habilitada dentro de un patio interior y compuesta por mesas de camping blancas con sillas a juego. Sobre las mesas, unas amplias sombrillas resguardaban a los clientes del sol y la lluvia, y asimismo impedían la visión a cualquier vecino curioso. Un lugar discreto y, a esa hora de la mañana, con la única compañía de aquellas inofensivas muchachas. Sin duda, una elección perfecta.Hecho esto, decidió centrar su atención en Toni. El pequeño se mostraba impaciente, sentado en el borde mismo de su silla y moviendo los pies nerviosamente. Se mantenía en silencio, pero él fue el primero en divisar la bandeja en la que una joven camarera les acercaba las dos consumiciones que habían pedido previamente en la barra: un gran helado de nata y chocolate y un descafeinado de máquina. Cuando llegó a la mesa, la chica no dudó a quién debía entregar cada una: el helado para el niño y el descafeinado para la que, a simple vista, nadie dudaría en identificar como su joven madre.El pequeño esperó a que Emma le sacase el envoltorio y, acto seguido, se lanzó a comer el helado con entusiasmo.¿Habías pensado que no te lo iba a comprar? —preguntó ella sorprendida, mientras removía su descafeinado.Toni se encogió de hombros y puso cara de sí, pero no quiero confesarlo. Al fin, contestó:Mi madre, a veces, me hace promesas que luego no cumple —se intentó excusar, sin dejar de comer.¿Qué te ha prometido tu madre que luego se haya olvidado cumplir? —preguntó Emma con curiosidad.Pues que no iba a tener que madrugar estas vacaciones.¿No te gusta madrugar?El pequeño negó con la cabeza.Bueno, pero piensa que si hoy no hubieras madrugado, ahora no te estarías comiendo ese helado tan grande.Sí, hoy fue divertido madrugar —concedió Toni.¿Te estás divirtiendo?Sí.Emma le hizo una caricia y se centró en su descafeinado. Tenía la sensación de estar interrumpiendo con sus preguntas un momento realmente especial para Toni. Pero cuando el helado empezaba a llegar a su fin, retomó la conversación:¿Qué tal te llevas con Javier?Bien —contestó el pequeño, sin que pareciera otorgar una importancia especial a aquella cuestión.¿Te trata bien? —insistió ella.Toni dejó el soporte del helado sobre la mesa y recostó su espalda sobre el respaldo, satisfecho. Luego miró a Emma, con los labios manchados de chocolate, y movió la cabeza adelante y atrás, intentando expresar una gran afirmación. Ella cogió una servilleta y le limpió los restos de chocolate. Cuando acabó, se quedó observándolo en silencio, fijamente.El pequeño no perdía detalle de todo cuanto acontecía a su alrededor. Observaba alternativamente a las tres chicas, las mesas, las sombrillas, incluso a Emma. En una de estas ocasiones, preguntó:¿Cómo se llama este sitio?Bekas—contestó Emma con una sonrisa.Toni hizo un gesto de haber entendido, como si necesitase archivar aquella información en su pequeña cabeza, y después siguió dando rienda suelta a su curiosidad. Pero pasados unos minutos, tuvo que dar por finalizada su labor de investigación:Tenemos que irnos —le indicó Emma.¿No podemos quedarnos un poco más?No, no podemos.Yo quiero... —insistió Toni.Cariño, a mí también me gustaría quedarme un poco más contigo, pero es hora de que nos vayamos.Viendo la imposibilidad de cumplir sus deseos, el pequeño se dispuso a levantarse. Mientras lo hacía, Emma quiso justificar su decisión:Cuando seas mayor, aprenderás que lo que debemos hacer siempre tiene prioridad sobre aquello que queremos hacer —dijo—. Y que a veces, las decisiones que tomamos, aunque justificadas, no son las que más nos gustaría tener que tomar.Toni acabó de levantarse sin prestar demasiada atención. No sabía qué significaba aquella frase y además, pensó que cuando fuera mayor, ya no se acordaría de ella para poder entenderla. Lo que de verdad le importaba en aquel momento era que el helado ya no existía y había llegado la hora de irse. De marcharse... a dónde, se preguntó. De ser su madre quien lo acompañaba, hubiese insistido hasta obtener una respuesta. Pero no olvidaba que aquella mujer, aunque amable con él, en el fondo, no dejaba de ser una policía, por lo que no se atrevió a molestarla.Los dos se pararon un instante en la barra para pagar y, ya en la calle y cogidos de la mano, se dirigieron al centro de la ciudad. Desde allí cruzarían el río por el viejo Puente Romano hasta la parte norte de la ciudad. Emma lo había estudiado con detalle. Un recorrido lo suficientemente alejado de la comisaría con el fin de evitar riesgos inútiles. Había calculado que ese trayecto les llevaría no menos de media hora. De todos modos, podrían recorrerlo con calma.Nada más acabar de cruzar el puente, Toni reparó en la empinada cuesta que les esperaba enfrente. Su sensación de cansancio se multiplicó en ese momento.¿Falta mucho? —preguntó.No.El pequeño respiró profundamente, a fin de recuperar unas fuerzas que ya comenzaban a faltarle.Si eres policía, ¿por qué no tienes un coche de policía? —insistió, con toda la ingenuidad del mundo.Porque tenemos que ir andando.Toni miró a Emma y, al instante, reparó en algo que no le encajaba dentro de su cabeza.¿Por qué no vistes como los demás policías? —preguntó extrañado.Porque así estoy más guapa que si llevara uniforme —dijo ella, evitando contestar a la pregunta.El pequeño frunció el ceño mientras seguía caminado cogido de la mano de aquella mujer. Esas respuestas no le convencían y se encontraba cansado de verdad. No se atrevió a seguir preguntando, aunque aquello comenzaba a no ser divertido.Cuando la calle se acabó, pararon ante un semáforo, ya dentro de una nueva avenida. De repente, Toni reconoció el lugar donde estaban, aunque se mantuvo en silencio. No sabía el verdadero motivo por el cual aquella policía lo había llevado hasta allí, pero algo en su interior le decía que ese no era el sitio en donde deberían estar.Apenas unos minutos después, exactamente a las diez menos cinco de la mañana, Emma y Toni pisaban por primera vez el vestíbulo de la estación Empalme de Ourense. El reloj del panel de información no mentía. Nunca mienten. En él, también se reflejaban las próximas llegadas: Santiago de Compostela-Tren Avant-Vía Uno-10:08, la siguiente.La estación estaba abarrotada y los Atendo, en esas ocasiones, informan a los pasajeros a pie de vía, sobre los andenes. No se veía a ninguno en el vestíbulo.Emma se dirigió a la sala de espera y se sentó al fondo, con Toni a su lado. Desde allí, echó una mirada circular para comprobar que el terreno se encontraba despejado, que nadie había sospechado de ella hasta ese instante. En el fondo, una mujer rubia con un niño cogido de la mano pasaría desapercibida en cualquier parte de la ciudad.Tan solo diez minutos más tarde Emma se levantó y su cara, amable hasta ese momento, cambió de inmediato. La de Toni, agarrado de su mano, intuitivamente también. Para él, aquello ya no era divertido.Los dos atravesaron discretamente el vestíbulo, parándose justo en la puerta de acceso al primer andén. A la derecha, una mujer con una cazadora de Atendo paseaba de espaldas a unos diez metros de ellos. Debajo de ella, un cuerpo masculino, con las manos en los bolsillos, informaba a un pasajero de avanzada edad. Emma miró entonces de frente: dos vías pegadas, tres y uno, y a continuación un nuevo andén. Desde el andén del vestíbulo, se accede a la vía tres. Desde el siguiente, a la uno.Emma sacó una pelota de golf de su bolso y la colocó en las manos del pequeño, mientras avanzaban hasta colocarse en el borde de la vía tres.No la sueltes —dijo sin esperar respuesta.Por nada del mundo el pequeño se atrevería a soltarla en aquel momento.En medio del andén de enfrente, Sandra informaba a los pasajeros de la vía uno. No tardó en reparar en la presencia de sus dos visitantes. Por un momento, no supo qué hacer. En un primer impulso, quiso llamar a Toni, pero al instante se paralizó. La visión de la pelota entre las manos del pequeño la contuvo. La presencia de la mujer sujetándolo por los hombros, en el borde de la vía, todavía más.Al instante, las lágrimas se apoderaron del rostro de Sandra, mientras se acercaba al borde de su andén. Emma no necesitó decir nada, ni siquiera hacer una señal. Le bastó permanecer durante unos segundos allí, con el niño bajo sus manos, mirando fijamente a Sandra. En ese momento, Toni, asustado, quiso esbozar la palabra mamá entre sus labios, pero la segunda sílaba se apagó como una llama sin oxígeno. También él lloraba, en silencio, sin querer molestar.Cuando asumió que Sandra había entendido la situación, Emma se agachó levemente, acercando su boca al oído del pequeño, que permaneció inmóvil.Cariño, quiero que me des la pelota y me escuches con atención —le susurró.El pequeño le ofreció la pelota como un autómata. Luego atendió como nunca había atendido en su corta vida.Ahora tienes que ir a la sala de espera, donde estuvimos antes, y una vez allí, te sientas al fondo. ¿Me has entendido?Toni asintió con la cabeza. Emma prosiguió, sin apartar su mirada de Sandra que, frente a ellos, al borde de la vía uno, asistía a la escena impotente:Una vez que estés sentado —continuó Emma—, debes rezar el Padrenuestro veinte veces. ¿Te sabes el Padrenuestro?El pequeño siguió afirmando con el movimiento de su cabeza. Hubiera dicho sí a cualquier pregunta, a cualquier indicación.Ni una menos —insistió Emma—. No te levantes hasta que hayas acabado. Pase lo que pase, por nada del mundo —concluyó, soltando a Toni en dirección a la sala de espera.El pequeño obedece, mira una vez más a su madre y se da la vuelta, perdiéndose entre la multitud.Sandra ve alejarse a su hijo y mira durante un segundo a Emma, con cara de derrota. Luego, intenta buscar una última imagen de Toni, ya imposible, mientras sus labios pronuncian en silencio, sin emitir sonido: te quiero.De fondo, la megafonía anuncia la inminente llegada del tren Avant procedente de Santiago de Compostela por la vía uno. El creciente sonido del convoy ratifica su proximidad a la estación.Desde la orilla de la vía tres, de las manos de Emma sale despedida la pelota de golf hacia la vía uno, sin que nadie más que las dos mujeres se percate. Sandra ve cómo cae a sus pies, rebota un par de veces y se detiene delante de ella. Fija su mirada en ella, toma aire por última vez y luego se santigua. Al paso del convoy, deja caer su cuerpo desplomado sobre los raíles, provocando el instintivo e inútil frenazo del maquinista.En ese momento, aterradas, dos personas dejaron oír sus gritos. Cuando el último de los vagones acabó de pasar, toda la estación gritó.

Alertada por la tragedia, la sala de espera se vació de repente. Dentro, solamente se quedó un niño, sentado al fondo, rezando en voz baja. Con sus pequeños pies colgando del asiento y sin dejar de llorar.

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