Revista Cultura y Ocio

Muerte sin resurrección: Capítulo VEINTIUNO

Publicado el 12 noviembre 2013 por Rmartinezguzman @RMartinezGuzman
VIERNES SANTOCapítulo Veintiuno

Una señora de anchas espaldas y pecho abundante caminaba por el largo pasillo. Altiva y segura, sobre unos sonoros tacones que malamente conseguían disimular su escasa estatura. El traqueteo se oía en toda la guardería cada vez que se desplazaba por el centro, aunque nunca se había parado a pensar si con eso podía molestar a alguien. Al fin y al cabo, aquella guardería era suya. Ella la había abierto siendo casi una niña, ella la había dirigido a lo largo de su existencia y, por supuesto, allí siempre se hacía lo que ella ordenaba. Una cuidadora es más que suficiente para mantener a raya a cuarenta niños, sostenía a menudo con rigor, aunque en el fondo nunca decía que no a las frecuentes y altruistas ayudas de estudiantes en prácticas. Quizá esa fuese la razón por la cual aquel pequeño centro había sobrevivido a lo largo de los años, su excelente rentabilidad económica.Dentro del aula del fondo, hoy solo había doce niños, aunque por ser un día festivo, casi todos tenían edades diferentes. Miriam, la cuidadora titular, los había distribuido por edades sobre los pequeños pupitres, cada uno con una gran cartulina delante, lápices de colores y hasta tijeras para los más mayores. Entre todos conseguirían realizar un mural que ella misma se llevaría a su casa y colocaría en la pared de su dormitorio. Sin duda, el proyecto había tenido una gran acogida entre los pequeños, que se mostraban encantados con la idea.Para Alberto, por su parte, hoy era su quinto día de prácticas. Él ayudaba a cortar los trozos de cartulina y aportaba un sinfín de ideas acerca de qué colores serían más apropiados para completar con éxito la muy delicada empresa de realizar un mural, como él la llamaba. Su devoción por los niños era sincera y nunca evitaba echar una breve carrera para acercarse a cualquier alumno que levantara la mano en reclamo de sus servicios. De vez en cuando, cruzaba la mirada con Miriam, y ambos sonreían. Los niños estaban entusiasmados con el proyecto, y por el simple hecho de estar allí. Los dos mayores, quizá más.Cuando la mujer de anchas espaldas y baja estatura llegó al final del pasillo, abrió la puerta del fondo sin llamar. El aula se quedó en silencio entonces. No saludó. Quizá debió pensar que aquellos pequeños seres no tenían aún la capacidad de juzgar el cumplimiento de determinadas normas de educación. O tal vez, en su cabeza, simplemente no merecían el privilegio de ser saludados.Avanzó segura por el aula y se acercó a Miriam, haciendo ademán de hablarle al oído. Esta se inclinó ligeramente para que su oreja quedase lo más cerca posible de aquella boca que, ahora sí, parecía que iba a emitir algún sonido. El cuchicheo fue inapreciable.Al terminar, la chica se levantó lentamente. Por su parte, la mujer dio media vuelta y salió al pasillo, dejando la puerta abierta. Esperaría afuera.Toni —llamó Miriam, una vez alcanzada por completo la verticalidad.En cuanto el niño se dio por enterado, prosiguió:Acércate, han venido a buscarte.El pequeño puso cara de no entender por qué debía irse. Precisamente ahora que ya no tenía sueño y, además, empezaba a pasárselo bien.La cara de Alberto parecía imitar a la del niño. Miriam se acercó a él y le susurró al oído.Ha venido a buscarlo una policía. Al parecer sospechan que su padre puede ser objetivo de la asesina de la pelota de golf y se ve que quieren protegerlo para no correr riesgos.Alberto la miró fijamente, intentando asimilar lo que acababa de oír.Ella se dirigió ahora a Toni, viendo que a duras penas lograba abrocharse la cazadora:Acércate que te ayudo —dijo.El niño se dejó hacer.Al acabar, la chica se agachó y lo peinó un poco con los dedos. Luego le acarició la cara y le volvió a pasar la mano por el pelo, esta vez sin querer peinarlo:Pórtate bien —lo despidió, acompañándose de un beso casi maternal.Toni a duras penas consiguió decir que sí con la cabeza. La presencia cercana de su cuidadora y la pequeña cazadora abrochada hasta el cuello limitaban seriamente su movilidad.Cuando Miriam acabó de despedirlo, Alberto puso su mano en la espalda de Toni y juntos salieron del aula:Lo acompaño abajo —le indicó a Miriam.Es posible que pensara que aquel ser pequeño e inocente fuese demasiado frágil para ir a solas con la mujer de corta estatura y semblante de mármol.En cuanto salieron, la mujer comenzó a caminar delante de ellos, imperial. Alberto y Toni la seguían a poca distancia. El chico llevaba al pequeño cogido por los hombros y, este, para seguir el ritmo de los adultos, precisaba dar más pasos corriendo que los que podía permitirse el lujo de dar andando.Cuando el pasillo se acabó, torcieron a la izquierda. De frente, otro pequeño trozo de pasillo, con tres leves escalones en el medio, y por último la puerta de salida, a la derecha. En cuanto la mujer acabó de bajar los escalones, se dio la vuelta y arrebató a Toni de la compañía de Alberto, cogiendo su pequeña mano hasta la puerta. Allí los esperaba una policía de cabellos rubios y cara redondeada. Alberto la observó desde la distancia. Toni la miró sin comprender por qué lo esperaba:Tienes que ir con esta señora, que es policía y te va a tratar muy bien —le dijo la mujer al pequeño sin haber soltado aún su mano.Toni miró ahora a la mujer, como reclamando una explicación, pero fue la policía quien le habló, intentando captar su atención.Ven conmigo que vamos a comprar un helado —dijo con una sonrisa que endulzaba aún más su cara—. ¿Te gustan los helados?¿Puedo? —preguntó extrañado Toni.Sí —contestó con voz melosa la chica, haciéndose ya con el mando de la situación—. Dime, ¿cuánto hace que no tomas un helado?El pequeño se llevó la mano a la cabeza como respuesta, acompañándose de una entrañable cara de tanto que ya ni me acuerdo. Ese gesto lo entendió hasta la dueña de la guardería, que ahora sí, dejó escapar una sonrisa.Eso es porque estamos en Semana Santa y los últimos meses ha sido invierno. Pronto llegará el verano y habrá helados en todos los sitios pero yo sé de uno que ya los vende hoy —explicó la policía con extremado mimo—. Así que, si te portas bien, vas a ser el primer niño de Ourense en comer un helado este año.Una oportunidad así no se podía dejar escapar, debió de pensar Toni que, casi sin darse cuenta, ya estaba caminando por la calle de la mano de aquella agente de policía. Esta, mientras hablaba con el niño, volvió la cabeza hacia la escuela y le hizo un gesto a la dueña:Gracias —dijo en la distancia.La mujer esbozó su segunda sonrisa del día, a modo de despedida, y cerró la puerta por dentro. Alberto esperaba al fondo de las escaleras:¿Esa chica es policía? —preguntó.Sí —contestó secamente la dueña (su cupo diario de sonrisas parecía haberse agotado).Pues yo la conozco de algo —razonó él—. No sé de qué, pero estoy seguro de haber visto esa cara antes en algún sitio.No creo que los policías cambien de cara cuando se van para casa —ironizó ella con cierto desdén.No, no, la he visto antes y... no sé.Como puedes imaginar, antes de entregarle al niño, le he pedido que se identificase como manda la ley —dijo al borde de la ofensa la mujer, con la intención de despejar cualquier atisbo de duda en la cabeza de aquel estudiante.Alberto hizo un gesto de indiferencia y se fue por el pasilloQuédate tranquilo, está en buenas manos —le gritó la dueña, con ese tono de superioridad solo al alcance de quien se siente seguro del deber cumplido.El chico se encogió de hombros y siguió su paso. Otros once niños le esperaban en el aula. Pero yo la conozco, se repetía en su interior.


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