Por Paquito Valdivieso
(Publicado originalmente en revista Cartón Piedra, del diario El Telégrafo, Guayaquil, el 03 de Octubre de 2016)
Fotografía: El Telégrafo
Resulta que en el año 2000 no se acabó el mundo. Muchos esperaban la gran conclusión, el voltear de la página, un borrón y cuenta nueva gigante. Nunca llegó ese fin tan esperado, sin embargo el inicio de milenio fue el punto del nacimiento de Mugre Sur. ¿Quiénes son? ¿Qué hacen? O mejor dicho ¿qué es Mugre Sur? La pregunta es extremadamente difícil de contestar, porque es difícil encerrar a Mugre Sur en un concepto estático y definido. No obstante podríamos enlistar algunas de las actividades que realizan: hacen música, hacen rimas, hacen bailar a la gente, hacen pensar a la gente, hacen reapropiaciones sonoras, hacen obras audiovisuales, hacen intervenciones callejeras, liberan a esclavos de la Matrix, en fin. Son un colectivo formado por tres personajes rebautizados: Disfraz, Chilly Willy y 5D2 de Furia. Se consideran 100% longos del sur de Quito y podríamos decir a grandes rasgos que son un colectivo de arte interdisciplinario cuyos integrantes se disfrazan de banda de hip-hop para evitar los problemas que se podrían generar si todos descubrieran su verdadera identidad.
Es una banda que desde sus orígenes ha mutado hasta convertirse en un referente obligado del arte en nuestra tierra equinoccial. Mugre Sur se nutre de una infinidad de expresiones, como el teatro, el performance y la literatura. En medio de sus canciones puedes escuchar a Jorge Enrique Adoum resucitar y recitar: «Nadie sabe dónde queda mi país». Para Mugre Sur no hay fronteras en la creación y, por eso, un poeta del mundo académico puede perfectamente encajar en una canción urbana festiva. De hecho, como ellos afirman en otra de sus canciones, Mugre Sur camina «bajando la teoría al lenguaje callejero». Es decir, se nutren de la experiencia, pero también de la escritura, y revitalizan la teoría, dándole más alcance a ideas que a veces se limitan a pequeños grupos porque suelen ser enunciadas basándose en parámetros que no muchos pueden descifrar.
«Nadie sabe dónde queda mi país», repite Adoum dándole posta a Mugre Sur para buscarnos, no en un mapa, sino en el universo de la cultura. Por esta razón, ellos trabajan con las palabras que circulan en nuestro país, con la lengua viva que habitamos, pero que no siempre es reconocida por los centros de poder. Mugre Sur juega, crea y libera con la palabra, pero no se limita al diccionario, porque, como afirma Disfraz: «La Pachamama se habla en lengua bastarda». Es decir que el lenguaje de nuestra región tiene particularidades que no siempre son aceptadas por las instituciones lingüístico-normativas, pero no hay nadie que las detenga.
Mugre Sur explora las posibilidades del lenguaje y las lleva al límite creando palabras, renovando así, incluso, esa lengua bastarda de la cual nacen. Ahoritica, ñaño, chaquiñán, chato, wambra, chiro y todas las palabras que nos acompañan en el día a día son incorporadas en las letras de sus canciones, transmitiéndonos una visión de la creación literaria vinculada a lo coloquial. Términos como «raprendizaje» o «surburbio» son términos nuevos, acuñados por Mugre Sur, que nos recuerdan las posibilidades del lenguaje de proponer nuevas realidades, ideas y perspectivas. Sus letras son composiciones verbales que tienen por un lado los pies haciendo raíz en su tierra, pero que también abren las puertas para extender las alas, volar y liberarse. ¿Dónde puedes encontrar a Mugre Sur? En el sur de América, en la mitad del mundo, en el barrio 5 de Junio, en redes sociales, pero sobre todo en ese punto donde no hemos sido colonizados por completo, esa región en la que la conquista no se completó, y la anulación de nuestra identidad fue imposible; donde aquellos intentos de control de la cultura se evidencian como impotentes; donde nuestras palabras no necesitan del reconocimiento del colonizador. Sus letras son un ejercicio de emancipación cultural porque revolucionan un lenguaje ajeno que se nos impuso, remezclándolo y a la vez reapropiándose de él para hacer periodismo independiente. Porque Mugre Sur canta la plena, es decir, busca alzar la voz de aquellos silencios que a veces no queremos romper por miedo: el negocio de la migración, el color rojo del dinero, los saqueos de nuestro continente, y todas aquellas verdades que viven en la sombra. Ellos son los que sacan los cueros de nuestra sociedad al sol, para que se sequen, se oreen y los reconozcamos para superarlos.
Sus letras son un testimonio vivo de lo que su región vive, una crítica de sus defectos y una propuesta de reconstrucción de su realidad. Este cúmulo de manifestaciones hace a Mugre Sur un elemento perfectamente relacionable a su contexto. Es decir, cualquier ecuatoriano que los escuche sabrá que ellos son de algún lugar del Ecuador. Tal vez se los reconozca por la jerga empleada, por el acento de sus voces y/o por sus temáticas, aunque sus canciones no son una tesis definida. No pueden ser encerradas por alguna interpretación categórica. Son como cascadas de versos, como nudos de infinidad de temáticas que se aglutinan en el ritmo.
Fotografía: El Telégrafo.
No todo son letras en Mugre Sur, ya que su propuesta se transforma para conectarse con el público a través de diferentes sentidos. No solo viajan por los oídos sino también por los ojos. Un concierto de Mugre Sur no es solo un concierto, es también una puerta abierta a la fantasía, al país de las maravillas. Una puerta gracias a la cual se incorporan conejos y perros gigantes a la puesta en escena para animar a la gente o solo para jugar póker impulsando así al público a reconocer que la realidad puede ser irreal en cualquier momento. También para recordarnos que Mugre Sur es un bestiario, una enciclopedia de mutantes urbanos que confeccionan un momento de quiebre. Cabe mencionar que esta agrupación es un espacio surrealista que permanece incluso más allá de los conciertos y que se manifiesta también mediante videos. En ellos también se puede apreciar toda esa gama de personajes que conforman Mugre Sur. Seres con un ojo en lugar de cabeza, con un televisor en lugar de cabeza, una cabeza normal con gafas postapocalípticas, conejos científicos analizando la composición de la pitahaya, un cuerpo despellejado para que todos vean cómo es, pero con mil ojos en el rostro para verlo todo.
No es en vano que uno de sus integrantes se llame Disfraz, pues reconocen que las personas somos construcciones simbólicas. Todos somos como disfraces que empleamos para circular por ciertas direcciones, o para vincularnos a ciertas personas. No tenemos una esencia, un conjunto de significados unidos eternamente a nosotros, sino que somos transformación, variación.
No obstante, los disfraces de Mugre Sur están para denunciar esos otros disfraces de hipocresía mediante los cuales el egoísmo y la injusticia tratan de permanecer en nuestra sociedad. «Desnudos nacemos, disfrazados nos vemos», reza una de sus canciones, en la que se recalca la necesidad de no dejarse engañar de personajes y sus disfraces de virtud y honestidad. No siempre los disfraces son inofensivos, a veces son un intento de ocultar la verdad. Mugre Sur se mete de lleno en los disfraces, para denunciar ese ocultamiento, demostrándonos que todos podemos jugar ese juego para bien o para mal. Su propuesta artística es joven, fresca, pero posee tal calidad que han contado incluso con el apoyo sonoro y performático de leyendas del teatro como Carlos Michelena.
La música de Mugre Sur puede tener fragmentos de sanjuanitos, de surf rock, de jazz, de funk. Otra forma más de evidenciar que su propuesta no se intenta limitar a la influencia de un género específico. Hacen rap pesado, sin rebajar, de condumio caudaloso, pero sin estancarse en una jaula sonora, en tanto enriquecen su propuesta lírica y visual con una apropiación universal de la música. Tomando influencias de todos lados, pero sobretodo sin olvidarse de recoger las manifestaciones musicales de nuestro territorio.
Desde su primer demo, publicado en 2004, han tenido varios períodos. Primero estuvieron en una etapa de manifestación del ego, afirmando existencia, enunciando voz, diciendo desde qué lado están hablando. Luego se encontraron en un proceso de investigar, conocer, enterarse, leer y entrenarse. Posteriormente entraron en la exploración de la identidad, la raíz, la originalidad, la esencia, incorporando lo visual como parte de la propuesta. Cada etapa ha aportado lo suyo y el proyecto ha alcanzado una evolución rica en matices y vertientes reflexivas. El año pasado lanzaron su nuevo disco llamado De uña y mugre, que, sumado a Ponte 11, hacen dos joyas fundamentales de la colección de producciones fonográficas ecuatorianas.
Tienen la palabra del día a día. No son poesía de diccionario o lengua casta. Son personajes que se disfrazan para el motivo. Levantan sobre la cotidianidad urbana un surrealismo de alto vuelo con una visión aguda y reflexiva de su entorno. Son un discurso que no se puede reducir a definiciones y que nacen de la música, pero se involucran con la imagen y nuestras particularidades como cultura. La Pachamama se habla en lengua bastarda y no lo podemos evitar. Como tampoco podemos evitar la suciedad, los puntos cardinales y esa naturaleza de pato que tenemos y que nos hace volver siempre al sur. Como tampoco podemos evitar que Mugre Sur siga explotando sobre escenarios y pantallas, brotando como cascada eléctrica de audífonos y parlantes, tatuando versos e imágenes en el cerebro de las nuevas generaciones. Obligándonos a reconocernos, ver más allá de lo evidente, y dejar de buscar cura para la rebeldía. Son dieciséis años en los que Mugre Sur ha trabajado representando la escena hip-hop en nuestra tierra, elaborando música, arte y cultura, que nos hace despertar para criticar aquellas torceduras de nuestro medio y a valorar aquellas particularidades de nuestra gente.
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