Revista Cine
En una escena clave de Mujeres al Poder (Potiche, Francia, 2010), décimo-segundo largometraje del sensualista cineasta gay bien conocido en México Francois Ozon (Bajo la Arena/2000, 8 Mujeres/2002, Swimming Pool: Juegos Perversos/2003, 5x2/2004, Tiempo de Vivir/2005, El Refugio/2009), la “esposa-trofeo” Suzanne Pujol (legendaria Catherine Deneuve) llega a una junta de conciliación con los obreros de su fábrica de paraguas (¿de Cherburgo?) pues su marido, el arrogante presidente de la compañía Robert (Fabrice Luchini), está incapacitado, recuperándose de un ataque cardiaco. Se supone que la elegante y superficial matrona será pan comido para los gritones trabajadores explotados, pues Suzanne no ha sido otra cosa, en sus 30 años de matrimonio, que una “potiche”, es decir, un instrumento decorativo al servicio de su ojete marido capitalista. Sin embargo, se trata de Madame Deneuve: más que sentir lástima por ella, hay que sentir lástima por los trabajadores que se le ponen al brinco. Con una sonrisa, una mirada y una frase inteligente, los tiene a sus pies. Sobre una exitosa comedia de boulevard feminista, el más reciente largometraje de Ozon parece, al inicio, no más que un mero divertimento casi camp. De hecho, la secuencia de créditos iniciales no sólo saquea tics estilísticos setenteros –la cinta está ubicada en el pueblo de Saint Gudule en 1977- sino que cae en la franca y regocijante autoparodia, cuando vemos a la madura pero guapísima Suzanne ser testigo de la aparición de varios animalitos –con todo y conejitos copulando- que le salen al paso mientras ella se ejercita. Sin embargo, sin renunciar nunca a este tipo de juegos, si dejar de hacer guiños al respetable y sin perder nunca de vista que estamos ante una cinta hecha para el lucimiento de Madame Deneuve, Ozon lanza de todas formas una serie de dardos letales a su blanco más evidente: los prejuicios de género que, en algún momento, hace idénticos al egoísta marido y al radical examante comunista (Gérard Depardieu). Al final de cuentas, los dos quisieran tener a Suzanne tranquilita, comiendo de sus manos. La reflexión de género que propone el filme –y en su origen, la exitosa obra teatral- es más compleja porque Suzanne recibirá más apoyo de su hijo veladamente gay (Jérémie Renier) que de su hija rubia oxigenada (Judit Godrèche), quien llegado el momento resultará ser más conservadora y tradicional que la desafiante mamá. Las expectativas sobre el personaje interpretado por Deneuve se derrumbarán por completo cuando ella nos descubra, casi al final, una serie de secretos personales que nos hará repensar cómo es realmente Suzanne y cómo eran esas “potiches” que, supuestamente, vivían bajo el yugo masculino... por lo menos en Francia. Es evidente que Ozon y sus actores disfrutaron haciendo esta película. Los veteranos Depardieu y Deneuve en su séptimo encuentro en la pantalla grande tienen una secuencia memorable –su salida a cenar que termina en un gozoso baile al estilo “disco”-, Renier brilla como el hijo gay que poco a poco va saliendo del closet, Luchini es tan efectivo como nos tiene acostumbrados, la siempre bienvenida Karin Viard hace maravillas con un personaje menor –la secretaria/amante de Robert- y Madame Deneuve tiene el privilegio de un desenlace antológico. Triunfante en más de un sentido, la Suzanne de Madame Denueve toma el micrófono y le canta a sus seguidores –dentro y fuera de la pantalla- “C’est beau la vie”. Claro que la vida es bella: y más con Catherine Deneuve frente a nosotros. Y a las pruebas me remito, acá abajito: