Revista Cultura y Ocio

Mujeres de larga vida. ¿Y al final?

Publicado el 08 mayo 2012 por Yoelrivero

Clara. 71 años de edad. Ama de casa. Casada con un ex-agente de la seguridad del estado. No tiene hijos. No recibe pensión, pues nunca trabajó y sólo entra a su hogar la pensión de 340 pesos de su esposo.
Clara es alcohólica, alcohólica que mantiene su vicio y su casa con los 340 pesos de su esposo que ni tiñe ni da color, que pasa todo el día fuera para ignorar cómo vive y de qué se vive.  Ella cobra el CDR, la FMC y algo más, los vecinos saben que una parte va al vaso que trata de llenar cada día de no sé qué “rayos”, pues en su portal da cobija al club de “azuquineros” del barrio.
Fue el apoyo invisible para la vida extremadamente activa del marido, que en el afán de cumplir con su destino nunca le dio descendencia. No imagino los artilugios de su cocina, pero al final de cada día se sustenta y sustenta a sus dos perros y 3 gatos que, como la mejor de las familias, se sientan en las tardes junto a ella, a degustar el alimento cotidiano.
Águeda. 84 años de edad. Maestra jubilada, su pensión es de 200 pesos, tiene 2 hijos, uno de ellos vive junto a ella en una casa prestada, él es alcohólico.
Cada día esta anciana con el peso del mundo regala una sonrisa a quienes saluda a su paso hacia la casa de los abuelos, donde comparte con una generación que “ya dejó de ser útil”. Quedan tras la puerta los problemas que la agobian, que no son pocos, pues fue expulsada de su propio hogar por su hija que no aceptaba que Aguedita se quitara su comida, su pensión y hasta su vida por ayudar a su hijo que en su adicción cae en abismos de delirio, pero ella es su madre, una madre de 84 años de edad, delgada casi famélica, que aún mantiene y cuida a ese ser que nació de sus entrañas con sus escasos 200 pesos y con todo el amor del mundo.  Hoy ancianos como ella la acogen, la ayudan y disfrutan de su jovialidad indeleble. Águeda sobrevive, espera tranquilamente su hora, disfruta de sus amistades y sufre en silencio.
Angelina. 87 años de edad. Laboró como secretaria hasta los 70 años y su retiro fue obligatorio. Tuvo 3 hijos, pero nadie los ha visto en los últimos años. Vive sola y en estos momentos vende cigarros, sazones, y todo tipo de productos que le garantizan el sustento.
De ella no tengo mucho que contar, es una anciana bonachona, regordeta y de paso lento y cansado. Asegura que de hambre no se muere, ni cuando Batista, ni en el periodo especial, ni ahora. Se considera a sí misma una luchadora y aún cuando los médicos le indican un descanso, ella asegura que en la tumba tendrá el necesario, ahora tiene que seguir la marcha.  Según me contaron, sus hijos se fueron para la Habana, uno trabaja en un hotel y dos en la construcción, pero ella se conforma con las fotos que con orgullo tiene en la pared.
Berta. 67 años de edad. Trabajó hasta los 50, cuando sus dos hijos se fueron en balsa para los Estados Unidos, tenía una pequeña pensión, pero como sus hijos la mantenían le fue retirada.
Esta señora es la jodedora del barrio, organiza actividades y compra dulces a los niños para sus fiestas cada domingo. Nadie tiene idea de la cantidad de dólares que recibe cada mes, dentro de su casa enrejada no falta nada, compra pollo, mantequilla, cereales y todo tipo de jugos en divisas. Pasa el día entre tiendas y visitas. No tiene teléfono y gracias a eso, garantiza 10 cuc mensuales a Angelina que si tiene este servicio y le permite a Berta hablar cada vez que lo necesita con sus hijos en el norte. 
Dichosos los que me miran con simpatía.
Dichosos los que comprenden mi lento caminar.
Dichosos los que hablan en voz alta para minimizar mi sordera.
Dichosos los que estrechan con calor mis manos temblorosas.
Dichosos los que se interesan por mi lejana juventud.
Dichosos los que no se cansan de escuchar las historias que con
frecuencia repito.
Dichosos los que comprenden mi falta de cariño.
Dichosos los que me regalan parte de su tiempo.
Dichosos los que se acuerdan de mi soledad.
Dichosos los que me acompañan en el sufrimiento.
Dichosos los que alegran los últimos días de mi vida.
Dichosos los que me acompañan en el momento del paso.

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