“Me han estremecido un montón de mujeres”. Eso lo dice Silvio Rodríguez en un larga duración que conocimos en los ochenta del siglo pasado, llamado, precisamente, “Mujeres”. El montón que son, que han sido las mías, comienza con la primera, mi madre. Victoria Díaz, que igual cuenta cómo su mamá, mi abuela, no entendió que ella decidiera cabalgar sobre una cochina y destruyera un vestido nuevo de rayitas, “que no me gustaba porque tenía armadillo” y a la vez revela cómo fue que decidió irse de Sabana Grande de Orituco para San José de Guaribe por allá a mediados de los años cincuenta a trabajar de maestra, contra la voluntad de su padre. Mamá niña jugando, mamá dejando de ser niña, mamá mujer, mamá valiente. En 1964 se graduó de maestra normalista en Caracas, en la Escuela Gran Colombia donde asistía en vacaciones escolares a estudiar.
“Mujeres de fuego, mujeres de nieve”. Mi hermana que ha sido médica, alcaldesa y madre. Mis amigas tan queridas… Algunas dedicadas a lograr la independencia económica y en ese andar a veces no nos encontramos. “Nunca más quiero tener una emergencia y que mi cuenta esté vacía”. Y la vida se les va en llenar esa cuenta. Otras dedicadas a la academia, que hablan desde el conocimiento y a quienes para convencerlas de algo no les basta con los argumentos auto referenciales de los que tanto nos gusta echar mano cuando de discutir se trata. Son las más tercas y las más auténticas. Otras pasan la vida dedicadas a sus hijos e hijas con un sacrificio que a veces no entiendo (porque se olvidan que ser madre forma parte de la vida, pero no es la vida) o mal entiendo, pues sencillamente hay decisiones que no comprendo. Otras son tan libres y tan seguras de sí mismas que decidieron no ser madres o no ser esposas. No ser “de” alguien. Nadaron contra la corriente, “lo establecido”, “lo normal”, “lo políticamente correcto”; ser lo que les provoca es lo que han sido, adelantadas a su tiempo, despojadas de prejuicios, las verdaderamente independientes, porque para tomar decisiones solo tomaron en cuenta sus propias necesidades, gustos, apetencias y ganas. Para ellas el feminismo es una forma de vida. Las admiro.
“Pero lo que me ha estremecido hasta perder casi el sentido, lo que a mí más me ha estremecido son tus ojitos mi hija, son tus ojitos divinos”. Sí pues, María, mi hija me ha estremecido siempre, desde que oí su llanto un día de enero de 1996 cuando nacía. Es rebelde. Es inteligente. Su abuela viajó de Sabana Grande de Orituco a San José de Guaribe a independizarse y luego viajó cuatro años seguidos a Caracas para graduarse de “Normalista”. Y su mamá, décadas después, viajó de Altagracia de Orituco a Caracas a estudiar, a probar suerte. Salvando las distancias, las condiciones, las conveniencias, las desaveniencias y los prejuicios de todo tipo, María, décadas después, se fue a otro país por las mismas razones. María jugando, María dejando de ser niña, María mujer, María valiente. Sigamos.
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Marzo 13, 2017
Revista América Latina
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