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Mujeres en la ventana: “Como cada mañana”

Publicado el 09 agosto 2013 por Femeniname

Mujeres en la ventana: “Como cada mañana”

On 9 de agosto de 2013 by femeninameMañana en una ciudad, 1944. Edward Hopper

Mañana en una ciudad, 1944. Edward Hopper

COMO CADA MAÑANA

Como cada mañana abría los ojos con los primeros rayos de sol que se asomaban por su ventana, y convertían en un dulce despertar, antes de incluso de que su cuerpo  hubiera despertado.
Aitana disfrutaba ese breve momento, en el que se dejaba llevar, pero inmediatamente tomaba consciencia de la soledad de su cama, invadiéndole un inmenso vacío.
Aún le quedaban meses de larga espera, Gabriel había partido tan solo unas semanas atrás, esta vez fondearían en el Océano Índico. Ni si quiera sabría situarlo bien en un  mapa, las distancias para ella se medían en tiempos de ausencia, 4 meses, 6 meses, 9 meses…..
Esta vez la ausencia era peor, esperaban a su primer hijo, y cuando se despidieron, sabían que no estaría presente el día de su nacimiento.
Debía  hacer las labores, cuidar las tierras, dar de comer a los animales….. Aunque quisiera parar el tiempo, dedicarse un minuto, era un lujo que no estaba a su alcance.
Tenía que pensar en alimentar la boca que estaba en camino; no podía parar, y casi agradecía esas labores diarias, hacían que los días pasaran rápidos, siempre iguales, ya no era capaz de distinguir que día de la semana era; excepto el domingo, lo marcaba la misa, nunca faltaba, y no porque fuera especialmente creyente, al menos no como el resto de sus vecinas, pero era un momento de paz, que podía dejar a sus pensamientos, a sus sueños y a sus anhelos volar. Se permitía el lujo de imaginar como sería otro tipo de vida, como sería su  futuro, y dejaba a su mente en libertad, de esta manera el sermón se convertía en un suave murmullo para ella.
Vivía en una pequeña aldea en el Cantábrico, donde no se cuestionaba la vida, siempre había sido igual; los hombres a la mar, las mujeres criando hijos y a sus labores. No podía compartir con nadie sus inquietudes.
Cuando era más joven preguntaba a su madre,
-“mamá, ¿tú eres feliz?”.
Su madre la reñía, la acusaba de pensar en tonterías, y desde luego  eso de la felicidad no era para ellos.
-“¿No comes todos los días?, ¿no tienes un techo dónde dormir?, entonces explícame que más quieres.”
En alguna ocasión intentó explicar a alguna de sus amigas eso que andaba buscando, que ni siquiera podía explicar claramente, y ninguna la entendía de que hablaba.
-“Tú prepárate para casarte con un buen mozo, y si sigues diciendo cosas tan raras nadie te va a querer”.
Así poco a poco aprendió a callar, a parecer normal, a no llamar la atención, y a convertirse en una mujer como “Dios manda”.
Gabriel era el único al que podía contar sus pensamientos; cuando volvía pasaban largas noches hablando de sus sueños, planeando dejar la aldea, llevar otra vida que les permitiera estar juntos, y consiguiendo esa felicidad tan ansiada.
Gabriel la dejaba hablar, no entendía muy bien todo aquello que Aitana le contaba, pero la escuchaba, le encantaba verla emocionada como una niña con sus ilusiones, y le prometía aquello que sabía no podría cumplir. Así caían rendidos con los dulces sueños de Aitana, que de alguna forma también le hacían soñar a él; hasta la mañana siguiente cuando de nuevo el sol se asomaba por su ventana. Cada noche Aitana apoyada en su  ventana, miraba al mar, observaba a los pescadores y  pensaba en Gabriel, y soñaba con esa vida donde la felicidad sí era para ellos.

 P. Arias

 

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