¿Qué supe yo nunca de la Regla, al fin y al cabo?
Poco, poquísimo. Y no ha sido sino gracias a los anuncios de compresas cuando he podido al fin ser consciente del trauma psicológico que ocasiona a la mujer pasar la regla. Trauma, hay que admitirlo, rayano en la genialidad. Podría afirmarse que hemos conocido profundamente a las mujeres en cuantito éstan han dado, públicamente, alas a sus ovulaciones. Porque antes de eso, en determinados días del mes, a mí -lo juro- se me sobrecogían los ánimos cuando sorprendía a mi pareja ciertamente abstrusa: alicaída, silente, desorientada. -- ¿Qué es lo que tienes, amor? Y ella respondía: no es nada. Son mis cosas. Ahora, gracias a los anuncios de compresas, intuyo al fin cuáles pueden ser sus cosas. Ahora, adivino que el hecho de ovular baja o exacerba las defensas de su intelecto. Que la regla propicia desajustes poco estudiados en la femenil sesera. Que seguramente mi mujer, cuando ovula, andará dándole vueltas al caletre abstraída en mil enigmas trascendentales, bien para ella bien que para la ancha humanidad, preguntándose obsesivamente cosas tales como que a qué huele la Música, ¡Dios! Que a qué huele la Risa o incluso -más allá- que a qué huele lo que no huele, señor mío, que es algo que ni al Platón en sus mejores tardes se le ocurrió jamás preguntarse. O discerniendo ella, mi santa mujercita, al son de la ovulada, si hoy es o no lo es un día Feliz, a pesar de patear calle arriba y calle abajo con una compresa alígera entre las piernas. Incluso cavilando si es bueno o es malo o es regular o es algo cierto ser Mujer: y en qué consiste ello y adónde lleva. La regla entonces, como cualquiera puede entender, es que proyecta el intelecto hacia dimensiones desconocidas. El tema puede dar mucho de sí, que tomen nota psicólogos inquietos o fecundos analistas. Porque esos anuncios de la televisión, parten indudablemente de un organismo felizmente inspirado de ovulaciones, de una lucidez mental en verdad potenciada merced a ciertos visajes uterinos, de un hemisferio cerebral de repente abierto a horizontes vertiginosos, inaccesibles a cualquier incompleto mortal que no menstrue con regularidad. ¿A qué olerá el Sol? ¿Y una nube? Estamos hablando, señores, de anuncios publicitarios a primera vista provenientes de la sinrazón de una perturbada paranoide, mas, ¿cuántos locos maravillosos no nos han legado el fruto de su genial y a veces incomprendida locura? Ahí tenemos a Nietzche, allá a Van Goth. ¡Tantas veces el arte y la psicopatía se dan la mano...! Estas maneras cuasi abstractas, cubistas o impresionistas de pintar la existencia desde la perspectiva de una ovulación, son más propias de un zangón implado a tripis y chupitos de ron... ¡o de un Dalí en sus mejores arrebatos! Conque yo ahora, en cuantito el almanaque de la cocina marca en rojo y mi santa esposa se me pone abstraída y con cara de meditabunda, algo así como inconcreta e inaccesible, le endiño un lienzo y la paleta de las pinturas. A veces, bolígrafo y papel. Y a esperar. A esperar, porque el día menos pensado... ¿Pues quién me convence a mí de que la obra de un Kafka, un Picasso, un Tapies o un Matisse no fué fruto, es un decir, de alguna forma poco investigada de menstruación psicológica? Pues eso.