Como, en la Antigüedad, el mayor poder recaía en la iglesia y se vivía a años luz de leyes como el divorcio para poder dejar de sufrir a un marido maltratador o infiel, las mujeres los envenenaban con «Manna de San Nicolás» u otros mejunjes. Existían casos de farmacéuticas que les vendían a las mujeres el veneno en cuestión. Un caso que pasó a la historia fue el de una farmacéutica que contribuyó a asesinar a 600 maridos detestables, malos o heredables. La mujer terminó por contestar bajo espantosa tortura.
En el año 1600 a las mujeres envenenadoras se les hacía pasar un grave sufrimiento por su delito: primero las torturaban, después las ahorcaban y terminaban descuartizadas.
En la actualidad siguen existiendo casos de mujeres envenenadoras. No hace mucho una tal Yiya Mirando, en Argentina, echó cianuro en el té a dos amigas y una prima por asuntos monetarios.
En la antigüa Roma era común en las mujeres el amplio conocimiento y manejo de plantas que se usaban para la elaboración de mejunjes medicinales. En la antigüedad la mujer era considerada como como maliciosa, retorcida y vengativa. Podría decirse que en aquella época el arma del hombre era la espada y el de la mujer el veneno. No se consideraba particularmente nada raro si una mujer envenenaban a alguien.
Podían envenenar individualmente o en grupo.
Un caso muy famoso en la Historia de la Humanidad fue el de Lucrecia Borgia (Sobiaco, 18 de Abril de 1480-Ferrara, 24 de Junio de 1519).
Lucrecia Borgia, mujer mala donde las haya, no solo pecaba de envenenadora sino que, además, era ninfómana, cometía asesinatos, incestuosa…. Es innegable que esta mujer estaba loca, sin embargo, era sumamente bella.
Se puede decir que fue una de las primeras mujeres fatales de la Historia. Famosa por su lista imparable de víctimas durante el siglo XV, se decía que siempre llevaba un anillo hueco donde llevaba el veneno para echar a las bebidas.
Los anillos con veneno tienen su origen en la Antigüa India y el lejano Oriente. Se trataba de un anillo con una cavidad casi diminuta bajo una cubierta con bisagras. Los antiguos romanos, en algunos casos, utilizaban estos anillos para suicidarse por situaciones o enfermedades muy dolorosas.
Desde principios del siglo XVI hasta el final de los 700 empezaron a surgir casos de muertes a las que no se les podía dar una explicación en Palermo (Italia) difundiéndose hasta Nápoles o Roma. Se barajaban las posibilidades de la presunta asesina en tres nombres de mujer: Francesca, Giuliana y Giovana. En todos los casos se complacían los deseos de venganza por problemas sentimentales utilizando poderosos venenos invisibles que terminaban con la vida de la víctima en pocos minutos y no dejaba rastro.
Estas tres mujeres fueron llevadas a prisión, sometidas a una tortura brutal y una horrible muerte.
Las mujeres de la Antigüedad lo tenían muy complicado. Para no entrar en un convento solo tenían tres alternativas: casarse, suplicar o prostituirse.
Las mujeres que decidían casarse corrían riesgos, sobretodo, en los partos. La misma Lucrecia Borgia, murió por complicaciones después del nacimiento de su octavo hijo.
Era común maltratar a la mujer y golpearlas provocándolas un sentimiento de impotencia que liberaba el acto de envenenar les porque una alternativa mucho mejor era quedar viuda.
En la actualidad la mujer es cada vez más independiente y se encuentra con menos limitaciones y variadas oportunidades por ello el nivel de envenenamiento al marido ha disminuido notablemente (pueden divorciarse). Si embargo, siguen existiendo mujeres envenenadoras pero en este caso o contexto suele ser por envidia o por dinero.