Entre otras cosas, descubrí la sabiduría y la resolución de muchas mujeres jóvenes que me allanaron el camino, me abrieron nuevos rumbos culturales, guiaron mis primeras lecturas de interés y, sobre todo, me enseñaron la fuerza del compromiso. Dos condiscípulas, Ana Vián y Mercedes Soriano fueron para mí, no solo unas grandes compañeras de estudio, sino todo un referente.
El ejemplo de su aplomo me animó a participar de ese compromiso y me hizo entrar en liza defendiendo, por fin, unos principios, unos ideales. Mercedes Soriano empezó a publicar novelas verdaderamente rompedoras ( recuerdo Historia de no, que formó parte de una trilogía), hasta tal punto que en los propios ambientes de izquierda, en la que ella siempre se había situado, no recibió precisamente parabienes, pues hacia un crítica valiente y sin prejuicios de la clase política en general y de una sociedad falsa y lastimera. No se lo perdonaron, abandonó Madrid y se refugió en el Cabo de Gata, donde murió a los 48 años alejada del mundanal ruido. Por su parte, Ana Vián, otro torbellino cuando dirigía el movimiento universitario de los setenta,fue una gran investigadora de la literatura, sobre todo de la Edad Media y el Renacimiento, en la Universidad Complutense, y una gran defensora de sus derechos como mujer frente al profundo machismo que ha impregnado siempre a esa universidad. De ambas aprendí mucho, y el hecho de no haberlas visto a lo largo de muchas años no impide que reivindique su nombre con orgullo.
Mujeres olvidadas, sí, mujeres que promovieron la cultura y la razón en una España atrasada y en manos de la cultura clerical decimonónica. Cómo no citar a Clara Campoamor, de la que por fortuna se está volviendo a hablar como la promotora esencial del voto femenino durante la II República, y cuyos enfrentamientos dialécticos con los hombres y mujeres de casi todos los partidos de derechas e izquierdas en el Congreso supusieron un antes y un después en el movimiento feminista europeo y que tuvo que viajar al exilio para no ser ejecutada por los falangistas. Y cómo olvidar a María de Maeztu, la gran pedagoga de la anterior centuria, cuyos esfuerzos denodados por humanizar la enseñanza la llevaron a fundar el Instituto Escuela, basado en los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, y que igualmente murió exiliada y olvidada por el país por el que tanto había hecho. En la memoria del olvido podemos citar con entusiasmo a una palentina ilustre, Trinidad Arroyo, la primera mujer licenciada y doctora en Medicina y Oftalmología por la Universidad de Valladolid, de la que casi todos los palentinos, por desgracia, desconocen su vida, su obra y su acción social.
Hoy día es ocioso preguntarse por Fernán Caballero, pseudónimo de Cecilia Böhl de Faber, heroica mujer que hubo de firmar como si fuera un hombre para conseguir que sus novelas fueran editadas y publicadas allá por el siglo XIX, en plena eclosión de la novela realista europea. ¿Quién se acuerda hoy de esa brillante mujer? Pero mayor desaire si cabe se cometió con la escritora María Lejárraga, antes de la guerra incivil, cuyas exitosas obras eran firmadas por su esposo, Gregorio Martínez Sierra, que se llevaba todos los parabienes de público y crítica mientras ella se mantenía en la sombra. Curioso caso, además de sonrojante. Machismo nada soterrado. Como lo es la desmemoria respecto a dos grandes intelectuales y filólogas, María Goyri y Jimena Menéndez Pidal, esposa e hija, respectivamente del padre de la filología moderna, Ramón Menéndez Pidal. De María sabemos que tenía que ser escoltada por dos bedeles, que la acompañaban hasta la primera fila de un aula de Filosofía y Letras donde todos eran hombres y donde sus compañeros y profesores la observaban como a una marciana. Fue la primera mujer en osar formar parte del alumnado de Letras. Toda una valiente, pero, claro, siempre a la sombra de su marido. Y de Jimena, gran filóloga y pedagoga, ¿quién se acuerda hoy dia? De las poetas Carmen Conde (primera académica de la lengua muy a pesar de Camilo José Cela) y Gloria Fuertes hay que recordar que sufrieron la acidez de la época franquista por su condición de homosexuales. A Vicente Aleixandre, Antonio Gala o Luis Antonio de Villena se les toleraba su homosexualismo; a Carmen y Gloria, en absoluto: se las lapidaba. Es el momento de recuperar a tantas mujeres talentosas condenadas al olvido. La dignidad como seres humanos nos va en ello.