En mi defensa, voy a confesar que fui cegado por los deseos de un alma apasionada. Y aunque no soy experto en la materia, me he atrevido a hablar de las mujeres, porque no conozco algo más fascinante en esta puta vida.
Ellas son capaces de retorcer cada uno de tus sentidos. ¿No lo crees? Mira sus ojos y te muestra el paraíso, su aroma es la esencia del veneno que después te dan a probar. Escucharla hablar es clavarte con la idea de que el canto de los dioses de verdad existe. Has de tocar sus manos, y como si las malditas nubes estuvieran entre tus dedos. Y gustar sus labios, ¡Dios! Su piel; juraría que probar su piel hace que el infierno sepa a cielo.
Claro que la perfección no existe, así que cambiaría mi estafeta inicial por lo siguiente: “Las mujeres son el laberinto más exquisito para perder la razón”. Y es que a esta instancia de la vida nos hemos empeñado tanto en comprenderlas sin saber que las cosas más fascinantes no tienen explicación.
Las mujeres muestran un panorama distinto de la vida, hacen que esta sepa a gloria. Son capaces de destruir todos tus sueños, y sin embargo te invitan a seguir soñando. Y a pesar de que ellas ya no sueñan con príncipes azules, tú sigues cuan caballero para complacerlas, porque al final una sonrisa basta para que te sientas de Romeo con una Julieta que no se entiende ni ella misma.
Pero las mujeres son el mejor pecado por cometer, la mayor tentación a la cuál sucumbir, el mayor deseo por cumplir, el más delicioso de los placeres y el más atador de los vicios. Y aunque pueden romperte todos los huesos del alma, no existe margen de error, porque no existe mayor representación de locura, que enamorarse de una dama.
-Gael Chávez