Esta semana se cumple un año del terremoto político que sacudió la Región de Murcia y cuyo aleteo provocó un tsunami en el país. Se trata de la moción de censura que el PSOE y Ciudadanos presentaron el 10 de marzo de 2021 al presidente del Gobierno autonómico, Fernando López Miras, y que tuvo unas consecuencias impensables para muchos. Aquella operación, diseñada sin excesivo tacto por sus promotores y que quedó desactivada desde casi su nacimiento. Demasiado se ha especulado sobre sus interioridades. Sobre lo que se dijo o no se dijo en la reunión celebrada la noche anterior en la sede de Ciudadanos, en el edificio de Centrofama. Sobre quién alertó al PP de lo que se le venía encima. Sobre cómo se contactó con unos y otros para abortar una iniciativa con la que se pretendía acabar con la omnipresencia del PP después de 26 años en el machito.
La política y el periodismo han dado secularmente mucho juego para la elucubración. Dijéramos que son un cóctel perfecto para adentrarse en el oscurantismo y casi la ciencia ficción. A pesar de las mil y una explicaciones que se la querido dar a lo acontecido, todo se resume en algo mucho más obvio: la apetencia indisimulada de algunos por aferrarse al poder, la de otros por alcanzarlo y, en medio de todo, el parné que complementa a plena satisfacción el tiempo que uno pasa ocupando un mullido despacho, con reverencias, secretaria y coche oficial. Porque cuántos de los que ahora se ven donde se ven pensaban hace un año que estarían donde están. Dejando a un lado la decencia y la dignidad que, como antaño el valor en la mili a los reclutas, se le debía suponer a los que llegan a la política, hay que tenerlos bien puestos para intentar darle la vuelta a la tortilla y vender su actuación como lo contrario de lo que fue: un acto vergonzante de travestismo político, aduciendo que ellos cumplían con la palabra dada y que los que censuraban eran los que querían romper la baraja por las bravas.
Hay unas expresiones más que soeces que han trascendido estos últimos días, coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Mujer. Aquellas que se cuenta fueron proferidas en la sede nacional de Ciudadanos cuando llamaron a capítulo a la vicepresidenta del Gobierno regional con objeto de instarla a dejar el cargo en beneficio de la coordinadora autonómica del partido. “Hemos comprobado que produces náuseas; la población murciana no solo te repele, sino que le das asco”, dicen que le dijeron a quien encabezó el cartel de Ciudadanos en 2019. Manda huevos la expresión, si esta fue así de literal. Lo más increíble del caso es que uno de los que estaban presentes en esa reunión capitalina tuviera los bemoles para venir luego a Murcia a conminarla para que firmase la moción de censura. Hay que ser muy lumbrera para creer que esta mujer se iba a hacer el harakiri, así, sin más, y aquí paz y después gloria. Por eso los teléfonos volaron esa noche/madrugada y se prometieron cosas que, en un caso, se han cumplido y, en otros, no tanto. Hasta hubo algún tonto útil en el entramado que podría contar mucho de los entresijos del mismo.
Ha pasado un año de todo aquello y la sociedad murciana ha digerido lo ocurrido con una normalidad que no es que sorprenda, sino que apabulla. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que dice la sabiduría popular. Y los tránsfugas, a vivir y a cobrar, que es lo suyo. Cuando una compañera de la radio le preguntó esta semana, durante un acto oficial, a López Miras por el balance de estos doce meses, el presidente se deshizo en elogios hacia ellos: “Fueron mujeres y hombres valientes que antepusieron el compromiso con los murcianos a cualquier otra treta política”. En otras palabras que, a fecha de hoy, parecen contar para el novedoso proyecto que liderará el gallego Núñez Feijóo llegado abril. Aunque quizá sea una táctica y estrategia para aguantarlos con paciencia hasta mayo de 2023. Aunque, en política, ya se sabe, todo es tan cambiante y volátil en apenas unos días… Y no digamos de aquí a algo más de un año. Eso es hablar, como dirían los ingleses, in the long term.