Con el sorteo del próximo Mundial empiezan las consabidas especulaciones sobre el devenir de su desarrollo y el gran interrogante final, ¿quién será el campeón? Y ocurrirá lo de siempre. Conforme se acerquen las fechas ocuparán más espacios en los periódicos, en las emisoras de radio y en las televisiones. Y entre los medios de comunicación habrá también de todo. Desde el que se trabaje bien las noticias sobre tan magno evento hasta quien vea en ello la oportunidad de dar un estirón en su audiencia echando palomas al viento; o cuervos, que también los hay.
Me refiero a los comunicadores que aprovechan para azuzar sus filias y fobias. Los que inician campañas más o menos veladas para que sus amigos entre los futbolistas con posibilidades sean finalmente seleccionados, y aun titulares, y los que marchen en sentido contrario. Al final, casi todo se resume en esas lides y calendas en premiar a quien ha sido simpático con el de turno, dándole entrevistas sabrosas o alguna confidencia en plan de filtración de noticias del vestuario, y castigar al parco y exclusivamente profesional. Por ello no será de extrañar que algunos jugadores salgan mejor parados que otros sea cual sea su situación real. Y también habrá quien confíe más o menos en las capacidades de nuestros seleccionados en conjunto para hacer un papel acorde a su trayectoria en los últimos años.
De hecho, con los últimos amistosos ya hemos visto algunas espadas en alto. Hace poco decíamos que algunos se han olvidado de cuando la selección española era capaz de ganar o poner en serios apuros a las últimas campeonas de todo, o a las que siempre han estado en candelero, y sin embargo en las competiciones oficiales el lamento por distintas circunstancias que hacían real nuestros fracasos eran nuestro canto. España lleva una racha inigualable en mucho tiempo con dos copas de Europa y una del mundo sucesivas. Y eso, afortunadamente, ya no hay engendro, de corto o de largo vestido, que nos lo quite; ni sabelotodo que hunda sus miserias en nuestras desgracias futboleras internacionales.
Nuestro combinado hará un papel estelar, sin ninguna duda, porque mimbres tiene para ello. Es cierto que los años no pasan en balde, y que algunos jugadores enormes tienen difícil sustitución, cuando no ninguna, pero tampoco es dudoso que aun con características diferentes vienen otros desde abajo, o haciendo otro papel en el juego de la propia selección, que pueden aportar cualidades distintas pero igualmente importantes. Me refiero a los Cesc, Iniesta, Isco, Thiago, Muniaín, Illarra, Costa, Koque y compañía que siguen ahí, o llegan, con todas las posibilidades del mundo para reverdecer recientes laureles. Y si no se gana el Mundial tampoco será para rasgarse las vestiduras. Con estar entre los cuatro mejores ya estará el pabellón cubierto. Al final, como tanto hemos comentado, el fútbol es un juego en el que un pequeño detalle o el azar puede cambiar demasiadas cosas.
Y llegamos a la Copa del Rey. Uno añora las escasas ocasiones en que hasta muy avanzada la competición se jugaba a partido único en casa del más débil, tipo Inglaterra, y ahí sí que había interés competitivo en lugar de folklores y lluvia de dinero en las taquillas. De esto último sigue habiendo, pero sólo con los dos o tres grandes. Entonces, la mera posibilidad de que un antiguo tercera, los de segunda B, y los propiamente de segunda pudieran eliminar a un primera, fuera quien fuera, llenaba los graderíos. Y estaba también el afán competitivo por hacerlo. Pero claro, cuando los grandes siempre imponen sus criterios e intereses la cosa se descafeína. ¡Qué poca grandeza tienen nuestros supuestos grandes! Por esa culpa, la Copa sólo adquiere interés a partir de semifinales, en los que los de siempre se reparten el bacalao, como ocurre ahora en la Liga por el tema de los cuartos televisivos. En fin, unos clubes de papá rico. Caprichosos, dictadores, soberbios y aprovechados del más débil. Así de indeseables.
Finalmente, quiero comentar algo que ocurrió en el Cartagonova con la reciente visita del Barça. Desconozco los motivos últimos, pero que a un chavalín con discapacidad algún malandro le impida salir al campo con los blaugranas por no sé qué gilipollez, como que sólo podía salir un niño y había alguno más uniformado con la vestimenta e ilusión por hacerlo, me parece cosa de impresentables, por no decir algo peor. ¿Quién sería el lumbrera? ¡Habrase visto imbécil!