Las autoridades británicas han anunciado que expulsarán del país a los extranjeros que prediquen el odio religioso, e inmediatamente la Comisión de Derechos Humanos de la ONU ha denunciado la medida como ilegal y abusiva.
Parece querer que los mensajes de los fanáticos extranjeros que incitaron los 56 asesinatos de Londres –y 191 en Madrid— deban protegerse en nombre de las libertades.
En España, varios periódicos han protestado también contra la propuesta británica porque “puede servir para deshacerse de inmigrantes incómodos”.
El mundo al revés: que algunos periódicos españoles, producto de solamente 30 años de democracia, quieran darle lecciones al país que la practica desde hace siglos es una audaz muestra de la tradicional soberbia nacional, que desprecia la historia y se imagina inventora o descubridora de novedosos valores cívicos.
Y que la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU censure al Reino Unido, víctima del terrorismo precisamente por su exagerada tolerancia con los fanáticos, es un agraviante sarcasmo.
Porque hacia ese país huían los islamistas más incendiarios de todo el mundo. Luego, proclamaban que había que destruir el sistema británico, cuya Seguridad Social los sostenía desde su llegada, para edificar una teocracia islámica.
Los británicos, tolerantes, callados, dejaban que se alimentara de odio a numerosos musulmanes jóvenes: así fue hasta los atentados de Londres.
La acusadora Comisión de los Derechos Humanos de la ONU está formada por países como Arabia Saudita, que decapita a quien abandona el islam, Sudán, Cuba, China y numerosas otras dictaduras.
Que algunos periódicos españoles y países como los reseñados se permitan censurar a al Reino Unido porque va a expulsar a los predicadores del odio es más que un sarcasmo: es la demostración de que el mundo regido lo políticamente correcto y por algunas rimbombantes instituciones de la ONU está loco.