Casi sin dudarlo, podríamos afirmarque las personas se dividen en dos grandes grupos: aquellos que poseen perro ylos que nunca tuvieron uno en sus vidas. Aquel que posee un perro sabe muy bienque este animalito es mucho más que una bola de pelos gentil que se acurruca enalgún lugar cálido de nuestro corazón. Un perro es un amigo fiel, un compañerode momentos y tareas cotidianas que permanece allí echado, atento al más mínimomovimiento nuestro para levantar las orejas y menear el rabo, esperandoalentarnos a invitarlo a acercarse.
Cuando nuestro perro muere, suausencia colma de golpe todos esos espacios que antes su figura ocupaba, sindarnos cuenta, sin siquiera detenernos a pensar en ello. Allí están su plato decomida vacío, su pote de agua lleno hasta el borde y sus juguetes opertenencias desparramadas azarosamente por doquier. Allí permanecen esos mudostestigos que hacen de esa ausencia un hecho más dramático y notorio. Estántodos, menos él…
Quien no tuvo la dicha generosa ycomprometida de permitirse incluir un perro en su vida, no sabe lo que esteanimalito es capaz de generar en nuestra cotidianeidad y tacha de locoexagerado al que lleva a su mamífero cuadrúpedo del género canis lupusfamiliaris a que le corten el pelo, lo peinen y acicalen. No importa, los felicesposeedores de perros podemos soportar sus burlas, embates y mucho más porquesabemos que si en algún momento de sus vidas se dan el permiso de criar uno,cambiará sus existencias para siempre.
Hank era un Golden Retriever de nueveaños, de raza pura y corazón generoso al que no le dimos todo el amor que semerecía porque siempre será poco en comparación con todo lo que él nos ofreció.Fue el primer perro de Mateo y su muerte lo marcó a fuego. Extraña a su amigo;su torpeza, su obstinación para perseguir gatos – sus únicos enemigos porque hasta miraba con ojitoscomplacientes, bordeados de doradas pestañas, a los pájaros pícaros que le robabangranitos de su alimento balanceado como diciéndoles “Llévenlos, tranquilos, que yo tengo muchos más...” – y para nodevolver la pelota cada vez que corría a recuperarla. ¡Qué curioso! Nuestroperro, perteneciente a una raza genéticamente creada para recuperar las piezasde caza, nunca devolvía lo que recuperaba… Por lo menos, no de buen gusto y,menos aún, con celeridad.
Nos conformamos pensando que hicimoslo mejor que pudimos para ayudarlo en sus últimas horas para que no sufriera. Sinembargo, no es suficiente porque lo vimos sufrir y nos sentimos inmensamenteinútiles e impotentes. Lloramos abrazados, buscando entender. Una enfermedadrara y galopante nos arrebató a nuestro perro en sólo 48 horas. No estábamospreparados para eso y, creo, él tampoco…Sólo me queda pensar que ahoradisfrutará del cielo de los perros (porque Todoslos perros van al cielo decía el título de aquella película de dibujosanimados que nos hizo lagrimear cuando la vimos), cavando pozos como un topo enun inmenso jardín, plagado de alegrías del hogar en flor para que él puedacomerlas a placer, eligiendo las rojas y las rosas como sus preferidas. Serápor eso que Mateo escogió con amor y dedicación escrupulosa una planta bienformada de alegrías del hogar rojas para cultivar sobre la tumba de su primerperro. Será por eso, entonces, que cuida de que los gatos no la rompan; riega yquita los tallos mustios de la mata frondosa y florecida de alegrías que vanpoblando y avanzando sobre esa porción de tierra del jardín de sus abuelosdonde, entre llantos y cariño, enterramos a nuestro perro.
Nos prometimos no volver a tener otroanimal. Nos propusimos tiempo para sanar las heridas. En verdad, necesitábamoscerrar esa etapa de nuestras vidas y se lo debíamos a Hank. Es decir, porrespeto a él mismo no podíamos reemplazarlo de inmediato como si se tratase dela cafetera que se rompe y no tiene arreglo…
Seis meses pasaron y reciéncomenzábamos a pensar en el tema cuando, sin proponérnoslo - ¿será tan así? - ysin buscarlo, un hermoso mestizo (mezcla de terrier con caniche y algúnvagabundo simpático y comprador) se nos acercó en una plaza para terminar ennuestra casa. Estaba abandonado, sucio y hambriento. Ya no lo está más. Tieneun hogar, un refugio para el frío, el calor y la lluvia; alimento balanceado ydieta amplia porque le gustan mucho los vegetales (una verdadera suerte porquesomos vegetarianos), los dulces y los lácteos. Tiene refugio, comida, amor,juegos, cariño… Una familia. Felipe - nuestro mestizo de pelajeenrulado y carácter caprichoso, pero dueño de una ternura capaz de derretir uniceberg con sólo poner una de sus caritas de yo no fui – nos devolvió a este lado del mundo; el mundo perro queestá integrado por los felices poseedores de un cuatro patas en casa. Ese tierno animal que se acurruca pegado a nosotros cuando trabajamos en la computadora,cocinamos o nos acomodamos en el sofá del living para leer y que levanta lasorejas o menea el rabo cada vez que nos acercamos, le decimos algo osimplemente lo miramos, esperando alentarnos a invitarlo a acercarse.
©Silvina L. Fernández Di Lisio
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