Seguramente a los de la casa Mattel, ni en sus más intrincadas estrategias de marketing y publicidad, se les habría ocurrido pensar que su muñeca estrella, Barbie, iba a estar en el punto de mira, nada más y nada menos, que de la policía de la moral de Irán. Con el fundamentalismo hemos topado, Sancho…
Pues sí, leo en la prensa que esta élite de los cuerpos de seguridad que vela por la moral de los iraníes (ahí es nada…) se opone a que las jugueterías de Teherán vendan esta muñeca. Varios propietarios de jugueterías entrevistados aseguran que las brigadas de la moral llevan tres semanas haciendo la ronda para asegurarse de que las barbies no están a la venta. Y, al parecer, la razón no se centra tanto en el hecho de que éstas pertenezcan a una empresa norteamericana sino a que los guardianes de la moral consideran que las curvas de la silueta de Barbie son demasiado provocativas y suponen una mala influencia para sus valores sociales y culturales.
Por ello, han creado una sustituta, una alternativa: la robusta Saraque va acompañada de sus trajes nacionales, todos ellos muy respetuosos con la norma islámica que oculta el cuerpo de la mujer de la cabeza a los pies. La noticia, que a priori puede resultar anecdótica es, cuanto menos, paradójica y roza el colmo del delirio del fundamentalismo. Y es que las autoridades iraníes están muy preocupadas por la salud mental y espiritual de los niños de su país, la sociedad del futuro, dirigiendo todos sus esfuerzos hacia un enemigo común que parece resultarles tan peligroso como para hacer tambalear su rígido sistema de valores:la muñeca Barbie. Podría también resultar cómico pero la sonrisa se nos diluye cuando pensamos es que este es, precisamente, un país en el que se atenta contra derechos humanos fundamentales y donde la mujer sigue siendo un ciudadano de segunda, tercera o cuarta clase hasta tal punto que se convierte en una muñeca cuyos hilos maneja una sociedad machista e implacable. ¿Dónde está el verdadero peligro?