Maquilló las arrugas de su pena con la luz de luna llena, cubrió con un vestido las grietas de su piel, le dio brillo a sus labios untándolos con miel y domó su pelo de tormenta bajo el hechizo de una trenza. Se miró en un espejo y se dio cuenta en el reflejo de que, si sonreía, las grietas de su alma se abrían. Más luz de luna llena para las arrugas de su pena, más miel para sus labios de hiel. Suspiró aliviada un momento al cielo y la trenza de su pelo se deshizo.
—¡Oh tormento! El príncipe está al llegar —se dijo, sin contenerse a llorar.
Y de nuevo todo se deshizo, algo por lo bajo maldijo, contuvo un nuevo suspiro y volvió al hechizo de la trenza para su encrespado pelo de tormenta, más luz de luna llena para las arrugas de su pena, más miel mientras deseaba que todo fuera bien. Quizá fuera la caricia del viento, un leve e inapreciable movimiento, pero el vestido se desgarró en un momento.
—¡Jolín! ¿Cómo puede ser esto? —protestó con el vestido descompuesto.
Se rindió, se tiró a la cama abrazando la almohada y lloró con drama la pobre muñeca de porcelana. Para colmo, el príncipe no llegaba y, preocupada, se asomó a la ventana. Qué horror sentir el dolor de ver a su príncipe enamorado de una flor.
—¡Pero serás cabrón! —gritó asomándose al balcón.
Y el príncipe miró hacia arriba sin dejar de acariciar la flor.
—¡Esto no es lo que parece, mi amor! —respondió el príncipe acongojado.
—¡Pues aquí me mato! —dijo subiéndose a lo alto—. ¡Y a la mierda el amor, tú y esa puta flor! ¡Media noche maquillando mi tristeza para ti y tú zorreando con esa flor ahí!
—Cariño, mi vida, no sientas envidia, por favor. ¡Si sólo es una flor!
—¡Que me mato por amor! —dijo llevándose a la frente la mano y sintiendo que podía llegar al desmayo.
Una lágrima resbaló por su mejilla. Era la vida que, entre herida y herida, se le iba. Sus grietas estaban más abiertas, sus labios más ajados, los rotos de su vestido más rajados y su abominable pelo ondeaba cubriendo el cielo.
—No es ningún reproche, ¿pero seguro que llevas preparándote media noche? ¿Por qué no bajas, te tomas una copa, que eso te relaja, y te dejas de tanto drama?
—¡Que se tire, que se tire!— la animó una mariposa que por ahí pasaba.
Y en un último acto de honor, les perdonó la vida a él y a la flor para que al menos triunfara el amor, aunque no fuese el suyo, sino el de la flor y ese capullo, y se lanzó al aire para caer donde no hubiera nadie. Se despedazó contra el suelo y el príncipe no sintió desconsuelo ni dolor, de hecho, ni siquiera apartó la mirada de la flor.
—Ahora me casaré contigo y estaremos siempre juntos, amor mío.
Aunque no mucho después se enamoró de una princesa, de mirada penetrante y sonrisa traviesa. Y la flor, la flor se decía “más luz de luna llena para las arrugas de mi pena” sin acordarse para nada de la rota muñeca y su drama. Enredó el corazón de la princesa con sus espinas, hasta verla morir por sus heridas. Y nunca sonrió, se movió ni suspiró ni nada, pues ella también se había vuelto de porcelana.
Visita el perfil de @JokersMayCry