Un aeropuerto. Watanabe escucha Norwegian Wood de los Beatles. Una sola canción, tan sencillo y complejo a la vez, encenderá la mecha que hará detonar una bomba de recuerdos y nos adentrará en un relato cargado de anécdota e introspección.
Tokio blues, aparte de magnífica literatura, es una colección de personajes vivos y completos. Todos ellos se cuentan a sí mismos y ayudan a los demás a explicarse dentro de esta suerte de mapa de Tokio, de los lugares donde la vida tiene lugar. La novela es una combinación de juventud, muerte, filosofía y mundanidad en un cóctel rebosante de positividad.
Es alentador el empeño de Haruki Murakami por mostrar la supervivencia de la inocencia en un mundo voraz. Logra convertir esta obra, camino de búsqueda hacia lo que uno quiere o cree que quiere, en una delicia de ingenuidad y de humor -en los encuentros con Midori alcanza ese divertidísimo contrapunto de hilaridad-. Junto a Watanabe asistiremos a un puñado de citas entre almas desnudas que hacen el amor, que disfrutan de sus pieles y se mueven en un contexto de extraña intemporalidad cuajada de referencias concretas, de música, de libros, descripciones clásicas y poéticas.
Sé que no soy nuevo encontrando un tesoro en este libro. Agradezco su recomendación a Gustavo D'Orazio, quien me brindó con él la puerta grande de entrada al mundo de Murakami, al que a partir de ahora seguiré descubriendo con avidez. Y compartiéndolo, espero.