Revista Humor
Dicen que el que tiene boca se equivoca y es bien conocido que no juzgamos igual los errores de los demás y que los propios, que vemos muy bien la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Lo cierto es que sufrimos de una gran cantidad de sesgos cognitivos que distorsionan nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Algunos plantean que nosotros sólo podemos ver nuestra propia mente y no la de los demás y que eso da lugar a una asimetría metodológica: sacamos conclusiones acerca de los sesgos de los demás basándonos en las apariencias externas -en si sus creencias sirven a sus intereses- mientras que sacamos conclusiones acerca de nuestros sesgos basándonos en la introspección. O sea, que miramos en nuestro corazón y vemos objetividad, miramos en nuestra mente y vemos racionalidad y miramos a nuestras creencias y vemos la realidad. Pero este fenómeno tiene una serie de consecuencias, entre ellas las tres suposiciones sobre el error que vamos a comentar a continuación y que es a donde quería llegar. Solemos explicarnos la diferencia de visión sobre un tema en cuestión siguiendo tres suposiciones, habitualmente. La primera es la suposición de la ignorancia, es decir, si el otro no ve las cosas que nosotros vemos es porque no conoce bien el asunto, que con explicarle y mostrarle lo que las cosas son, coincidirá con nosotros. Cosa que choca con dos obstáculos, el primero es que la gente suele defender su ignorancia férreamente, no desea saber más de lo que sabe porque no desea cambiar de opinión. El otro obstáculo es que pueda que conozca lo mismo e incluso más y tenga otra valoración diferente a pesar de todo. Con todo y con eso, seguiremos pensando que es que no saben lo suficiente, nuestro sesgo es tozudo. La segunda es la suposición de la idiotez, saben las cosas pero no se enteran, simplemente tienen otra opinión porque no comprenden las cosas que saben, sí, efectivamente, son idiotas. Caer de este guindo cuesta también bastante más de lo que parece. La tercera es la suposición de la maldad. Nuestros oponentes ni son ignorantes ni tontos, simplemente niegan deliberadamente la verdad, son malvados. Tendemos a confundir nuestro modelo de realidad con la realidad misma, a quien ante lo que para nosotros es evidente tiene otra visión, no podemos menos que considerarlo o ignorante, o idiota o malvado. Y llegados a este último caso, el individuo se vuelve peligroso puesto que parece negar la realidad misma y amenaza con su destrucción, lo cual tiene un potencial de violencia y exclusión innegable. A personas así se les excluye (se excluyen según el criterio del sesgo de maldad) de nuestro círculo moral y se tiende a negarles los derechos que consideramos comunes, finalmente puede considerarse razonable silenciarlas para evitar el daño que puedan hacer con su obstinación en negar la realidad tal y como sabemos que es. Y ustedes dirán que a qué viene esto. Pues por dos razones, la primera es que saber nuestras limitaciones cognitivas nos debería ayudar a ser más humildes y realmente tolerantes, no simplemente de boquilla. La segunda es que leía esta semana una diatriba a cuenta de la beatificación de los mártires en Tarragona con un egregio líder del partido comunista de España como es Gaspar Llamazares en que afirmaba que tal partido durante la guerra civil ni promovió, ni autorizó y cuando pudo evitó persecuciones y crímenes contra los católicos. De lo cual se deduce que los fusilados y perseguidos debieron suicidarse por fastidiar, digo yo. Luego he pensado, ya está, mi sesgo hace que piense que el individuo en cuestión ignora las persecuciones, quemas de Iglesias y conventos, fusilamientos de civiles desarmados por parte de las autoridades comunistas de la época y por eso lo dice. Luego como dice que ha estudiado historia, pienso, entonces es idiota, no tiene otra explicación. Pero el tío tiene una carrera o dos, lo que me lleva a pensar, debe ser un malvado, sólo con muy mala intención se puede negar un hecho histórico tan documentado como éste. Y entonces me acuerdo de todo lo que les he contado antes y pienso, pobre hombre, a lo mejor ni ignora, ni es idiota ni malvado, debo ser yo que no me entero de nada y los religiosos beatificados murieron de la gripe. Debe ser eso, seguro. La estulticia no tiene límites, ya lo dije antes y me reitero. Más detalles aquí y aquí.