Revista Cómics
A Murray Leinster le pilló la moda new wave a contrapié; lo que se agradece. El catastrofismo y el pesimismo que atizó a la literatura de ciencia-ficción en los 60 no le afectaron en exceso. No planteó soluciones a las grandes cuestiones, como Michael Moorcock en su He aquí el Hombre (1966), ni se regodeó en la maldad del ser humano, lo que hemos visto en Los genocidas (1965) de Thomas M. Disch. Leinster se quedó a medio camino en Mundo prohibido (This world is taboo, 1960).
Nuestro autor plantea una novela en la que denuncia el mal reparto de los recursos del planeta –aquí de un sistema solar-, lo que origina hambruna, y critica la discriminación racial. Pero al tiempo no puede evitar el que el libro tenga un tono de space opera clásica, con su aventurero, la mascota y la chica.
El protagonista es un médico del Servicio Sanitario que se dedica a hacer inspecciones en planetas. Viaja con un ser al que llama “Murgatroyd”, que es una especie de perro-oso-yoquésé, cuya virtud es crear anticuerpos para cualquier virus. Con su nave, la Aesclipus Veinte, llega a donde antes nadie había querido ir: el planeta Weald, unos racistas que viven en la abundancia, que se había negado a ayudar en época de hambre al planeta Dará, poblado por gente con la piel azul, y lo había aislado durante años. El racismo en Weald era irracional, y estaba alimentado por los políticos. Mientras los wealdeanos guardaban grano en el espacio y criaban ganado sólo para cazar, los darianos morían de hambre.
A partir de aquí Leinster construye una space opera entretenida, con personajes estereotipados pero bien construidos, con un héroe definido –Calhoun, el médico-, diálogos inteligentes y escenas bien pensadas. En especial, las que tienen lugar en el planeta Orede, donde los wealdeanos –los ricos racistas- tienen millones de cabezas de ganado para su recreo-, y la estratagema final para romper el bloqueo a Dará. ¿Solución que Calhoun hace ver a los dirigentes de Weald? El comercio.
Un elemento extraño, que sería impropio de la moralina de la new wave, es que la pigmentación en la piel de los habitantes de Dará, aquello que les hace diferentes, es el resultado de una enfermedad. No hay orgullo en los darianos, sino vergüenza por tener manchas azules. Esto rompe cualquier paralelismo que pudiera hacerse con la relación entre Occidente y el Tercer Mundo negro, claro.
Y como es Leinster, no puede terminar la novela de otra forma que no sea haciendo un llamamiento a la aventura: “Rumbo al Sector Estelar Doce de la Vía Láctea”, “Superimpulsión” y… “¡Allá vamos otra vez!”. Faltaría más.