Murray festeja la victoria - AP.
La espera ha sido larga, pero le ha merecido la pena a Andy Murray (Dunblane, Escocia, 1987), el cuarto en discordia de los mejores del circuito, presente en seis semifinales de Grand Slam que veía cómo se repartían Nadal, Federer y Djokovic –con la excepción del US Open de Del Potro en 2009– y que hace 28 días había perdido su cuarta final en un grande en casa, en Wimbledon y ante el propio Federer, al que se volvió a encontrar en la lucha por el oro olímpico en el All England Club. Esta vez Murray se hizo mayor empequeñeciendo al suizo desde el quinto juego del partido y encadenó nueve ganados consecutivos. El escocés fue tan grande que el suizo fue muy pequeño y no pudo lograr ninguna rotura de servicio de las nueve que dispuso y cometió casi el doble de errores que su rival –31 por 17–. Una estampa eterna, pues Murray se colgó el primer oro olímpico en 104 años para Gran Bretaña desde el triunfo de Josiah Ritchie, también en Londres, y frustró el Golden Slam, el poder añadir a los cuatro grandes el oro individual, al número uno mundial y mejor tenista de siempre. Murray tuvo la precisión de un esgrimista y la fortaleza de un corredor de maratón. Supo llevar al límite a Federer, quizás agotado tras vencer en semifinales a Del Potro –el argentino se llevó el bronce ante Djokovic por 7-5 y 6-4– en casi cuatro horas y media, cometió fallos infantiles en la red y sólo se sintió él mismo al principio, sostenido por los saques directos y un saque preciso que poco a poco perdió ante un Murray al ataque y valiente. También arriesgó Federer, pero se mostró vulnerable en los momentos en los que pudo conectarse al partido, como en el tercer juego del segundo set cuando desaprovechó cuatro bolas de break y en el siguiente, cuando cometió su única doble falta para ceder de nuevo el servicio. Federer se pasó casi una hora para ganar un juego, el del honor en la segunda manga, y al menos pudo ser más competitivo en la definitiva, cerrada por Andy con su sexto saque directo. El escocés se agachó, señaló hacia hacia el cielo, lanzó a la grada sus muñequeras con los colores de Escocia y se saltó el protocolo para abrazar, uno a uno, a sus allegados, a su novia Kim Sears, a su equipo técnico y a su madre, Jane, mientras Federer, cabizbajo, abandonaba la pista central con sus bártulos. “A lo largo de mi carrera he tenido derrotas duras y ése es el mejor camino para volver a las finales”, reflexionó Murray, “hoy me he sentido fresco, muy fresco. Es asombroso. Es una de las victorias más grandes de mi vida”.