Revista Cómics

Museo del Dibujo y la Ilustración - Muestra "Caricatura francesa del siglo XIX"

Publicado el 26 abril 2013 por Lanuez
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Museo del Dibujo y la Ilustración - Muestra
El humor como género debe existir desde el momento en que el mono se convirtió en humano; tal vez fue el motivo determinante para ese cambio de definición. El humor gráfico tal vez exista desde la época en que ese primer humano decidió frotar arcillas y carbones en las paredes de sus cuevas, pues no sabemos qué tan irónicos eran los bisontes allí representados. Tal vez fueran tan sólo una tomadura de pelo a un cazador que exageraba en sus hazañas.
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Casualmente es al sur del país del que se ocupa esta muestra que se encuentran algunas de esas cuevas, pues es Francia el hogar de Lascaux, pero también el de buena parte de lo mejor de la historia del arte, y de la historia del humor gráfico también. La sátira política y social floreció en el siglo XIX en esas tierras alcanzando dos logros simultáneos: el de definir el papel del humorista gráfico como editorialista político tal como lo vemos hoy, a la vez que elevó esa misma producción a la altura de cualquiera de las otras artes.
Para ser más precisos, la sátira política y social había tomado forma en la Inglaterra del siglo XVIII con los grabados de Hogarth y Gillray. Pero tanto uno como el otro producían hojas sueltas o colecciones encarpetadas en el mejor de los casos. Estos trabajos, que en el caso de Gillray satirizaban frecuentemente a Francia y Napoleón Bonaparte, fueron sin duda el germen de lo que surgió luego en Francia, pero fue sólo allí que se convirtió en un elemento periodístico al aparecer en publicaciones diarias como La Caricature y Le Charivari. Y este nuevo género, el del periodista/humorista, fue el que se extendió luego por el resto de Europa, regresando a Inglaterra para dar lugar a la revista Punch (subtitulada “el Charivari londinense”) y luego al resto del mundo, incluyendo la Argentina, dado que las primeras publicaciones satíricas aparecidas en nuestras tierras fueron encaradas precisamente por franceses como Meyer y Stein.
Y también fue en Francia donde los humoristas gráficos comenzaron a tener problemas con los poderes de turno, enfrentando procesos judiciales, censuras y hasta prisión por herir el orgullo de algún líder. Fue por entonces que se comenzó a temer por el poder de influencia de un dibujo. Se sabe a ciencia cierta que los diarios propiamente dichos eran para los que sabían leer y que las caricaturas a página entera de grandes como Daumier o Grandville, exhibidas en la vidriera de la imprenta de Phillipon, eran entendibles por todos, y de hecho las multitudes se agolpaban para admirarlas. Pero también es cierto que los suscriptores de “Le Charivari” eran simpatizantes ideológicos, así que el poder de conversión de esas imágenes es discutible.
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El humor gráfico en Francia, luego de una conversión forzada a la sátira social debido a una prohibición al humor político, siguió su desarrollo entrecruzándose con las otras artes: el más grande retratista fotográfico del siglo XIX, Nadar, comenzó sus días como caricaturista. Otro gran caricaturista, André Gill, fue el autor del cartel de uno de los más célebres cabarets de Montmartre, “Le Lapin Agile” (el nombre en sí era una referencia al dibujante, al ser un código de la frase “l’a peint A. Gill”). Otros grandes artistas del fin del siglo XIX y comienzos del XX usaron los recursos de la sátira gráfica: Toulouse-Lautrec lo hizo en sus carteles, que cruzaban la caricatura social con las estampas japonesas, y Juan Gris, el gran pintor cubista español, fue uno de los tantos artistas que engalanó la revista “L’asiette au beurre”.
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Todos los humoristas gráficos le debemos algo al impulso que le dieron los franceses al género hacia 1830. Hoy es otro el mundo, otros son los chistes, otras las tecnologías para difundir nuestros trabajos. Pero la lucha que se inició entonces por expresar un pensamiento crítico e independiente continúa aún hoy en todo el mundo. Phillipon fue a juicio por dibujar al rey Luis Felipe como una pera (símbolo de un “plomazo”) y llegó a pasar varios meses en la cárcel. Eso no lo detuvo: al no poder dibujarlo más, las cubiertas del Charivari aparecían con el texto armado en forma de otra pera. Nosotros no tenemos peras, tenemos nuestros propios símbolos, pero también recurrimos a ellos para, siguiendo el ejemplo de Phillipon, hacer lo que nos obliga el oficio que elegimos: darle a los lectores nuestra visión de una verdad mucho más grande. Aunque a alguien no le gusten las peras.
Alfredo Sábat
Buenos Aires, marzo 2013
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