JIMI HENDRIX
“Entre sus ancestros hay una princesa cheroqui, irlandeses, cerealistas blancos y mineros negros. La abuela materna y el padre, bailarines de vodevil, se sustentan con el oficio artístico.
John Allen (rebautizado James Marshall Hendrix) nace en Seattle, Washington, en 1942. La madre dipsómana mina la juventud en francachelas de pobre y muere de cirrosis, sin que el hijo deje de recordarla “maravillosa”; el padre adusto increpa al niño harapiento que no es admitido en una iglesia baptista. Insociable, aficionado a la astronomía y futbolista tartamudo, Jimi Hendrix se atrinchera contra una infancia adversa.
Me acuerdo bien de las palabras de uno de sus amigos de adolescencia. El zurdo Jimi toca sin inspiración la guitarra en un grupo juvenil y, de repente, se produce el cambio. Los compañeros escuchan sorprendidos los extraños acordes de Hendrix. “La genialidad es una larga paciencia”, repetía como salmodia el naturalista Georges Louis Buffon, y es cierto que esas chispas musicales han salido después de incontables horas de jazz, blues y cantos religiosos. La pesadilla hogareña y los diálogos callejeros con Little Richard endemonian las manos del joven guitarrista. Y la música de Jimi seduce a tal punto que su padre compra un saxo y se suma a los conciertos del muchacho.
(…)
Ya no prende fuego al instrumento en los escenarios, sino que a partir de una noche de septiembre de 1970 él mismo, vencido por los somníferos en una ambulancia de Londres, es el icono quemado de mis quince años”.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Fragmentos del libro La nota rota; Hiperión, 2009)