En realidad no se trata de un libro, sino de varios. O para ser precisos: seis relatos, una novela corta y siete retratos y conversaciones, cada uno diferente pero contenidos en un mismo frasco: Música para camaleones, de Truman Capote.
Mi puerta de entrada a Capote, aparte de conocerle de la facultad como uno de los reinventores del periodismo en los años sesenta (como ya conté aquí), fue el relato corto – que aparece en este libro –; Un día de trabajo. En él, el escritor acompaña a su mujer de la limpieza, Mary Sánchez, en una lluviosa mañana de 1979 por todos los pisos que tiene que limpiar, mientras ambos conversan, husmean bibliotecas y fotos ajenas y trazan una alianza llena de complicidad. Por cierto, que el relato es toda un recordatorio para escritores y periodistas de que para escribir una crónica increíble no hace falta irse al otro confín del mundo, sino que la vida, con todas sus promesas y potencialidades, espera a la vuelta de la esquina.
Creo haber conocido a otro Truman Capote gracias a este libro. Hay mucho de autobiográfico en él, ya que muchas de las historias y conversaciones que nos narra los fue rescatando de anécdotas vividas y apuntadas con sumo cuidado durante años. Está por tanto muy presente el enfoque testimonial y una nueva vuelta de tuerca de la novela de no ficción, pero esta vez con un estilo más depurado y a la vez mucho más libre. Coincido en este sentido con la reseña que hizo Marcos Ordoñez cuando define el relato (y el libro) como un ejemplo de estilo tardío, definiendo éste como aquel que sobreviene a un escritor cuando se libera de la losa de tener que demostrar, “y extiende los colores de su paleta, y elige los esenciales, o combina tonos insólitos”. En efecto, Capote pasará a la historia por A sangre fría y en aquel momento su obra más ambiciosa era Plegarias atendidas, con lo cual, y habiéndose quitado la presión, en este libro se permite el lujo de disfrutar, de experimentar y de sacar su genio sin cortapisas.
Famosa imagen de Truman Capote en la contraportada de Otras voces, otros ámbitos (1948)
"P: ¿Considera que la conversación es un arte?Pensando en un título o idea que sirviera para aglutinar a las dispares historias contenidas en Música para camaleones llegué a la conclusión de que quizás lo que más define el libro (al menos en mi humilde opinión) es la conversación. El libro abunda en diálogos (que además el autor transcribe de forma teatral con los nombres de los personajes en lugar de los típicos guiones); y casi todos los relatos tienen en común una trama que avanza al ritmo de jugosas interacciones. Pero también el autor conversa con nosotros, apelándonos en un tono de confidencia que hace que desde el principio la lectura nos requiera, con nombres y apellidos, y se convierta en una interesante conversación y no en un monólogo. Una conversación siempre inteligente, llena de franqueza, de ironía y de revelaciones. Como una de esas conversaciones que a veces tenemos con alguien – no necesariamente conocido – y en las que sentimos que hemos conectado, que se ha producido eso a veces tan difícil de la comunicación, el entendimiento mutuo.
R: Sí, uno agonizante. La mayoría de los conversadores famosos – Samuel Johnson, Oscar Wilde, Whistler, Jean Cocteau, lady Astor, lady Cunard, Alice Roosevelt Longworth – monologan, no conversan. La conversación es un diálogo, no un monólogo. Por eso hay tan pocas conversaciones buenas: debido a la escasez, es raro que coincidan dos conversadores inteligentes”.
Mi recomendación: empezad por el prólogo. Merece la pena leerlo y sirve para entender al autor y a la obra. Además, en él dice esa frase tan mítica de "Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse". Pero si todavía dudáis de si merece la pena leer el libro o si éste puede realmente interesaros, iniciad la ruta con aquella jornada de trabajo que Mary Sánchez y el escritor compartieron una lluviosa mañana en Nueva York. A partir de ahí, da igual el orden que sigáis. Como una caja de bombones, os los zamparéis todos. Os cuento los que más he disfrutado yo:
Deslumbramiento, porque además de un crescendo potente y una caracterización de los personajes fantástica, posee el sabor de lo auténtico, sobre todo en su autobiográfica e inolvidable conclusión
Una luz en la ventana: porque a veces la esperanza se parece mucho a una lámpara iluminando una ventana de una casa en medio del campo...
Hola, desconocido: por lo inquietante que es
Intrepidez y Jardines ocultos: porque son casi cinematográficos, y los personajes me encantan
Por último, dejad para el final el broche de oro: Ataudes tallados a mano, una novela corta del mismo estilo de no ficción que A sangre fría y que es todo un tratado sobre cómo narrar.