Revista En Femenino

¿mutacion?

Por Expatxcojones

¿MUTACION?

Garaje acreditado para la revisión técnica, Tánger, 2015.

Acabamos de comprar un coche de segunda mano—una cafetera, que dice el Kalvo— aunque yo lo describiría más bien como el coche fantástico. Es el transporte ideal para ir con los niños a todas partes. En mi coche, porque este será mi coche, se podrá comer sin miedo a que las migajas queden por todas partes, se podrá beber sin temer a derramar nada, se podrá entrar con barro en los zapatos o arena en los pies si venimos de la playa. Es mi coche y yo dicto las normas.
Todavía no ha llegado este momento. Primero, toca participar en la gymkana de la burocracia.
Suena el despertador. Me levanto, me lavo la cara y hago un pis. Me preparo un café y me lo bebo mientras fumo el primer cigarro del día. Me ducho, me lavo los dientes, me visto y me pongo los zapatos. No me peino, nunca lo hago.
Estoy lista para la primea de las pruebas. Son las ocho y media de la mañana y he quedado con el todavía propietario del vehículo para hacer el cambio de nombre. Llegamos al edificio donde debemos formalizar la firma y nos encontramos con un grupo de personas esperando. El guardia de seguridad está en su puesto pero la puerta de acceso al edifico está cerrada. Esperamos más de una hora bajo un sol de justicia hasta que alguien aparece con una llave y la abre. Momento en que los allí reunidos nos apretujamos, dando codazos y pisotones, para coger el puesto más avanzado. ¿Cola? Olvídate. Tonto, el último.
Unos veinte minutos después, nos toca y, disimuladamente, cruzamos los dedos para que el funcionario esté de buen humor y no nos ponga trabas. Tenemos suerte y hacemos el trámite, relativamente, rápido pero es sólo el primero de una larga lista. Dejo al antiguo propietario en su casa —ahora que ya no tiene coche— y recojo al Kalvo, que se ha apiadado de mí y me acompañará a pasar la revisión técnica.
Cruzamos media ciudad hasta dar con el lugar. Se trata de un garaje antiguo. Con un poco de imaginación puedo ver a mi abuelo, que era mecánico, trabajando en él. Es tan pequeño que apenas caben dos coches en el interior. La cola de vehículos para pasar la revisión es larga. A nosotros nos dan el número veinte. Si fuera cualquier otra época del año, aparcaríamos en la calle y pasaríamos este rato desayunando tranquilamente mientras hablamos de nuestras cosas. Pero no. No es posible. Estamos en Ramadán. Todo está cerrado. No queda otra que sentarse en el coche, pasar calor y matar el tiempo lo mejor que se pueda. El Kalvo trabaja con su portátil. Yo leo. De vez en cuando, levanto la vista y me fijo en el operario. Es como ver una película a cámara lenta. Pulsar un botón, abrir el capó o hacer unas simples fotos del vehículo le suponen un gasto de energía que, a estas horas de la mañana, lo supera con creces. Esperamos más de dos horas hasta que el encargado grita nuestro número. El coche pasa la revisión, pagamos lo que nos piden y continuamos con nuestra ruta.
La tercera parada está en el centro de la ciudad, en el barrio administrativo y tiene por objetivo pagar al Estado los impuestos correspondientes a la compra del vehículo. Otro edificio. Otro número. Otra cola. Otra espera. Una señora. Un sello. Intercambio de dinero. Una firma y listos.
Es momento de ir al Ministerio de Transporte para tramitar la carta gris. A pesar de que el edificio está relativamente cerca y podemos ir andando, son casi las dos del mediodía y el guardia nos prohíbe la entrada. Mañana, es la única palabra que sale de su boca. Yo insisto. Ok, mañana pero quiero saber qué papeles necesito. Resignado, me los enumera. Los apunto en mi libreta. Mierda. Me falta legalizar una fotocopia.
Y aquí hago un paréntesis para explicar como funciona esto de la legalización. En España, si necesitas hacer cualquier trámite y te piden una fotocopia del D.N.I, vas, haces la fotocopia y listo. En Marruecos, no. La fotocopia debe estar legalizada. ¿Y eso qué significa? Pues que una vez tienes la fotocopia, debes ir a una oficina —hay varias en la ciudad— y entregarla a un hombre que, apenas sin mirar —ni a ti ni a la fotocopia ni al original—, le pone cuatro tampones de distintos colores, un par de sellos verdes y estampa su firma en varias veces.
Servirá para pagarle el sueldo a alguien, dice el Kalvo, porque no le veo otra explicación.
Por segundo día consecutivo, a las ocho y media de la mañana, me planto en la oficina. Hoy he ido a una distinta, que queda cerca de casa. Aquí no hay nadie. Sólo estamos una señora y yo. Poco a poco, va llegando más gente. A las nueve pasadas, el guardia aparece y nos abre la puerta pero dentro sigue sin haber un solo currante. Al menos, estamos a la sombra y podemos sentarnos. Así nos pasamos una hora más, hasta las diez de la mañana cuando aparece el funcionario. Tranquilamente, abre su despachito pero con un leve movimiento de mano nos indica que no podemos entrar. Antes, debe abrir sus grandes libros de registro, poner la fecha en el tampón, alinear los bolígrafos, preparar la cajita con los sellos y tener listo el cajón del cambio.
Soy la segunda, así que a las diez y cuarto ya estoy saliendo de allí con mi fotocopia legalizada. Cojo un taxi y me dirijo al Ministerio. En la puerta de entrada le pregunto al de información ¿Mutacion? El tipo no contesta, simplemente me entrega un papelito azul, con el número 21 escrito a mano y me indica que espere frente a la caseta número cuatro. Miro la pantalla electrónica para saber por cual vamos pero no funciona. Pregunto al señor que tengo sentado al lado, que me aconseja preguntarle a un tercero. Me levanto y cuando estoy a punto de hacerlo, escucho una voz alzarse sobre el resto. Me alegro de haber ido a clases porque gracias a eso me entero que van por el 18. Esto va a ser más rápido de lo que esperaba. Salgo del edifico en media hora pero, todavía, no me puedo ir a casa. Queda una última gestión por hacer. Me falta el seguro del coche y tramitar la carta verde para poder entrar en Ceuta. Mientras el chico del despacho donde he ido rellena mis datos en el ordenador, me doy cuenta que estoy sonriendo, satisfecha de haber llegado a la meta. Sólo he tardado dos días en tenerlo todo en regla.

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