Mutilaciones en el cine
Parte 1: Cine coloreado

Tanto el cine como cualquier formato audiovisual son formas de expresión artísticas, incluso series o películas lanzadas directamente para televisión o a las cada vez más en boca de todos, plataformas de streaming. Uno de los problemas de estas formas de expresión, es que también son un negocio, pero en esta ocasión no quiero hablar de productores o directivos varios de grandes productoras cinematográficas metiendo el hocico en el trabajo argumental y de personajes de sus producciones, si no de otra práctica que a lo largo de las décadas quizá haya pasado más desapercibida, pero que también ha hecho mucho daño a obras ya finalizadas y exhibidas con anterioridad, hablo de la edición de cintas en cualquiera de sus formas, ya sea para adaptarlas a los nuevos formatos de reproducción o visionado que han ido surgiendo con los años o incluso de la forma más rastrera, para hacer pasar al consumidor nuevamente por caja. Empecemos antes con un repaso por la historia del color en el cine.
El cine a color
No fue hasta 1935 con el estreno de La Feria de la vanidad de Beeky Sharp, cuando llegó la primera película rodada íntegramente en color, esto fue posible gracias a la técnica conocida como Technicolor, implantada por la compañía del mismo nombre, la cual fue fundada en el año 1915 y llevaba desde entonces experimentando con la forma de llevar esta técnica al cine de gran consumo. Seguro que a muchos os vendrán a la cabeza películas estrenadas con anterioridad al filme mencionado, como por ejemplo Nosferatu de F. W. Murnau, estrenada en 1922 y que ya utilizaba técnicas de coloreado sobre los mismos fotogramas, por propia voluntad del director. Estas técnicas rudimentarias solo eran capaces de mostrar los colores primarios y lejos de que fueran realizadas para que las películas fueran más agradables a la vista, se usaban para que los directores pudieran dar mayor énfasis sobre determinados aspectos. Por ejemplo, en Metropolis de Fritz Lang de 1927, en las secuencias en las que aparecía el mundo de la superficie de las clases pudientes y adineradas, se usaba el brillante amarillo, mientras que en las fábricas y el subsuelo donde faenaban los obreros, los tonos escogidos eran unos más oscuros y lúgubres azul o rojo. Otro caso aparte era el cine de animación, con Walt Disney a la cabeza, que ya desde 1933 pudo hacer uso del bautizado como Technicolor con soltura en sus cortos, al margen de esto, la técnica era costosa tanto en tiempo como en dinero y tardó en extenderse como formato estándar de rodaje.
Llegada la década de los 80, tanto Technicolor como otras empresas como Eastman Kodak, ya habían asentado la técnica del cine a color por completo y prácticamente todas las películas estrenadas ya lo hacían con este formato, creando para el consumidor de masas la sensación psicológica de que todo lo que se proyectara en cine o emitiera en televisión en blanco y negro era viejo y anticuado, dándosele automáticamente la espalda a grandes clásicos, un gran problema para históricas productoras que veían como su fondo de armario, el cual se grabó en blanco y negro, quedaba inservible para reestrenos o venta de derechos televisivos.
Llegados a este punto, resurgió en las mentes de Hollywood la técnica del coloreado, mencionada anteriormente para ejemplos como Nosferatu o Metrópolis, pero que en esta ocasión sería usada de forma masiva, la informática ponía toda la gama cromática a disposición de siniestros editores, que no dudaron en pervertir la visión de directores, que fueron testigos de cómo sin dar permiso alguno, sus películas volvían a las salas, al prime time de las principales cadenas de televisión del mundo y a las estanterías, del flamante por aquel entonces, formato VHS, pero de una forma radicalmente distinta.

De esta forma surgió, casualmente muy ligado con la llegada al mercado del primer formato domestico cinematográfico de uso masivo, uno de los primeros métodos de destrucción de grandes obras maestras del séptimo arte, por fortuna muchas voces ligadas al mundo de esta gran industria inundaron de críticas a las productoras y los usuarios más cinéfilos, que al final son los verdaderos consumidores de contenido considerado clásico, le dieron la espalda a esta aberración y con el tiempo, aún teniendo un periodo de auge durante cerca de una década, cayó en desuso hasta el punto de que estas versiones toqueteadas han desaparecido casi por completo.
Para haceros una idea del mal que hizo esta técnica, un ejemplo es lo que ocurrió con la primera versión de King Kong de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, estrenada en 1933 y que fue coloreada posteriormente, perdiendo en el proceso el master original en blanco y negro, por lo que una vez pasada la moda del coloreado, para poder revertir a su formato original para su lanzamiento en DVD, la única solución posible fue revertir digitalmente a escala de grises, con una evidente pérdida de calidad y una alteración de sus tonalidades originales.

Como apunte final de hasta qué punto se puso el mundo del cine en pie de guerra ante la moda del cine coloreado, un director tan influyente por aquel entonces, como George Lucas, pronunció un discurso frente al Congreso de Estados Unidos en 1988 del cual muestro un extracto de su parte más destacada a continuación:
“Hoy no hablo en calidad de director y guionista, ni de productor, ni de presidente de una gran compañía”, vengo como un ciudadano de lo que creo que es una gran sociedad, la cual necesita un baremo para definir y valorar su herencia cultural”. “Hoy en día, los avances informáticos permiten a los ingenieros colorear películas antiguas, acelerarlas, y añadir o quitar material no previsto por su creador”. Y, por si esto fuese poco, “las nuevas tecnologías permitirán reemplazar a los actores por ‘caras nuevas’, o alterar los diálogos”. “Modificar, suprimir o mutilar para las generaciones futuras las sutiles verdades humanas y los elevados sentimientos creados por nuestros conciudadanos”. “Retocar películas es de bárbaros”.
En este discurso Lucas, renegaba de algo que curiosamente el mismo empezaría a hacer una década más tarde, aunque con una sutil diferencia, lo hizo con sus propias obras, pero eso, es otra historia de la que habrá tiempo de ampliar y hablar en otra ocasión.
En definitiva, no se trata de una cuestión de imponer como debería de verse una película, si no de que toda forma de arte debería de mostrarse tal y como su creador querría que se viese, al margen de las modas y los intereses económicos.
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