El otro día un amigo me decía que él preferiría haberse muerto de golpe, por culpa de una meningitis, antes que padecer la agonía y la incertidumbre del cáncer. La verdad es que es un debate complicado y no está nada claro. Cualquier posicionamiento me parece lícito y entendible. Incluso yo mismo, dependiendo del día, puedo llegar a pensar una cosa y la contraria.
Por un lado resulta que si te mueres de repente, pues eso: muerto el perro se acabó la rabia. Un brusco adiós sin adiós, una despedida inexistente y, por lo tanto, inexpresiva y fría. Tus seres queridos se quedan conmocionados y no se hacen a la idea hasta que pasan unos días, reciben ayuda psicológica, algo de terapia grupal tal vez y al final se acabó lo que se daba, la vida va volviendo poco a poco a la normalidad hasta que todo se normaliza.
En cambio, con un cáncer agresivo e incurable, la cosa es muy diferente. Te dicen que te vas a morir pero no te dicen cuándo ni cómo. Vives con la espada de Damocles permanentemente colgando sobre tu cabeza, esperando que se rompa en cualquier momento el cabello de crin que la sostiene. Y esa angustia la padecen también tus seres queridos. Es verdad que puedes despedirte de ellos y que puedes vivir algún tiempo más, pero también es cierto que esa vida será de poca calidad, con dolores y malestares continuos, con el sueño y el apetito alterados y con tus ilusiones de siempre hechas añicos. Necesitarás cuidados casi constantes y mientras tanto el tumor seguirá avanzando sin que sepas por dónde vas a explotar ni qué va a ser lo próximo que se rompa dentro de ti.
De manera que no resulta tan fácil decidirse. Cuando estoy con mi chica pienso que ese tiempo con ella no tiene precio y no lo cambiaría por nada del mundo, así que es mejor el cáncer que la meningitis, pero cuando no estoy con ella y empiezan los dolores no puedo evitar pensar que hubiera sido mejor terminar con todo de una vez por todas. Ambas suposiciones son terribles, pero son parte de mi mundo. En condiciones normales jamás hubiésemos hablado de algo así mi amigo y yo pero, dada la vida que llevo, es normal que surjan este tipo de temas. Así soy yo ahora, un enfermo. Realmente es la palabra que mejor me define.
Tal vez por eso me da por mostrar imágenes abstractas, imágenes en las que la vida, si la hay, es necesario buscarla y darle varias vueltas a ver qué nos han querido contar con esa foto. Nada previsible, nada a simple vista, nada claro y contundente. La ambigüedad forma parte de mí como nunca antes. Tal vez porque la ambigüedad posee una belleza propia y extraña: es muy difícil de definir y muy fácil de aceptar. Como yo.